Este texto es una adaptación de un escrito más extenso que publiqué en el blog ideofilia
Criticar la lectura está de moda. Y a los lectores también. Y motivos, ciertamente, no faltan.
El discurso sobre la necesidad de la lectura nos ha acostumbrado en los últimos años a afirmaciones fuertes como por ejemplo, que leer nos hace más libres, leer nos hace mejores personas y más inteligentes.
Son afirmaciones que pueden hallarse en escritos y declaraciones de escritores, pensadores, políticos y gestores culturales, así como en campañas oficiales de promoción de la lectura.
Quizá por un efecto péndulo, la tendencia a exaltar la lectura ha acabado provocando la aparición de un subgénero de ensayo propio: aquel que matiza o niega los supuestos múltiples beneficios de la lectura.
Libros con títulos llamativos y artículos en medios serios llaman a moderar las pretensiones de los lectores, a vigilar la arrogancia de los que leen, a no caer en el elitismo fácil.
Y es que, ¿acaso no es posible leer mucho y ser mala persona, o un perfecto ignorante, o un infeliz?
El escepticismo sobre la lectura ha ido calando así en la vida intelectual. Y aunque el escepticismo siempre es necesario, un exceso de escepticismo puede abocarnos a un cinismo igual de injustificado que las grandes afirmaciones sobre la lectura que dice combatir.
Es por ello que me parece necesario, y en cierto modo urgente, elaborar una nueva defensa de la lectura, que sepa recoger los matices del escepticismo pero que al mismo tiempo ponga en valor lo que la lectura todavía nos puede ofrecer. Y ello recogiendo y destacando lo que ya sabemos sobre la lectura, sea a nivel científico, psicológico o social.
En esta entrada voy a intentar hacer un esbozo de esa nueva defensa de la lectura. Para ello voy a examinar tres de los argumentos escépticos en torno a la lectura más populares, para intentar mostrar que a pesar de que encierran cierta razón, podemos seguir defendiendo las virtudes de leer aunque de una manera más matizada pero también más realista.
1.
Empecemos con la afirmación de que leer nos hace más inteligentes. Los escépticos pueden replicar que es una afirmación infundada. No sólo no hay garantía de que leer nos haga más inteligentes, es que además nuestra experiencia cotidiana nos muestra que se puede leer mucho y tener una conducta a todas luces poco inteligente.
No obstante, sí hay evidencia de que leer contribuye a hacernos más inteligentes.
El científico político James Flynn descubrió que el coeficiente intelectual en todo el mundo ha estado aumentando unos tres puntos por década. En su honor, el fenómeno recibió el nombre de Efecto Flynn.
Se han propuesto diferentes factores que unidos podrían explicar el Efecto Flynn. Entre ellos, las mejores en alimentación y sanidad y, cómo no, la educación.
La escolarización no equivale sólo a leer, y por supuesto no equivale a leer novela, que es en lo que solemos pensar cuando hablamos de leer. Pero deberían estar claras dos cosas: primero, que en la escuela y después de ella, la lectura sigue siendo una actividad central; y segunda, que leer no se agota en absoluto en el acto de leer novelas.
James Flynn ha sostenido que la educación fomenta la estimulación cognitiva, así como el conjunto de la vida moderna: el estímulo intelectual constante de nuestra forma de vida y la práctica continuada de habilidades intelectuales puede verse reflejado en la mejora de los test de inteligencia.
Creo que es necesario puntualizar que a día de hoy está establecido de manera sólida que la inteligencia depende en gran medida de la genética. Por ello, no es realista esperar que la lectura o la educación consigan hacernos a todos algo así como unos superdotados. Aun así, las condiciones ambientales son muy importantes para el desarrollo de la personalidad, y ello incluye el desarrollo de la inteligencia. Tal y como muestra el Efecto Flynn, ha habido un progreso muy real en todo el mundo gracias en buena parte a la educación y la lectura.
No sólo el Efecto Flynn nos indica que la lectura contribuye a hacernos más inteligentes. Hay otros estudios que apuntan a esa misma dirección, relacionando la educación con la ganancia en puntos de coeficiente intelectual.
Así pues, aun aceptando que leer no siempre tiene por qué hacer a todo el mundo más inteligente, podemos seguir defendiendo que la lectura y la escolarización puede contribuir de manera destacada a hacernos más inteligentes.
2.
Tomemos ahora la afirmación de que leer nos hace mejores personas.
En los últimos años han aparecido estudios que decían haber hallado una relación entre leer novela y el aumento de la empatía. Parece lógico, dado que siempre se ha defendido el poder de la ficción para transportarnos a otros mundos y hacernos sentir en la piel de sus protagonistas.
No obstante, esos estudios han sido criticados por problemas en su metodología y por lo limitado de sus conclusiones. Incluso en algún caso al repetir el experimento no se han podido obtener los mismos resultados del experimento original.
Los escépticos en torno a la afirmación de que leer nos hace mejores personas pueden aducir, además, que no han faltado épocas en la historia de la humanidad en que se han cometido las mayores barbaridades por pueblos en los que la lectura y la cultura eran valorados. El ejemplo típico que suele mencionarse es el nazismo: ¿no fueron muchos nazis personas que se decían amantes de la cultura y de la lectura? ¿Cómo podemos, entonces, afirmar que leer nos hace mejores personas?
Sería absurdo negar nuestra historia de violencia. Pero también, a mi juicio, sería absurdo negar que ha habido progreso moral, y que la extensión de la lectura ha podido estar relacionado con ello.
En su obra Los ángeles que llevamos dentro, el psicólogo Steven Pinker defendía que, a pesar de que podamos tener la sensación contraria, todas las medidas de violencia interpersonal han estado disminuyendo. Pinker ha llevado más allá su defensa del progreso en una obra reciente, En defensa de la ilustración.
Ambas obras son controvertidas y no del gusto de todo el mundo, como no podía ser de otra forma tratándose de un tema tan comolejo. Para ser justos, Pinker no es el único que defiende la realidad del descenso de la violencia, y se cuentan con otras fuentes y otras estadísticas que parecen apoyar esa idea.
Tenga Pinker razón o no, lo cierto es que la lectura es un medio muy poderoso para la difusión de nuevas ideas, como la extensión de los derechos humanos, la defensa de los oprimidos y de los intereses de los grupos minoritarios. Por ello quizá no deberíamos negar tan fácilmente que leer pueda hacernos mejores personas.
Pensemos por ejemplo en las reivindicaciones contemporáneas del feminismo, del colectivo LGTBI, del bienestar animal o la preocupación por el medioambiente. No se puede afirmar que esos movimientos sean sólo un producto de la lectura, pero quizá en buena parte no serían posible sin la difusión y la discusión de ideas que facilita la lectura.
La lectura por sí misma no es una salvaguarda para el avance moral. Estamos viendo por todo el mundo un preocupante resurgir de tendencias autoritarias, excluyentes y extremistas, incluso en países que se denominan desarrollados. No hay garantías en el desarrollo moral, y siempre tendremos que contar con lo pero que hay en nosotros.
A pesar de ello, la lectura, la educación, la investigación y la discusión de ideas son unas potentes herramientas para minimizar, o cuando menos combatir, nuestro lado más oscuro.
3.
¿Y qué hay de la idea de que leer nos hace más felices?
La identificación de la lectura como una forma de felicidad suprema que han llevado a cabo escritores e intelectuales es un blanco fácil para la acusación de elitismo cultural.
No es difícil imaginar que haya personas que se sientan igual o más dichosas, por ejemplo, viendo un partido de fútbol o jugando a los videojuegos que leyendo una novela. ¿Por qué suponer lo contrario? ¿Acaso todo aquel que no comparta nuestra misma concepción de la felicidad está equivocado? ¿Quiénes somos nosotros para negarle su felicidad?
Cuando se enmarca así el debate, creo que hay un aspecto importante que se pasa por alto: con independencia de lo que pueda ser la vida buena (en general, o para cada cual), quizá la lectura nos pueda proporcionar nuevas herramientas con las que imaginar diferentes versiones de la felicidad.
Así, para ser feliz no es imprescindible leer, claro que no. Pero leer nos puede ofrecer un abanico más amplio de posibilidades para pensar qué es la felicidad y para perseguir una visión de la vida buena que resuene con lo que somos.
Leer es un medio que nos permite el acceso al patrimonio cultural compartido de la humanidad: ya sean las historias de la literatura, las humanidades o el conocimiento científico, leer nos da un acceso (aunque siempre parcial y limitado) al conjunto de saberes y emociones de la humanidad. Y por ello, la lectura nos permite ampliar nuestros horizontes, imaginar otras formas de ser y de estar en el mundo, y con ello nos ayuda a remodelar nuestra existencia.
4.
Lo anterior es un pequeño ejercicio que muestra, a mi juicio, de que aun a pesar de que podamos conceder que las críticas escépticas tienen cierta razón, podemos seguir defendiendo lo cierto de los valores que inspira el acto de leer.
No hay certeza absoluta de que leer nos proporcione todo aquello que se le supone, pero quizá el problema sea más la necesidad de poseer certezas absolutas (algo de entrada imposible), que lo cierto de los beneficios de leer.
Las críticas hacia la lectura suelen ser bienintencionadas, pero se da la paradoja de que en muchos casos vienen de parte de personas que sí han tenido la suerte de recibir una educación, de disfrutar de la lectura e incluso de ganarse la vida con ella. Es lo que Héctor Barnes con cierta saña ha denominado los nuevos paletos:
Muchos de ellos se escudan en un adagio que me he agotado de escuchar durante los últimos años: que la cultura en sí no te hace mejor, que no por leer más uno tiene menos prejuicios y que, además, pensar eso es elitista porque no todo el mundo tiene el mismo acceso a la cultura. Muchos de ellos lo hacen con un máster de universidad privada bajo el brazo. Llámenme loco, pero a lo mejor la cultura no te hace mejor persona, pero tampoco peor. A mí me ha permitido entender mejor el mundo en el que vivo, a la gente que me rodea y a aquellos que no se parecen en nada a mí, además de cumplir sus conocidas funciones como placer estético, divertimento, individual o social. Tampoco está mal.
En este clima social, en el que los modelos de éxito parecen orientarse cada vez menos hacia el esfuerzo, en el que la curiosidad intelectual parece siempre estar bajo sospecha de elitismo, la crítica a la lectura no siempre produce los efectos bondadosos que se le supone.
La lectura puede convivir con otras formas de ocio, de entretenimiento, de adquisición de conocimiento, con otras tecnologías. No se trata de suponerle una superioridad absoluta, sino de reivindicar su importancia a pesar de sus limitaciones.
Es en ese sentido en que el que creo que la mayoría de discursos oficiales o institucionales yerran: de una forma comprensible, nos quieren mostrar la mejor cara de la lectura mediante las más fabulosas afirmaciones, y con ello se convierten en presa fácil del escepticismo.
Y quizá lo que menos necesitemos ahora sea más escepticismo. Aun a pesar, repito, de la necesaria convivencia de la lectura con otras prácticas culturales, leer sigo siendo una de las mejores armas para conseguir la alfabetización, y por tanto para mejorar las condiciones de vida de miles de personas.
Necesitamos instituciones, responsables públicos y gestores culturales que defiendan la cultura, sí, pero que sepan hacerlo incorporando los matices de la crítica al tiempo que se sigan remarcando los aspectos positivos. Puede que una manera de lograrlo sea prestar menos atención a las opiniones y declaraciones de escritores e intelectuales, un tanto infladas en no pocas ocasiones, y prestar más a los datos sociales, psicológicos e históricos.
Entonces quizá tengamos más oportunidades de disponer de la defensa de la lectura que necesitamos para estos tiempos.