Faulkner-Brown fue el arquitecto de las bibliotecas, la mayor autoridad del siglo XX en este tema. Todos hemos oído hablar de su famoso decálogo. Éste define cómo ha de ser el edificio que custodie la colección y que, al mismo tiempo, ayude eficientemente a facilitar los flujos de trabajo. Su influencia ha sido muy grande, tanto a nivel teórico como en cuanto a la importancia de los edificios que diseñó. Hoy vamos a conocer un poco más de la vida de esta eminencia.
Harry Faulkner-Brown nació en 1920 en South Shields, ciudad situada al noreste de la costa de Inglaterra. Más tarde se trasladaría a Newcastle para estudiar arquitectura en el King’s College. En esta época trabajaría como ayudante en un estudio con el fin de pagarse su educación y, de paso, adquirir experiencia en el oficio.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial se vería obligado a hacer un alto en el camino de su formación. Sin embargo, supo aprovechar la ocasión para enrolarse en los Royal Engineers. De esta manera pudo poner en práctica lo que había aprendido hasta el momento por medio de la construcción de puentes y otras estructuras militares útiles en la lucha contra el enemigo. Al mismo tiempo destacaría por su valor en el campo de batalla, llegando a ser condecorado con la cruz del mérito militar. Al final de su vida, en 2006, publicaría un libro que relata sus recuerdos de esta época: “A Sapper at Arnhem”.
Primeros trabajos
Al terminar la guerra reanuda sus estudios y emigra a Canadá, donde viviría durante doce años. Allí diseñaría y vería hechos realidad sus primeros proyectos de bibliotecas. El más destacado, y gracias al cual comenzaría a hacerse un nombre en la profesión, fue la Biblioteca Nacional de Canadá en Ottawa. Se trata de un edificio muy sobrio en su aspecto exterior, una combinación de grandes y pequeños ventanales y de ángulos rectos. A la entrada, una escultura en bronce de dos niños en un banco nos da la bienvenida, como tratando de acercarnos allí.
En 1962, ya de vuelta en las islas, se asociaría a W.H. Williamson y otros compañeros (once en total), para crear el estudio de arquitectura Williamson, Faulkner-Brown and Partners (hoy en día simplemente FaulknerBrowns Architects). El objetivo de esta unión era la de crecer profesionalmente y ganar experiencia para, en un futuro, llegar a encargarse de proyectos de importancia regional y nacional. A partir de esta etapa comenzaría su trabajo intensivo en proyectos para la construcción de bibliotecas, al mismo tiempo que lo compaginaría con el diseño de edificios deportivos y otras estructuras públicas.
Las bibliotecas
La primera de una larga serie de bibliotecas sería la biblioteca pública Jesmond (1963) en Newcastle. Esta biblioteca de barrio llevó la modernidad a la ciudad. Y a pesar de haber sido renovada en 2011 mantiene intacta su apariencia diáfana inicial gracias a las grandes cristaleras y la sala de lectura circular. En sus inicios ganaría una medalla de bronce del RIBA (The Royal Institute of British Architects) y un Civic Trust Award, premio que reconoce la excelencia en el diseño de arquitectura pública, aunque sólo si implican un bien social, cultural o económico para la ciudad. La siguiente, la biblioteca de la Universidad de Nottingham, la Hallward Library, también ganaría un premio RIBA, otro Civic Trust y otro del SCONUL. Abierta en 1972, su nombre se debe al primer vicerrector de la universidad, Bertrand Hallward. Recuerda en cierto sentido a la Nacional de Otawa por el espíritu cuadrangular de la fachada y los ventanales, en esta ocasión estrechos y verticales en las últimas plantas y que toman toda la pared de las plantas bajas, lo que aporta gran luminosidad.
Con ésta comenzaría una larga lista de encargos para instituciones de enseñanza superior, hasta once bibliotecas universitarias más entre las que se encuentran las también premios SCONUL: la Robinson Library de la Universidad de Newcastle, con los típicos ventanales de Faulkner-Brown que recuerdan a la Hallward Library; la de la Universidad de Durham, que vuelve a jugar con las alturas, los ventanales y los espacios diáfanos, mientras que la sobriedad de la fachada se convierte en máxima utilidad en el interior; así como la biblioteca central del Maynooth Collegue de Irlanda.
Con toda esta experiencia a sus espaldas, no es de extrañar que en 1973 presentara su decálogo sobre cómo debe ser el edificio de una biblioteca, revisado en 1980. Y aunque realmente están centrados en las bibliotecas universitarias, estos principios se han extendido a toda la tipología existente. La idea es que las bibliotecas deben ser flexibles, fácilmente adaptables; compactas, para un fácil movimiento de los usuarios, personal y libros; accesibles y extensibles; variadas en materiales y espacios; organizadas en consonancia con la intención de conseguir el máximo acercamiento a la información deseada; confortable, con unas medidas ambientales adecuadas y constantes; seguras, tanto a lo que se refiere de cara a posibles hurtos como a desastres naturales; y económicas, evitando todo gasto innecesario sin interferir en todos los puntos anteriores.
Últimos años
En 1982 sería condecorado con la orden del imperio británico por su contribución a la arquitectura inglesa, especialmente con respecto a diversas estructuras públicas como el metro de Newcastle. También sería ordenado caballero en Islandia después de haber sido asesor de su biblioteca nacional y de las universitarias durante 25 años. Además, estaría inmerso como juez en el proyecto de construcción de la nueva biblioteca de Alejandría. Moriría el 10 de febrero de 2008.
Hoy en día el desarrollo de una biblioteca sigue siendo un verdadero quebradero de cabeza. Sin embargo, ahí queda el trabajo de Faulkner-Brown para guiarnos e inspirarnos. Éste ha influenciado a generaciones durante décadas. Sus más recientes trabajos respondieron al cambio que se imponía en la sociedad, a la evolución innegable en la forma de comprender el espacio de una biblioteca centrándose en los que trabajan y disfrutan en ella. Porque eso sí, nos tuvo en cuenta a unos a otros y eso no se olvida.