Por Fátima Canosa
Tras ver la publicación de Roberto Soto sobre cómo la burocracia administrativa sumerge al personal de bibliotecas en un laberinto que ni el ovillo de Ariadna para ayudar a Teseo, me vi en la necesidad de hacer también aquí mi aportación.
Me presentaré diciendo que soy coordinadora de un servicio bibliotecario formado por varias sucursales pero no soy funcionaria, sino que formo parte de esa externalización bibliotecaria conflictiva, consentida y promovida por la Administración pública, que trabaja para la ciudadanía con la más intensa de las vocaciones, y que como la mayoría del personal bibliotecario convive con la frustración de que muchas ideas y dinámicas no salgan adelante.
He de decir que, a veces, me veo en la necesidad de recurrir a vídeos de limpieza de alfombras para calmar mis desasosiegos (siempre le estaré muy agradecida al confinamiento por esto) y que también me funcionan los reels de gallinas coreografiando hits de los años 90. Puedo recomendaros varias cuentas en Instagram si lo consideráis oportuno, pero os advierto de que si caéis en estas trampas, ya no saldréis. Y si tenéis otras brujerías para escapar un poco de la realidad, ya sabéis que compartir es de guapas.
Y como si lo perfectamente descrito por Roberto en su post no fuera suficiente, hoy vengo aquí como bloguera novata a compartir todavía más decepciones con quienes me leáis. Sí, hoy he venido a reivindicar a la plebe, al populacho bibliotecario, a esa mayoría silenciosa que no obtiene reconocimientos oficiales, a la que no le entregan premios ni diplomas que colgar en la entrada o en el mostrador.
Porque en muchas conversaciones peer to peer, dejadme meter aquí algún anglicismo que aparente conocimientos, que no quiero yo quedar en evidencia en esta primera participación y que parezca esto como de reflexión de bar; compartimos lo estimulante que es descubrir los proyectos llevados a cabo por otras bibliotecas, conocer en jornadas y congresos a profesionales que admiras (Roberto Soto, Ana Ordás, Felicidad Campal, Julio Alonso y Loly León sois mi top 5, en cualquier momento os monto club de fans), reencontrarte con colegas que hacía mil años que no veías (qué bien envejecemos los del gremio, por cierto) y volver a tu biblioteca con la libreta que te regalan llena de apuntes con ideas nuevas, webs a consultar o teléfonos que levantar (¡uff! esto alguien de la generación Z ya no lo pilla).
Pero luego llegas, vuelves a tu trabajo y todo ese entusiasmo se difumina, empezando porque la impresora se ha desconfigurado y en tu ausencia alguien tuvo la adorable idea de depositar dos enciclopedias en el buzón de devoluciones como donación, la gente siempre tan caritativa con la biblioteca al hacer limpieza en casa… Y en ese momento empiezas a decaer, recuerdas que todavía tienes pendiente llamar a los centros educativos para programar las visitas escolares, que aún no has entregado las rotaciones de mostradores del mes que viene, hacer el informe del mes pasado, tramitar la solicitud de vacaciones del personal, que todavía quedan muchos datos que contabilizar para las estadísticas, que no tienes ninguna foto para el siguiente #bookfacefriday, que tienes que buscar la bibliografía para el taller de filosofía del próximo sábado, que todavía no han llegado los libros del club de lectura para mañana, que sería necesario terminar de incorporar al OPAC los documentos de la colección que con el cambio no migraron al nuevo SIGB, y bueno, lo más importante, que no has pensado en nada para conmemorar el Día Internacional de la Cerveza que, por cierto, es ya el 2 de agosto. ¡Porque del expurgo que lleva a medias ya casi tres años no quiero ni hablar! Sólo por decir algunas de las muchas cosas que nos entusiasman…
Y no digo yo que toda la “aristocracia” bibliotecaria no haga estas tareas ¡eh!, que no se ofenda nadie, pero hay momentos en los que no es suficiente con saber que haces todo lo posible, que te deslomas para sacar adelante el trabajo diario hasta el punto de tener que recurrir a gallinas bailando o alfombras mugrientas para no perder la cordura. Y ya que estamos rogando, ¡por el amor de Dios!, que esta bondadosa gente comparta con la plebe cómo gestionan su tiempo para que, además de toda la rutina, se apañen para dar charlas, cursos o ser profesores en alguna universidad: Feli, share your power, please! We love you!
Clamo aquí por todos esos profesionales en la sombra que al igual que los reconocidos, fichamos en la biblioteca antes de tiempo y nos vamos más tarde de lo estipulado, que hacemos cuatro o cinco cursos al año para estar al día en la formación profesional y aportar más calidad y pertinencia al servicio, que asistimos a congresos y jornadas para seguir aprendiendo y obtener inspiración de otros compañeros y compañeras (y engullir los piscolabis que nos ofrezca la organización), que despertamos en medio de la noche pensando en cómo mejorar tal servicio o que llevamos el trabajo a casa para al día siguiente tener más tiempo y poder atender a las personas usuarias en el mostrador con todo el interés que merecen.
Esta “don nadie” da hoy la palmadita en la espalda a toda la plebe que se sienta identificada, me la doy también a mí misma, y si queréis diseño un diploma que diga “A la profesional de bibliotecas más entregada” para enviároslo, y que esté firmado por el Ministerio del Autorreconocimiento para ponerlo al lado de la pantalla del ordenador, que con cosas como lo de la impresora muchas veces nos ofuscamos y se nos olvida.
Y como bonus motivador os dejo por aquí un par de #versodebalda, una de esas pequeñas iniciativas para redes sociales que sí somos capaces de llevar a cabo en la biblioteca donde trabajo y que pretende una aproximación ocurrente a la poesía.
Para terminar y poniéndome algo seria, que ya es difícil, os diré que escribo pequeños textos por necesidad, y que el año pasado en una de mis urgencias tuve el atrevimiento de participar en uno de tantos concursos de relatos en el que tecleé que:
El vínculo entre la biblioteca y yo “recoge planes de futuro juntos, progreso personal y profesional, ambiciones por sentirnos más completos y libres mientras caminamos de la mano para conocer lo que nos ofrecerá este mundo inquieto. Ella me guía con el timón de la responsabilidad social, ha tallado en mí nuevas ideas y percepciones y he conocido amigos de su mano con los que comparto partidas interminables de juegos de mesa, lecturas o sesiones golfas de cine de autor. Sus entrañas me dan cobijo y calor. Tan dúctiles como sólidas respiran humanidad, en ellas ya no hay silencio. Nos amamos.”
Y es que, con todo el infierno burocrático, precariedad laboral, falta de recursos o motivación, la biblioteca es y será siempre para mí algo igual de intenso y fresco que un amor de verano, la diferencia es que para este amor nunca llega el otoño.
Fátima Canosa Pena.
Diplomada en Biblioteconomía y Licenciada en Documentación por la Universidade da Coruña (UDC). Desde el año 2016 coordino el servicio de bibliotecas municipales de Narón. He trabajado en bibliotecas públicas y de centros educativos desde hace casi 20 años. También en bibliotecas especializadas de museos y como digitalizadora.
Creo firmemente en el poder de las palabras como base del progreso, comunicar para entenderse y sonreír para humanizar. Todavía escribo postales y me inquietan quienes no les gustan las milhojas de merengue; por lo demás, soy pacífica, enamorada de nuestros mayores y amante de las aldeas.
A veces escribo y comparto por Instagram @fatimaenbrote y X @Fatimalimodre
Querida Fátima, me alegra mucho leerte por aquí. Enhorabuena por dar visibilidad a la realidad del gremio que muchos conocemos. No sería capaz de describirlo tan bien. Ojalá más pronto que tarde cambie para nuestro bien y para el de toda la sociedad. Aperta enorme !!
Muchas gracias, Ana! Me alegro de que te hayas visto representada y reflejada en este texto que recoge algunas de nuestras miserias más mundanas (y lo que nos reservamos! Ya tú sabes… )
Recibo a aperta con moito agarimo e mándoche moitos bicos ata que nos volvamos a ver!
Pd: sinto non decatarme antes do comentario por aquí