No es fácil obtener cifras fiables sobre las personas que carecen de hogar en España y viven de forma transitoria o permanente en la calle. Los datos procedentes de las encuestas del Instituto Nacional de Estadística, de los recuentos nocturnos de los albergues y de investigaciones específicas de organizaciones no gubernamentales no suelen ser coincidentes. Las cifras oficiales, según el informe del INE de 2012 reconocen 23.000 personas sin hogar, mientras que otros informes como los de la Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada) aumentan esta cifra hasta las 40.000 y estiman en un millón y medio las familias que viven en infraviviendas.
Algo en lo que todas las fuentes sí se ponen de acuerdo es en que la crisis económica ha provocado un significativo aumento del número de personas que no tienen un hogar y que pernoctan en espacios públicos en España. Esta tendencia al alza en nuestro país es compartida por la mayoría del resto de países europeos, al igual que el incremento del sinhogarismo entre los grupos de edad más jóvenes y de mayores de 45 años, una situación, por otra parte, que cada vez se hace más crónica entre quienes la padecen.
¿Se deja notar esta situación en nuestras bibliotecas?
Hace unos días José Antonio Gómez Hernández, profesor de la Universidad de Murcia y miembro del Grupo Thinkepi difundió por Iwetel un interesante artículo sobre la biblioteca y los usuarios en vulnerabilidad social. El artículo, de obligada lectura, se titula Usuarios en vulnerabilidad social ¿por qué y para qué generar capital cultural desde la biblioteca? Se trata de una reflexión muy completa y argumentada acerca de la importancia de las bibliotecas como servicio público de referencia para nutrir y reforzar el capital cultural de las personas en situación de desventaja social.
En el citado artículo se hace mención expresa de las personas que viven en la calle y se apela a las bibliotecas para implementar servicios dirigidos a este grupo de la población: “Entre los colectivos en exclusión social, uno especialmente vulnerable es el de las personas sin hogar o en situación de infravivienda, que suelen carecer de empleo y prácticamente de ingresos por prestaciones sociales. Conforman un colectivo heterogéneo, marginado por causas diversas y combinadas, no siendo solo cuestión de adicciones o enfermedad mental como sugiere el estereotipo. Tenemos actualmente personas en exclusión con un perfil más joven y masculinizado, quizás con estudios que ya no son garantía de protección. Muchas veces son usuarios de la biblioteca pública, y quizás los bibliotecarios necesitarían saber más sobre sobre cómo orientar los servicios para, más allá de acogerlos y permitirles la estancia y el uso, profundizar en su atención.”
Ciertamente el desconocimiento y el estigma social son dos grandes amenazas que se ciernen sobre este colectivo en el conjunto de nuestras sociedades, aspectos negativos que también se dejan sentir en la esfera particular de las bibliotecas. En este sentido, Julie Hersberger, profesora de ciencias de la información en la Universidad de Carolina del Norte-Greensboro identifica como principales barreras de acceso a las bibliotecas de las personas sin techo factores como los posibles costes, el transporte, la falta de un lugar de residencia y la actitud del personal bibliotecario.
¿Qué historias se esconden tras los datos?
Detrás de las estadísticas y los números de conjunto se esconden las historias de cada una de las personas que llegaron a esa situación de carencia de vivienda tras perder el trabajo o ser desalojados de sus casas, a causa de una crisis financiera, por razones de salud, adiciones, depresión o violencia doméstica. La complejidad del tema deriva de que no se trata de pobreza solamente sino que esta viene asociada a la falta de relaciones y redes de apoyo en torno a la persona.
Por eso, tras revisar determinada bibliografía sobre el tema quiero fijar la atención en las personas a las que en algunos de los informes y artículos consultados se les ponen nombre y cara. Es la mejor forma de acercarse a las necesidades que ellas mismas expresan, de compartir su percepción de la sociedad y de acercar también su visión de las bibliotecas.
La biblioteca es por naturaleza un espacio que la gente transita, donde la gente viene y va pero para algunos de sus usuarios sus instalaciones se convierten en refugio, en espacios de permanencia.
Es el caso de Jane, una persona sin hogar, un sin techo crónico, que lleva más de un año viviendo en la calle de forma continua. Para ella la Madison Public Library, en el estado americano Wisconsin, se ha convertido en un espacio de confianza y libertad. Llegó a ella a través del rincón de atención al colectivo de homeless abierto treinta horas semanales para ayudar a estas personas a encontrar alojamiento, trabajo o solicitar cupones de comida.
Jane comenta que empezó a ir a la biblioteca cuando se quedó sin hogar, que antes no la frecuentaba. Y según ella expresa, entre las razones que hacen que ahora se sienta más próxima a la biblioteca está que es uno de los pocos lugares a los que ella puede ir sin importar cómo va vestida ni el dinero que tiene. Jane siente, según comenta, que en la biblioteca tiene derecho a los mismos servicios e igual trato que la persona que está de pie a su lado con un abrigo de marca.
«En la biblioteca, puedes disponer de un ordenador y estar enterado de lo que está pasando en el mundo», destaca Jane, que manifiesta que también utiliza estos equipos y la conexión en línea para buscar empleo y una vivienda asequible para ella. Otros usuarios en su misma situación buscan en la biblioteca servicios de apoyo y orientación sobre dónde acudir para encontrar ayudas de diferente tipo, ya sean médicas, ya sea asesoramiento laboral, legal o social.
Y del norte de los Estados Unidos bajamos a la costa Oeste, directos a la San Francisco Public Library, donde Craig pasa prácticamente todo el día desde que vive sin techo. Él no tiene hogar desde hace tres meses y es uno de los miles de usuarios de esta biblioteca pionera en la atención de las personas que viven en la calle.
Craig tiene claras las razones que le mueven a acudir a la biblioteca: «Es uno de los pocos edificios que está abierto 7 días a la semana, – y gracias a Dios los martes, miércoles y jueves está abierto hasta las 8 de la tarde», manifiesta. En la biblioteca, él se sienta a leer el periódico, a veces come algo, otras dormita. En la distancia, Craig comparte con Jane la percepción de la biblioteca como espacio de acogida y de confianza cuando manifiesta: «Voy a la biblioteca, básicamente, porque es tranquila y está limpia. También porque en ella la atmósfera no es la que se respira en una gran parte de los centros de acogida, en los que uno se siente como si estuviera sin hogar».
Completamos esta terna de retratos en España con Inmaculada, usuaria de RAIS, entidad de iniciativa social, no lucrativa e independiente creada en 1998 y que trabaja en diversas comunidades autónomas españolas. En este caso Inmaculada no acude a la biblioteca pero las valoraciones que ella y un trabajador social hacen del centro de acogida al que acude coinciden con aspectos que Jane y Craig destacan en su valoración de la biblioteca. Ambos espacios son valorados positivamente por ser espacios de relación, dotados de un ambiente tranquilo, en los que las personas sin hogar no se sienten foco de las miradas, donde se les brindan apoyos y se les ofrecen actividades.
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La escritora y periodista británica Caitlin Moran expresa con mucho acierto el valor de la biblioteca que se destaca en los anteriores testimonios al afirmar que:
“Una biblioteca inserta en una comunidad es una mezcla entre una salida de emergencia, una balsa salvavidas y un festival. Son catedrales de la mente; hospitales del alma; parques temáticos de la imaginación. En una fría y lluviosa isla, ellas son los únicos espacios públicos donde resguardarse en los que usted no es un consumidor, sino un ciudadano…”
Es así como las bibliotecas pueden trabajar para mejorar la situación de las personas sin casa, a pesar de las dificultades y retos que comporta esta empresa. Prueba de ello son los múltiples ejemplos que ofrecen las bibliotecas públicas norteamericanas que han seguido la estela marcada por la biblioteca de San Francisco, pionera en 2008 en incorporar a su plantilla a un trabajador social a tiempo completo. Más adelante la plantilla se incrementaría con cuatro asistentes en temas de salud y seguridad, con la particularidad de que los cuatro habían vivido anteriormente en sus propias carnes el tener que vivir en la calle.
Desde la perspectiva que ofrecen estas prácticas se pueden enunciar una serie de ejes básicos sobre los que asentar las actuaciones de la biblioteca dirigidas a este colectivo de personas:
- Conocer a la población sin hogar más allá del estereotipo para favorecer una visibilidad libre de concepciones erróneas y exenta de estigmas.
- Formar equipos con profesionales de otros sectores como trabajadores sociales, sanitarios o asesores legales para garantizar una intervención global y coherente.
- Aprovechar la capacidad de interlocución de las bibliotecas para tender puentes entre organizaciones y departamentos institucionales de cara a la creación de consorcios y servicios integrados.
- Explorar todas las vías de actuación, fuera y dentro de la biblioteca: acercar los servicios a los centros de acogida y espacios donde habitan las personas sin hogar y aglutinar en la propia biblioteca recursos que faciliten a los usuarios desprovistos de vivienda el acceso a los servicios críticos para su bienestar.
De gran ayuda para encarar este propósito pueden ser los consejos que formula Ryan Dowd, exdirector del Hesed House, un centro de acogida en Aurora, Illinois. En el vídeo A Librarian’s Guide to Homelessness (38:40 m), Dowd expresa algunas ideas sobre lo que significa estar sin hogar y formula recomendaciones respecto al trato con las personas en esta situación, planteadas siempre bajo el principio del respeto.
Y para cerrar la ronda de testimonios nos desplazamos a Washington para conocer a Dorothy, también una persona sin hogar y usuaria de la Harold Washington Library Center de Chicago, quien declara fervorosamente que “La biblioteca alimenta mi espíritu y mi mente”. Ella afirma que es muy cansado vivir en la calle, siempre con tus posesiones a cuestas, y se lamenta de que la gente realmente no entiende cómo es una persona sin hogar. Dorothy llama también la atención sobre el hecho de que «Hay una gran cantidad de personas sin hogar educados» y exclama de forma rotunda: «Nos gusta leer y aprender.» Ella es una fiel y madrugadora usuaria de la biblioteca a la que acude cada día cuando abre sus puertas para navegar por internet y donde asiste a seminarios gratuitos sobre distintos temas.
Para Dorothy la biblioteca pública es algo diferente, «Es como una casa».
Me ha encantado 🙂