¿Qué pasa con la ciencia en las bibliotecas públicas?

ciencia

En las bibliotecas públicas hay una veta llena de tesoros por explotar: la colección de no-ficción. Está claro que eso es una parte de la verdad: también podríamos decir, con justicia, que la colección de música también está por explotar. No obstante, y en mi opinión, la colección de no-ficción se lleva la palma en cuanto a invisibilidad para los usuarios y para los mismos bibliotecarios. Y dentro de la colección de no-ficción la ciencia es un grupo de obras especialmente perjudicado, por motivos que espero poder aclarar en esta entrada. Quizá haya tiempo para dedicar otras entradas a la situación de otras secciones.

Voy a utilizar de momento el término ciencia en un sentido amplio y que casa con lo que solemos entender por ciencia: física, matemáticas, biología,… (más adelante me encargaré de hacer una importante aclaración al respecto). ¿Por qué la ciencia es una de las secciones más perjudicadas de la colección de no-ficción? Creo que se pueden aducir un par de motivos fuertemente relacionados.

El primer motivo, y el más obvio y fácil de describir, es que la mayoría del gusto del público se orienta hacia la ficción. Esa orientación hace que se destine una buena parte del presupuesto de adquisiciones a la narrativa (cómo no, hacia los inevitables libros o géneros de moda), obviando las adquisiciones relacionadas con la ciencia con aquel sonsonete de “eso no interesa”. Como mucho, se suele pensar que es necesario adquirir manuales relacionados con materias científicas, por aquello de que es más probable que acumulen préstamos con el tiempo, dejando de lado libros en apariencia más oscuros o difíciles.

Lo de “eso no interesa” las más de las veces no pasa de ser un prejuicio, relacionado con el segundo motivo del ostracismo de la ciencia en las bibliotecas: la existencia de un sesgo hacia las humanidades en los bibliotecarios.

La mayoría de los profesionales que trabajan en bibliotecas públicas proceden de estudios que caen dentro de eso que llamamos “humanidades”: historia, historia del arte, sociología, filología,… Nada en contra de eso, por supuesto: es la realidad que es. Pero esa realidad provoca una distorsión nada deseable.

El gusto de los mismos profesionales se decanta o bien por los materiales de ficción o bien por las materias más cercanas a su ámbito de especialización. De nuevo, de por sí ese hecho no tiene nada de reprochable, pero ese escoramiento hace más probable que la ciencia sea ignorada en las bibliotecas por sus mismos profesionales. Y esa ignorancia es mal asunto en lo que respecta a la difusión de las obras de corte científico.

Y es que, aun cuando el público que consume obras científicas (manuales o divulgación) sea menos numeroso que el que consume ficción, lo cierto es que las obras de no-ficción suelen tener un público fiel, curioso y dispuesto a dejarse atrapar por una buena obra que le permita entender un poco mejor los mecanismos de la naturaleza. Si los bibliotecarios no prestan atención a esas obras, es difícil que se pongan en marcha iniciativas de difusión de ese fondo (expositores, obras recomendadas, efemérides,…). Sin esas iniciativas de difusión, las numerosas y buenas obras de ciencia de los fondos de las bibliotecas corren el peligro de dormir el sueño de los justos en las estanterías por siempre más.

En ese sentido, el sonsonete de “eso no interesa” pasa a ser una profecía autocumplida: sin visibilidad y una buena difusión es muy difícil que un conjunto de obras interese a nadie. Y tal y como están las estadísticas de préstamo de la mayoría de bibliotecas, no parece que éste sea un lujo que nos podamos permitir.

El desinterés por la ciencia también tiene otro obvio efecto añadido: la falta de criterio a la hora de seleccionar los materiales que adquirir y a la hora de llevar a cabo el mantenimiento de la colección. Un efecto especialmente grave, dado que la selección de las obras y su control deberían basarse en los principios que rigen la misma ciencia, tales como la veracidad, la actualidad del contenido, lo contrastado de los hechos que se exponen, su falsabilidad,… Esa falta de criterio es otro lujo que no nos podemos permitir, teniendo en cuenta el estado del presupuesto de las bibliotecas y la importancia social de la ciencia (algo de lo que hablaré más abajo).

Ante esta situación, siempre podemos decir que es normal el hecho de que haya profesionales que no se sientan concernidos a divulgar la ciencia en sus bibliotecas. Al fin y al cabo, los profesionales también son personas, y las personas tienen sus propios gustos: si no les interesa la ciencia, pues ¿qué le vamos a hacer? Este es un argumento que entiendo en parte, pero que en parte es absurdo.

Imagina que trabajas en la sección de moda de unos grandes almacenes, y le dices a tu encargado/a: “Oye, ¿sabes qué?: no me esfuerzo en vender aquellos modelos de pantalones porque no me gustan”. Supongo que tu encargado/a te respondería que el hecho de que te gusten o no es irrelevante, porque lo que se espera de un vendedor es que haga lo posible por vender la mercancía.

Por supuesto los bibliotecarios no venden pantalones, y no son vendedores en sentido estricto, aunque sí lo son en un sentido figurado muy real: en parte, se supone que a los bibliotecarios se les paga para que hagan lo posible por difundir la colección de sus centros. En ese sentido, es extraño que una preferencia personal interfiera con un deber profesional (un deber profesional remunerado, para más señas).

No obstante, en el mundo real nuestros gustos personales son una fuerza que limita aquello por lo que sentimos interés. Además, es imposible desarrollar un conocimiento extenso de todas las áreas de la colección, ciencia incluida. Es comprensible, pues, que tengamos lagunas en ese conocimiento (en mi caso, algunas que me hacen sonrojar).

De todas maneras, si no es por gusto o por un imposible sentido de la obligación profesional, quizá podríamos pedir que los bibliotecarios se interesen por la ciencia por mera curiosidad, por si algún usuario necesita alguna vez una orientación precisa, aunque no profunda. Aun con esos mínimos, la ciencia sale perdiendo (otra vez).

Haz la prueba. Pídele a un compañero que dedique parte de su tiempo a leer sobre, digamos, las obras más de moda o sobre los autores más reputados de literatura infantil, de narrativa, de cine, e incluso de materias como sociología o historia. Y a continuación, pídele que dedique parte de su tiempo a hacer eso mismo, pero ahora sobre materias como física cuántica, psicología cognitiva, teoría moderna de la evolución, epistemología, medicina, biotecnología,… Verás la diferencia de actitud y de respuesta.

El ostracismo de la ciencia en las bibliotecas no sólo es una pena en lo que respecta a los motivos prácticos relacionados con los centros (bajas estadísticas, baja rotación de obras, colecciones descompensadas,…). También lo es en lo que hace a la función social de las bibliotecas. Como suelo repetir a menudo, las bibliotecas también tienen como función divulgar el saber y el conocimiento a las sociedades a las que sirve. Desde hace un par de décadas, nuestras sociedades se encuentran inmersas en lo que se ha denominado tercera cultura.

El término “tercera cultura” fue popularizado por el editor John Brockman en un libro de 1995 del mismo título (Third Culture). La obra era un compendio de artículos de diversas cuestiones relacionadas con la ciencia escritos por algunas de las mayores luminarias intelectuales de la época (Steven Pinker, Richard Dawkins, Daniel Dennett, Steve Jones, Lynn Margulis,…). El carácter de los escritos reflejaba a la perfección el espíritu que encierra la tercera cultura. Como nos dice el artículo de la Wikipedia dedicado a la obra:

El concepto [“tercera cultura”] hace referencia al supuesto divorcio entre la cultura humanística y la científica que C. P. Snow había diagnosticado en su obra Las dos culturas, entendiendo la necesidad de una tercera cultura que aunara, superándolas, a ambas sobre la base de una filosofía natural.

Una cultura transversal que uniera el supuesto divorcio entre la cultura científica y la humanística. En su obra, editada hace años por Tusquets (en la excelente colección Metatemas), Brockman añadía una breve aunque clarificadora introducción con algunas perlas destacables:

En los últimos años se ha producido en la escena intelectual norteamericana un relevo que ha dejado al intelectual tradicional cada vez más al margen. Una educación estilo años cincuenta, basada en Freud, Marx y el modernismo, no es un bagaje suficiente para un pensador de los noventa. (p. 13)

A diferencia de los intereses intelectuales previos, las realizaciones de la tercera cultura no son las disputas marginales de unos mandarines pendencieros, sino que afectarán a las vidas de todos los habitantes del planeta. (p. 15)

Las declaraciones de Brockman no son exageradas. El psicólogo Steven Pinker lo reflejó de manera extensa en un artículo del año 2013 para New Republic que levantó ampollas con el expresivo título Science is not your enemy (podéis consultar una traducción al español aquí). La ciencia que impulsa la tercera cultura ha ido cada vez ganando más terreno, pronunciándose sobre cuestiones que se creían sólo reservadas a las humanidades: la naturaleza de la moral, el sentido de la vida, la libertad individual,… Y esa intrusión no ha sido bien recibida, ni mucho menos. Dice Pinker en su artículo:

La nuestra es una época extraordinaria para la comprensión de la condición humana. Problemas intelectuales que proceden de la antigüedad resultan ahora iluminados por los fogonazos procedentes de las ciencias de la mente, del cerebro, de los genes y de la evolución. […]

Uno pensaría que los escritores en el campo de las humanidades estarán encantados y se sentirán espoleados por el floreciemiento de nuevas ideas procedentes del mundo de la ciencia. Pues no. Aun cuando todo el mundo acepta la ciencia cuando puede curar enfermedades, controlar el medio ambiente o destruir enemigos políticos, la intrusión de la ciencia en los territorios de las humanidades ha provocado un hondo resentimiento. […] En las columnas de opinión de los grandes medios se acusa una y otra vez a los avilantados científicos de determinismo, reduccionismo, esencialismo, positivismo y – lo peor de todo – “cientificismo”.

Lo que para esta entrada resulta relevante destacar del artículo de Pinker (que debería ser de lectura obligada por cualquiera interesado en el clima intelectual moderno), es que ya no es posible concebir la ciencia como una empresa separada de todas las demás esferas de la vida. Por eso, al principio de la entrada comentaba que lo que hoy entendemos como “ciencia” resulta más amplio de lo que las materias de un sistema de clasificación puede reflejar, y posee unas implicaciones más profundas.

Como dice Pinker el poder explicativo de la ciencia abarca cada vez más áreas de la experiencia humana, por lo que Brockman tiene razón al afirmar que una educación tradicional ya no es suficiente. Por poner unos pocos ejemplos del poder explicativo cada vez más amplio de la ciencia, hoy en día se discute la influencia de la genética en aspectos como la inteligencia, la orientación sexual y su expresión en cuestiones como los juguetes que eligen los niños para jugar, o su influjo sobre la orientación política, o las habilidades individuales; cómo nuestro pasado evolutivo determina el tipo de sociedades en que vivimos y la existencia de la guerra y la violencia entre seres humanos; o si realmente, y en qué medida, podemos decir que somos individuos libres y responsables de nuestros actos.

Cuestiones como éstas parecen meros ejercicios intelectuales, pero son la materia sobre la que giran las mayores controversias de nuestra época. Si queremos ser personas informadas que contribuyan a crear sociedades libres, no podemos ignorar descubrimientos como los citados. Si queremos ser bibliotecarios que contribuyan de manera significativa a crear sociedades libres e informadas, tampoco.

 

Evelio Martínez Cañadas

Bibliotecario en Biblioteques de Barcelona. Me interesan (sin ningún orden en particular): bibliotecas públicas, content curation, ciencia y racionalidad, psicología de la información, lectura, sociedad de la información,... y unas cuantas cosas más.

2 respuestas a «¿Qué pasa con la ciencia en las bibliotecas públicas?»

  1. Muy buen artículo. Es verdad que la ciencia es una de las grandes marginadas en las bibliotecas y que se hace poco por su difusión. Voy a poner un ejemplo de oportunidad «desaprovechada» en mi ciudad, por ejemplo: hace poco han propuesto para el Premio Nobel a un científico de mi ciudad. Pues bien, ¿no sería buena idea por parte de la biblioteca organizar un centro de interés que tenga que ver con este acontecimiento? ¿Preparar una guía de lectura? ¿Invitarle incluso a impartir una charla informal? Nada de esto. En fin, artículos como éste son muy necesarios para poner en valor a la ciencia. Al fin y al cabo, vivimos en una sociedad científica. Un saludo.

    1. Muchas gracias Eduardo, me alegra que te haya gustado. Una lástima lo que comentas sobre el caso de la biblioteca de tu ciudad: ojalá que poco a poco podamos ir concienciándonos sobre la importancia de aprovechar esas oportunidades, tanto para la imagen de la biblioteca como para contribuir a difundir el conocimiento científico entre la sociedad. Gracias de nuevo, un saludo.

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