“Hola, soy Fátima y soy bibliotecaria”. Con este inicio, desde la humildad y absoluto respeto, reconozco mi vocación en un espacio seguro, en igualdad de condiciones (categoría arriba, categoría abajo) con las personas que leen habitualmente este blog, y lo hago apelando a la identificación mutua. No es una confesión, es una declaración de intenciones y compromiso con las personas usuarias.
Porque, al igual que en los grupos de apoyo mutuo, las personas que trabajamos en bibliotecas también:
- Reconocemos la necesidad de acompañar a quien llega, sin juzgarlo.
- Nos comprometemos a estar presentes de forma constante, paciente y discreta.
- Creamos espacios seguros, donde se puede explorar, aprender, equivocarse y volverlo a intentar.
- Sabemos que cada persona tiene su propio ritmo y camino.
Y creemos firmemente en la fuerza del grupo, en el poder de una comunidad que crece compartiendo. En nuestras salas no se aplauden discursos ni se piden credenciales, basta con entrar para formar parte.
Esto conlleva admitir compromisos, y también como en los mencionados grupos de apoyo, podríamos establecer Doce Promesas, pero en nuestro caso, con respecto a cada una de las personas a las que servimos. Las Doce Promesas de Alcohólicos Anónimos, por ejemplo, describen lo que puede llegar a pasar cuando alguien se entrega al proceso, a la comunidad y al cuidado mutuo. Como profesionales de bibliotecas, también podríamos establecer Doce Promesas Bibliotecarias, orientadas a cada una de las personas a las que atendemos. Promesas no grabadas en mármol, sino en la práctica diaria, con humanidad y constancia, hablándoles a cada una de ellas de tú a tú mediante nuestro trabajo, pongamos tal que así:
- Descubrirás que no estás sola/o: siempre hay alguien al otro lado del mostrador o de la pantalla a tu disposición.
- Te ayudaremos a encontrar palabras cuando no sepas cómo nombrar lo que buscas, y si no las encontramos, las inventaremos en conjunto.
- Sentirás que la biblioteca también es tu espacio, porque se construye contigo, no para ti.
- Fortalecerás la confianza en tu capacidad para aprender, disfrutar y pensar: aquí no hay errores, sólo caminos por explorar.
- Comprenderás que el saber no es un lujo, es un derecho, y que tú lo mereces.
- No te juzgaremos por lo que no sabes, por lo que lees, por lo que preguntas: nuestro trabajo es acompañarte, no evaluarte.
- Encontrarás consuelo y cobijo en las historias de otras personas, porque la lectura también es una forma de compañía.
- Te mostraremos otras perspectivas, otros mundos, otras voces, especialmente las que han sido silenciadas o ignoradas.
- Aprenderás a confiar en tu curiosidad, es tu mejor brújula.
- Sentirás que formas parte de una comunidad de personas que leen, participan, preguntan, crecen y se transforman.
- Recordarás que la cultura no es algo lejano, es lo que hacemos cada día y que está en tus palabras, tus libros, tus dudas, tus raíces. “Es la cotidianeidad de los valores con los que nos movemos en la vida”, así lo dijo José Mujica.
- Y, cuando lo consideres, sabrás que siempre puedes volver, porque las bibliotecas no cierran la puerta a nadie.
Quisiera destacar, además, que la IFLA nos recuerda en su código de ética para bibliotecarios y otros trabajadores de la información, que «la bibliotecología es, en su esencia, una actividad ética que incorpora un método de gran valor al trabajo profesional con la información«.
Con todo esto muy presente, recuerdo que no hace mucho vino una mujer octogenaria a la biblioteca a devolver un libro, una usuaria muy querida por todo el personal. Cuando me lo entregó, de primeras pensé que el libro no era de la biblioteca porque le faltaban algunas de las señas de identidad como el tejuelo, la etiqueta identificativa con el código de barras o la camisa. Además, estaba escrito con bolígrafo en la cubierta y podía ver algún que otro manchurrón de tinta blanca y negra. Un perfecto eccehomo bibliotecario.
– Pero, ¿está segura de que este libro es nuestro?
– Sí, sí, lo que pasa es que lo arreglé. Tuve que hacerlo porque lo vi tan estropeado, que le pinté las esquinas de las tapas, que estaban gastadas, le puse pegamento a algunas páginas, y también tiré la hoja esa de propaganda que tenía todavía pegatinas de la librería, que supongo que os habríais olvidado de quitar. Luego me di cuenta de que por fuera le faltaba el título y el nombre del autor, así que yo se lo escribí a bolígrafo para que supierais qué libro era.
Mi cara tuvo que ser un cuadro de Picasso en su época cubista, porque ni siquiera el título y el autor correspondían con la obra. Mis emociones fluctuaban entre el desconcierto, el mutismo, el asombro y la ternura. “¿Qué le digo yo ahora a esta mujer?”. Supongo que no hay una respuesta exacta, de esas por las que te preguntan en los exámenes de oposición tipo test, y si fuera un caso práctico que resolver, las variantes de soluciones también podrían ser muy diversas, según a lo que cada profesional o cada entidad le dé prioridad. Mi mente decía: “un libro para reponer, no hay presupuestos aprobados, a ver cómo consigo hacerle ver que lo que ha hecho no puede volver a hacerlo…”; y mi corazón solamente dijo: “¡ámala!”. Y me quedé con el corazón que, como norma general, te lleva donde importa aunque la razón no siempre lo entienda.
Bien es cierto que, tras consultar con compañeras, en la conversación le di las “gracias por el trabajo que has hecho, pero no hace falta que vuelvas a hacerlo, no te preocupes”. No estoy segura de si entendió lo que le quise decir, porque no fui lo suficientemente clara por la dificultad que suponía… Todavía no ha vuelto, supongo que lo sabré en su próxima visita.
En casos tan concretos como este, una se da cuenta de lo importante que es saber comunicarse desde la comprensión, teniendo unas claras convicciones deontológicas, y saber cómo llevarlas a cabo en el día a día de la mejor manera, aunque suponga cierto riesgo o conflicto.
En esas Doce Promesas que he escrito antes, donde las personas son las protagonistas de nuestro trabajo, no los libros, las estadísticas, ni los proyectos sobre el papel, sino las personas; la empatía es el eje vertebrador, el gran poder que establece los vínculos humanos y que tenemos la suerte de poder ejercer como una gran responsabilidad en nuestro trabajo (dejadme que reformule aquí la cita del tío Ben a Spiderman, que vi la película ayer).
De esta situación surge el post de hoy, y con su redacción me lanzo también a proponer un Juramento Bibliotecario basado en la idea del Juramento Hipocrático:
“Como personal de bibliotecas, ejercemos nuestra labor desde el respeto, el compromiso y la convicción de que toda persona tiene derecho a acceder libremente al conocimiento, sin juicios ni barreras. Acompañamos con escucha y cuidado, reconociendo que el saber adopta muchas formas y que cada búsqueda es valiosa. Defendemos la intimidad de quienes nos consultan y promovemos la pluralidad de voces, prestando especial atención a aquellas que han sido históricamente silenciadas. Nuestra labor no está guiada por intereses comerciales ni modas, sino por el deseo de ofrecer servicios, lecturas y recursos que enriquezcan, transformen y generen pensamiento crítico.
Entendemos la biblioteca como un espacio de acogida, aprendizaje y calma, donde las personas puedan sentirse seguras para explorar, preguntar y crecer. Nos comprometemos a mantenernos en formación constante y a aprender también de quienes nos rodean. Sabemos que nuestra misión no es sólo conservar libros, sino acompañar procesos de descubrimiento, fomentar la curiosidad y abrir caminos hacia otros mundos posibles. Porque cuidar el vínculo entre las personas y el conocimiento es, en esencia, nuestra forma de cuidar el mundo. Y, sobre todo, tenemos la convicción de que cada persona que entra en la biblioteca importa”.
Me encanta tu post, Fátima. Gracias por ser tan clara y tan intensa, eso viene muy bien a los que trabajamos en bibliotecas desde hace muchos años, nos hace recuperar el amor por nuestra función y recordar las motivaciones principales que nos hacen venir cada día a uno de los lugares más maravillosos del mundo: las bibliotecas. Me recuerda el privilegio de ejercer este trabajo, que en realidad es más un gozo que una carga: porque los que trabajamos en aquello que nos gusta, no hemos tenido que venir a trabajar casi ningún día… ¡Estupendo artículo!
¡Muchas muchísimas gracias, Mercedes! Me alegro infinito de que este texto te haya transmitido un «reconectar» con el amor que sentimos por nuestra profesión, porque, como tú dices, yo también me considero una privilegiada, aunque a veces se nos olvide en el día a día. No sabes lo que significan para mí mensajes como el tuyo. Muchas gracias y que tengas un buen día de «no trabajo» 😉 ¡Saludos!