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Un faro en la oscuridad, por Mercedes Carrascosa Jiménez

Un faro en la oscuridad Por Mercedes Carrascosa JiménezCuando era pequeña iba con mi familia a veranear a un pequeño pueblo de costa. Un tranquilo enclave marinero, con poco desarrollo turístico entonces y en el que los veranos eran sobre todo un derroche de libertad en el que se podía disfrutar de la naturaleza en plenitud: el mar, la costa, la montaña, los deportes al aire libre y cómo no también las entrañables amistades veraniegas. Cerca del pequeño pueblo había un faro al que se podía llegar dando un agradable paseo, disfrutando de la brisa marina y de la exuberante vegetación tropical: caña de azúcar, galán de noche, palmeras y vegetación tropical e infinidad de impresiones, colores y aromas que se han quedado grabados en mi memoria de un modo indeleble.

Cada vez que subía al faro la excursión era durante el día pues al bordear la carretera, por seguridad, no era muy recomendable subir cuando había anochecido para evitar riesgos, dada la escasa visibilidad. Así que cuando subía, el faro siempre estaba apagado pues  la costa se vislumbraba con claridad por las embarcaciones. Nunca lo vi encendido, evidentemente, pero sabía que estaba ahí, silencioso, omnipresente, vigilante.

Muchos años después, cuando he tenido el privilegio y la suerte de ejercer la profesión de bibliotecaria, es decir de poder tener acceso a la información en todos sus formatos y en todas las áreas de la cultura y de la creación y de poder gestionar y ofrecer todo ese caudal de conocimientos a los ciudadanos, he pensado que aquello a lo que me dedico profesionalmente tiene una gran similitud con la experiencia personal, tan viva y tan gratificante, que contaba al inicio de este artículo. 

Y es que cada vez que una biblioteca abre sus puertas es como si se abriera la puerta a un tesoro inmenso de incalculable valor, como si tras un estrecho túnel se llegase por fin a un paraíso de belleza y de abundancia sin límites. O tal vez similar a un espacio mágico y único, en el que bastase conocer el modo de adentrarse en él mediante un sencillo conjuro que es tener curiosidad y querer ir más allá del espejismo de una realidad plana y sin brillo. Y por supuesto, entrar en un faro que, valiente  y firme, se yergue sobre un acantilado, irradiando una potente luz a todo aquel navegante que surca mares y quiere llegar a buen puerto…

Tanto los que trabajamos en bibliotecas, en archivos, en centros de información como los que hacen uso de todo lo que ofrecen estos lugares podemos estar seguros de que viviremos aventuras sin límites y recorreremos caminos infinitos repletos de sorpresas y descubriremos nuevos mundos en lugares insospechados. Cada libro, cada partitura o imagen, cada fotografía, revista o legajo contienen en sí la memoria viva de hombres y mujeres que nos precedieron y nos acompañan en la aventura de vivir, compartiendo su saber, su historia, su imaginación, sus conocimientos o su arte. Estamos rodeados de un universo tan vasto, a veces tan desconocido y profundo que con seguridad podemos decir que no tiene fin. Y a la vez, flotamos en islas que forman un rosario de archipiélagos unidos por algo intangible pero real: la memoria y el testimonio de la historia humana en todas sus manifestaciones y ámbitos. 

¿Todavía hay voces que dudan del valor y la importancia de nuestras bibliotecas, de nuestros archivos, de nuestras hemerotecas y museos, de cada uno de los lugares donde se custodia y ofrece el resultado tangible del paso del hombre por la historia y de cómo cada uno la vive y la interpreta? ¿Aún tenemos que explicar que estos lugares no son algo anodino e innecesario porque ya con la red de redes tenemos todo en la palma de la mano y no necesitamos nada más para acceder al conocimiento, al ocio y a la interconexión con el resto de la humanidad?

Será que quienes piensan así es que no entran mucho en una biblioteca. O será que los que trabajamos en ellas no hemos sabido transmitir con convicción y entusiasmo lo que podemos ofrecer desde nuestros centros. No sólo silencio y concentración. También música, risas, cuentos, encuentros familiares, lecturas compartidas, creatividad y comunidad. En definitiva, información y vida. 

Por eso me gusta afirmar que las bibliotecas son como faros luminosos en medio de la oscuridad de la noche, que avisan de que la tierra está cerca, y si no existieran ni estos ni aquéllas, no podríamos guiarnos en una delgada franja entre la oscuridad de la ignorancia, rodeados de silencios e incertidumbre, y la luz potente del conocimiento y la creatividad de los seres humanos a través de los siglos.

No permitamos que estos faros se apaguen.  Mantengamos encendido el fuego al que todos puedan acercarse sin miedo, para iluminar su mente, su vida, su transitar por la emocionante aventura de la vida. Allí estaremos los encargados del faro, prestos a compartir esa luz que antes nos atrajo a nosotros y que ahora multiplicamos y extendemos a través de ventanas y espejos para irradiarla sin límites. Cuánto me gustan las bibliotecas, esos faros luminosos en la oscuridad y qué feliz me siento cuando tengo el privilegio de poder entrar en una de ellas.

Orgaz, marzo de 2025

 

#15añosBBT

Mercedes Carrascosa

Bibliotecaria, filóloga, apasionada lectora. Siempre investigando nuevos caminos para hacer de las bibliotecas lugares fundamentales para el desarrollo intergral de los ciudadanos.

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