Libros y clubes de lectura: resistencia, libertad y comunidad

Comienza el mes de septiembre y, quien más quien menos, deja atrás unos días de descanso. Septiembre, junto con enero, es el mes de los comienzos, de las promesas, de las cuestas arriba (o abajo), de los cambios… Y también es el mes en el que las bibliotecas vuelven a retomar sus ritmos, cargados de novedades literarias, de actividades formativas y culturales. Es el momento en el que una de las actividades más prolíficas resurge como si de un fénix se tratara: el club de lectura, un espacio de resistencia, libertad y comunidad.

Hace unas semanas leía un artículo acerca de cómo las mujeres afganas, tras el regreso de los talibanes al poder en 2021, han creado clandestinamente sus propios clubes de lectura. Gracias al poder de las nuevas tecnologías, como WhatsApp o Telegram, se ha promovido una gran red de resistencia en la que cientos de mujeres comparten libros y debaten sobre ellos, fomentando un espacio de encuentro y reconocimiento mutuo donde hacer frente a la exclusión a la que se han visto sometidas en ámbitos como la educación, el trabajo o los espacios públicos.

Mujeres afganas leyendo

Imagen realizada con IA Gemini

 

En seguida, recordé la película que también vi hace unas semanas: Leer ‘Lolita’ en Teherán. El título, homónimo de las memorias publicadas por Azar Nafisi hace más de 20 años, narra su experiencia sobre los encuentros que mantuvo con siete alumnas durante dos años para hablar sobre obras de autores como Jane Austen, Henry James, F. Scott Fitzgerald y Vladimir Nabokov. Reuniones que, a primera vista, podrían parecer sencillas de llevar a cabo, pero que, al igual que en el caso anterior, tenían que desarrollarse en la intimidad, por no decir clandestinidad, debido a la teocracia liderada por el ayatolá Jomeini tras la Revolución Islámica de 1979.

Ambos casos me hicieron pensar en cómo los libros pueden llegar a ser un refugio en épocas y lugares donde existe un férreo control de lo que se puede hacer o no, incluso pensar. Me hicieron reflexionar sobre el poder que tienen los libros para abrir una brecha en situaciones complicadas y, sobre todo, cuando esas situaciones se comparten con otras personas que están viviendo lo mismo.

Y en este pensar, recordé que hace unos meses se recuperaron tres artículos de Emilio Lledó, publicados originalmente en el diario El País, bajo el título Necesidad de la literatura. Pese a la brevedad de los textos, su mensaje no hace más que reforzar el poder que tienen los libros, la lectura y el lenguaje: nos permiten escapar del pensamiento repetitivo y continuo de nuestro día a día y descubrir nuevas voces y mundos, nuevas formas de acercarse a la realidad y compartirla con los demás. Los libros nos ayudan a encontrar respuestas a interrogantes que, en muchas ocasiones, no sabemos cómo enfrentar.

Los casos de las mujeres afganas e iranís son solo un pequeño ejemplo de cómo los clubes de lectura son un espacio para resistir y defender el poder de los libros. Si, como recoge el tráiler de la película antes citada, «los buenos libros deben incomodar y deben hacernos cuestionar lo que damos por hecho», los clubes de lectura son un espacio donde compartir lo que nos incomoda, lo que nos atrae o incluso lo que detestamos. Son un lugar donde expresar libremente lo que pensamos, dialogar no solo con nosotros mismos, sino con los demás. Son un espacio de (re)encuentro, de enfrentamiento, de resistencia y de conocimiento; un lugar donde replantearse todo lo que nos rodea y (re)conocerlo mejor gracias al poder de las palabras, de las ideas, de los libros.

Cuando se sinceraban y emocionaban era al comentar las obras. Las novelas eran un escape de la realidad, en el sentido de que podíamos maravillarnos de su belleza y perfección y arrinconar los cotilleros sobre los tutores, la universidad y las patrullas de la moralidad en las calles. Había cierta inocencia en la lectura de aquellos libros; los leíamos alejadas de nuestra propia historia y esperanzas, como Alicia corriendo tras el conejo blanco y metiéndose en el agujero. Esta inocencia rendía sus frutos: no creo que sin ella hubiéramos podido entender nuestra propia torpeza expresiva. Curiosamente, las novelas con las que escapábamos nos condujeron finalmente a interrogarnos sobre nuestra propia realidad, sobre la que nos sentíamos tan impotentemente mudas

Leer ‘Lolita’ en Teherán, pp. 62-63

Creo que nunca está de más recordar, no solo a nosotros sino también a nuestros usuarios, el poder de los libros y de los clubes de lectura. Quizá es el momento, ahora que proliferan en doquier, de recordar que las bibliotecas son ese espacio donde reunirse para compartir el libro y la literatura. Porque, como defiende Lledó,

La literatura no es solo el principio y origen de libertad intelectual, sino que ella misma es un universo de idealidad libre, un territorio de la infinita posibilidad.

Necesidad de la literatura, p. 21

 

 

Nota aclaratoria: la cita extraída del libro Leer ‘Lolita’ en Teherán se refieren a la edición publicada por El Aleph Editores en 2003. En cuanto al libro de Lledó, Necesidad de la literatura, se trata de la edición publicada por Nórdica en 2025.

Luis Miguel Macías

Colaborador en BiblogTecarios. Es director de la Biblioteca Pública de Salamanca Casa de las Conchas. Es graduado en Filosofía (2012-2016) y en Información y Documentación (2016-2020) por la Universidad de Salamanca. Ha cursado el Máster en Patrimonio Textual y Humanidades Digitales (2020-2021) en la misma universidad y el Máster propio La Biblioteca como Agente de Transformación Socioeducativa (2022-2024) en la Universidad Complutense de Madrid.

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