Lo imaginario. Lo simbólico. Lo real. El filósofo y psiquiatra francés, Jacques Lacan, compuso en sus aportes teóricos un esquema de la constitución psíquica denominada la “Teoría de los tres órdenes”. Según esta teoría, concluyó que “el registro de lo real es lo más complejo, es aquello que no se puede expresar a través del lenguaje”.
Si nos paramos a analizar todos los atributos y definiciones que rodean a las bibliotecas, creo que no podría estar más de acuerdo con su planteamiento: bibliotecas accesibles, bibliotecas digitales y virtuales, bibliotecas híbridas, bibliotecas hexagonales, bibliotecas humanas, bibliotecas inclusivas, bibliotecas integradas, bibliotecas móviles, bibliotecas relacionales, bibliotecas sostenibles, bibliotecas inteligentes (IA), CRAI (Centros de Recursos para el Aprendizaje y la Investigación)…
En la educación reglada o temarios de oposición encontramos también diferentes tipologías de clasificación de las bibliotecas. Por elegir una de ellas, entre las que enumera la UNESCO tenemos: bibliotecas nacionales, bibliotecas de instituciones de enseñanza superior, bibliotecas especializadas e importantes no especializadas (sí, lo de importantes dejémoslo en que “admitimos pulpo como animal de compañía”), bibliotecas escolares, bibliotecas públicas (o populares). Y aunque similares respecto a objetivos, por supuesto, cada una de ellas tiene funciones, metodologías y personas usuarias propias.
Nuestra jerga las considera socialmente además, como el tercer espacio después del hogar y el trabajo, lugares de encuentro, creadoras de comunidad, espacios de descubrimiento e innovación, espacios maker, el corazón cultural de una localidad, refugios, memoria y futuro de la humanidad…
Loly León (Biblioteca Municipal de Arucas) habló de ellas como «el ágora del siglo XXI«.
Juan Sobrino (Biblioteca Municipal Soto del Real) dice que “la biblioteca es un lugar donde encontrar los abrazos perdidos”.
Catuxa Seoane (Bibliotecas Municipais da Coruña) las erige “más como intermediadores que como actores, pasando de ser centros culturales a ser centros sociales, transformándose en espacios de aprendizaje, encuentro e inserción social”.
Y el lema que promulgó Gloria Pérez-Salmerón mientras ejerció como presidenta de IFLA fue: “Bibliotecas, motores para el cambio social”. Tenéis aquí su discurso final al abandonar el cargo, acompañado de comentarios de Julián Marquina.
Yo misma, en mi presentación como colaboradora en este bendito blog, humildemente me referí a las bibliotecas como “agentes sociales que no dejan a nadie atrás”. Otra definición utilizada previamente antes de que yo lo hiciera, y también alejada de lo que podría aparecer en un diccionario.
Eric Klinenberg, autor del libro Palacios del pueblo: políticas para una sociedad más igualitaria, denomina «infraestructura social» a los espacios físicos que fomentan la interacción y cohesión entre las personas, como por ejemplo las bibliotecas. Y Ali Smith en su libro Biblioteca pública recoge una cita de Sophie Mayer que dice así:
“Las bibliotecas salvan el mundo, y mucho, pero fuera del modo narrativo de heroísmo: mediante la acción contemplativa, de forma anónima y colectiva. Para mí la biblioteca pública es el modelo ideal de sociedad, el mejor espacio compartido posible, una comunidad de consentimiento, un colectivo anarcosindicalista donde cada persona persigue su propio objetivo (educación, entretenimiento, afecto, descanso) respetando a los demás a través del mejor medio posible para la transmisión de ideas, sentimientos y conocimiento: el libro”.
(Hay veces que puedes enamorarte de alguien solamente con escuchar o leer una frase suya, y heme aquí con Sophie. ¡Pero sigo!).
Y ante la versatilidad de todas estas definiciones y clasificaciones, nos encontramos que las personas usuarias todavía se siguen preguntando si para trabajar en una biblioteca hace falta formarse o si estamos leyendo detrás del mostrador durante nuestra jornada.
Pensemos ahora por un momento en qué queremos decir cuando le espetamos a cualquier menor: “¡Pórtate bien!”. ¿Qué es bien? En realidad, no es nada. Lo que realmente queremos transmitirle son cuestiones concretas: no grites, habla después de tragar, cédele el sitio en el autobús a una persona mayor, o hazle un masaje en los pies a tu madrina de vez en cuando (podría encajar en las normas de buen comportamiento, ¡no os riais!).
A Fernando Juárez Urquijo (Biblioteca de Muskiz) le preocupaba en esta entrevista de 2016 que “no hayamos conseguido que los responsables políticos apuesten por la biblioteca”. Y añadía: “creo que estamos perdiendo el norte invocando futuros (que tal vez no sean los nuestros) que nos hace sentirnos cuestionados mientras se nos escapa el presente”.
¿Será entonces que, si ni siquiera el personal de bibliotecas sabemos con certeza “lo que somos”, resulta aún más difícil que terceros, entre los que se incluyen las personas usuarias o responsables políticos, recojan y valoren todo lo que las bibliotecas pueden ofrecer a la sociedad?
Las palabras sirven para identificar conceptos que nos faciliten la comunicación. Relacionarnos y entendernos, al fin y al cabo. Pero bien es cierto, que si nos limitamos a su significado estricto quizás no llegarían nuevas acepciones. Porque el progreso social también viene de las palabras. Ahora el término “femenino” ya no incluye la definición de “débil, endeble”; del mismo modo que “masculino” ya no equivale a “enérgico”. Miguel de Unamuno llamaba a la lengua “la sangre del espíritu” y Pablo Neruda le dedicó estos versos en su poema Oda al diccionario:
Diccionario, no eres
tumba, sepulcro, féretro,
túmulo, mausoleo,
sino preservación,
fuego escondido,
plantación de rubíes,
perpetuidad viviente
de la esencia,
granero del idioma.
El filósofo José Carlos Ruiz, en su libro El arte de pensar dice que “es urgente imponerse una higiene mental preventiva para que otros no construyan tu mundo”. ¿Y cómo se hace eso si no es mediante las palabras, un lenguaje y una manera de comunicarnos reflexiva, analítica, crítica y llena de futuribles? Pero, el mundo de las bibliotecas, ¿cuál es en concreto? La permeabilidad y la flexibilidad, que parece que no tienen cabida en un mundo tan polarizado y categórico como el actual, sin embargo, son atributos intrínsecos a las bibliotecas. Y es que en las bibliotecas también se hacen conciertos, catas de vino, yoga, exposiciones de trajes regionales o cursos de cocina.
La carta de presentación del bibliotecario de Muskiz en exposiciones en público o conversaciones informales es: “nunca he sabido qué debe hacer un bibliotecario en la biblioteca… afortunadamente”. Y en una conversación por Whatsapp con él sobre el contenido de este post, me comentó:
“Creo que precisamente esa falta de definición fija es lo que mantiene a la biblioteca viva y en constante evolución. La sobreabundancia de etiquetas como ‘inclusivas’, ‘relacionales’, ‘sostenibles’ etc., refleja un intento de encajar algo que, en mi opinión, es más una práctica que un concepto rígido. Para mí, la incertidumbre no es un problema, sino una bendición: nos obliga a cuestionar, a redefinir nuestra profesión y a adaptarnos a las necesidades cambiantes de nuestras comunidades. No es que no sepa qué hacer en una biblioteca, si no que el qué hacer nunca es definitivo. Es algo que descubrimos continuamente en función del contexto. En definitiva, esa falta de claridad formal nos permite explorar, experimentar y, sobre todo, mantener viva la esencia de las bibliotecas. Y creo que ahí está su verdadera riqueza”.
Me pregunto qué efectos bibliométricos podría tener esta cita tan reveladora fuera de Whatsapp, porque debería tenerlos. Mark Zuckerberg, ya que nos espías, hazlo con criterio y quédate con estas reflexiones, que todos los días se puede aprender algo.
¿Estaremos realmente perdiendo el norte entre tantos atributos?, ¿es esto una ventaja o un inconveniente?, ¿hasta dónde podemos llegar?, ¿cuáles son los límites de nuestros paradigmas respecto a las bibliotecas?
Querido, Jacques Lacan, efectivamente venimos a corroborar esa complejidad de registrar “lo real” donde las palabras se nos quedan cortas también en el ámbito bibliotecario.

Fátima, tu artículo es un viaje apasionante a través de las múltiples capas que envuelven a las bibliotecas, desde su dimensión simbólica hasta su papel tangible en la sociedad. Me ha hecho pensar en cómo, en nuestro intento de definirlas, a veces las enmarcamos en etiquetas que, lejos de limitarlas, las muestran como organismos en continua evolución.
Esa indefinición que mencionas no es un vacío, sino un reflejo de su capacidad de adaptación. Porque, al final, las bibliotecas no son solo lo que hacemos en ellas, sino lo que provocan en quienes las habitan: aprendizaje, descubrimiento, pertenencia. No es casual que tantas voces –de la literatura, la filosofía o la biblioteconomía– coincidan en verlas como el último refugio de la comunidad.
Quizás ahí esté la clave: las bibliotecas no tienen un único significado porque son muchas cosas a la vez. Y esa fluidez, en un mundo que busca etiquetas rápidas, es su verdadera fortaleza.
Así, es Catuxa. La permeabilidad y flexibilidad son atributos intrínsecos a las bibliotecas, y eso es lo que las hace fuertes, como dices. Me alegra que también lo hayas visto en mis palabras. Gracias por tu espléndido comentario, sin duda, una fuente de motivación. Apertas!