La figura de los Centros Provinciales Coordinadores de Bibliotecas ha sido (y sigue siendo en algunos territorios) una pieza clave en el diseño, implementación, desarrollo, control, y extensión de los servicios bibliotecarios públicos para la España rural, donde la colaboración de varias administraciones en el empeño (central, provincial y municipal) le confiere desde su nacimiento un carácter de modernidad sorprendente para una entidad que nace en 1940.
Si hoy defendemos que las bibliotecas públicas han de llegar al cien por cien de la población, que deben estar constantemente conectadas con la realidad social y territorial, que han de contar con una nutrida y ajustada representación de la comunidad a la que sirven, que son instrumentos autónomos dentro de un entramado amplio de servicios con unidad de objetivos y procederes, que todas las administraciones con competencias bibliotecarias deben trabajar coordinadamente para su óptimo desarrollo, si defendemos todo eso, hay que resaltar que ya los Centros Provinciales Coordinadores de Bibliotecas funcionaban con este ideario desde su fundación.
Los Centros Provinciales Coordinadores de Bibliotecas nacen como organismos autónomos, con el fin de extender los servicios bibliotecarios públicos por las áreas rurales de las provincias españolas, para lo cual ejercían una intermediación entre la administración bibliotecaria nacional y las bibliotecas municipales de las distintas localidades, sobre las que se aseguraba cumplieran las normas legales y profesionales emanadas del Estado, al tiempo que les servía a ellas mismas de canal de comunicación con los altos órganos bibliotecarios de la nación. Asimismo, y fruto de esta labor, los Centros Coordinadores también se encargaban de la recogida de los datos estadísticos de las bibliotecas municipales y de su traslado a Madrid.
El antecedente de los Centros Coordinadores fueron los Patronatos Provinciales para el Fomento de las Bibliotecas, los Archivos y los Museos, que surgieron en plena guerra civil (1938) y fueron incluidos entre los órganos consultivos, asesores, técnicos o colaboradores de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas (Decreto de 24 de julio de 1947) Dichos Patronatos, conservando sus propósitos y funciones, pasarían a formar parte de los Centros Coordinadores en 1952, con la aprobación del Reglamento del Servicio Nacional de Lectura (Decreto de 4 de julio de 1952)
El primer Centro Coordinador nace en Oviedo en 1940, propuesto por su Diputación Provincial, a partir de la fuerte tradición de biblioteca pública emanada de los ateneos y casinos obreros, y de otras iniciativas populares, cuyo fruto permanecía presente en la mentalidad colectiva de la provincia asturiana. El Centro Coordinador de Oviedo pasará a ser, por tanto, el modelo para la nueva organización bibliotecaria del país, oficializada en 1952 con la aprobación del Reglamento del Servicio Nacional de Lectura, sobre tres pilares básicos: su Oficina Técnica, los Centros Provinciales Coordinadores de Bibliotecas y las Bibliotecas Municipales.
La materialización de la nueva idea por el resto de provincias se realizó, en principio, mediante la convocatoria de concursos, por los que el Estado se garantizaba el compromiso de las diputaciones en la creación y mantenimiento de sus Centros Coordinadores respectivos atendiendo a la normativa impuesta por aquel. A cambio, en un primer momento, recibían una dotación de 100.000 pesetas para su puesta en marcha.
Entre 1946 y 1951 se publicaron cinco concursos, que dieron lugar al nacimiento de veinte Centros Coordinadores, algunos de ellos ejemplos notables en su desarrollo como los de Zaragoza, Soria o Toledo.
Coincidiendo con el éxito del nuevo modelo, se reorganiza la legislación y la estructura de los servicios bibliotecarios mediante la creación de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas (Decreto de 24 de julio de 1947), una de cuyas piezas claves fue el Servicio Nacional de Lectura, concebido en su organigrama como servicio y biblioteca al mismo tiempo.
La aprobación del Reglamento del Servicio Nacional de Lectura (Decreto de 4 de julio de 1952), fue fundamental para la extensión de forma generalizada a todo el país los Centros Coordinadores, que pasan a ser los “órganos encargados del gobierno del Servicio Nacional de Lectura en su demarcación…, que ejercerá en régimen mixto de Patronato y dirección técnica…, regulado por un Reglamento elaborado por aquel y aprobado por el Ministerio de Educación Nacional”.
Efectivamente, la gestión de cada Centro Coordinador tenía una doble vertiente, la técnica, en manos de un facultativo del Ministerio, generalmente el director de la Biblioteca Pública del Estado, y la político-social, personalizada en un Patronato que aglutinaba representantes políticos, sindicales y eclesiásticos, así como destacados intelectuales locales del mundo del libro y la enseñanza, por el que pasaban todos los asuntos relevantes del Centro y ante el que el director técnico rendía memoria anual y las propuestas de adquisiciones bibliográficas.
Muchas de las funciones de los Centros Coordinadores ya se han ido desgranando a lo largo del presente texto, si bien, en un afán por sistematizarlas, hemos de apuntar que fueron todas aquellas precisas para establecer un sistema provincial de biblioteca pública que llegara al total de la ciudadanía, con las debidas garantías posibles en la calidad, profesionalidad y pertinencia de sus servicios: planificación bibliotecaria del sistema provincial; selección, adquisición, proceso técnico y envío de publicaciones a las bibliotecas municipales; asesoramiento, formación y cobertura legal a los bibliotecarios municipales; visitas de inspección; actividades de animación a la lectura y de extensión cultural; extensión bibliotecaria (maletas viajeras, agencias de lectura, bibliobuses); solicitud y gestión de estadísticas; y publicidad y difusión sobre los servicios de lectura pública en la provincia.
En la mayor parte de las veces, los Centros Coordinadores contaron con directores bien formados y entusiastas de su labor, que compartieron como pudieron ésta con la dirección de la Biblioteca Pública del Estado correspondiente, así como las a veces complicadas, pero necesarias, relaciones con ayuntamientos y diputaciones, no siempre de colaboración, y en algunos lamentables casos rayando el obstruccionismo de los caciques locales.
Ello no fue obstáculo para que surgieran figuras señeras en el panorama bibliotecario nacional, verdaderos maestros a los que los profesionales de hoy debemos mucho, más allá de su magnífica obra en los respectivos centros coordinadores, como, por ejemplo, Luis García Ejarque, al frente de la Oficina Técnica del Servicio Nacional de Lectura; José Antonio Pérez-Rioja, director del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas de Soria; Julia Méndez Aparicio, responsable de la organización bibliotecaria provincial de Toledo; o José María Fernández Catón desde el Centro Coordinador de León.
Con la llegada de la España de las autonomías, cada comunidad adquirió las competencias en bibliotecas y fue dando diferentes soluciones a la cuestión rural, con lo que la figura del Centro Coordinador fue sustituida, en el mejor de los casos, por otras entidades, con distinta denominación, de funciones básicas análogas, directamente dependientes de los nuevos gobiernos regionales.
Actualmente existen comunidades autónomas donde se ha conservado el nombre, la figura y la labor de los Centros Coordinadores, especialmente en el caso de Castilla y León, donde no aparecen en su Ley de Bibliotecas (Ley 9/89, de 30 de noviembre), ni siquiera en el Decreto 250/1996, de 7 de noviembre, por el que se delega el ejercicio de funciones en materia de Sistemas Provinciales de Bibliotecas en las Diputaciones Provinciales, pero sí en los acuerdos firmados resultantes; es decir, con una cobertura legal débil, que incide directamente en la variopinta situación entre los centros de sus nueve provincias, que oscila desde la preservación del Patronato con personalidad jurídica propia, hasta los que están totalmente integrados en el organigrama de la Junta de Castilla y León, pasando por los que comparten personal e instalaciones regionales y locales.
La historia de los Centros Provinciales Coordinadores de Bibliotecas nos enseña que los esfuerzos por implantar una organización bibliotecaria efectiva en el medio rural no son de ahora, ni constituyen una empresa imposible de realizar; y que en una época donde la libertades no eran las de hoy, existía un ejército de bibliotecarios bien organizados, con unos principios profesionales modernos, profundamente implicados en llevar las bibliotecas y sus beneficios a las gentes del campo.
Más información:
- Ana María Rodrigo Echalecu. Las bibliotecas públicas durante el primer franquismo: entre la continuidad y la ruptura.
- Roberto Soto Arranz. Historia del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas de León (1948-1986). León : Instituto Leonés de Cultura, 1995.
Muchas gracias por esta reseña tan llena de buenos recuerdos para mi. Soy Lola del Olmo y trabajé muchos años y con mucha pasión en el Centro Coordinador de Bibliotecas de Albacete. Magníficos recuerdos tengo de aquellos años. Ahora me doy cuenta que con ello estábamos dando contenido cultural a esa España que entonces estaba vaciada pero deseosa de saber.
Un abrazo
Muchas gracias a ti, Lola, por tu dedicación y tu testimonio. Tienes toda la razón sobre el gran significado de vuestro trabajo en aquel tiempo. En su día, Julia Méndez Aparicio me comentaba su convencimiento de que si la gente del campo no leía era por falta de oportunidades, puesto que cuando se les ofrecían era todo un éxito.
Un abrazo.
Me ha sorprendido gratamente tu artículo, ya que no se prodigan mucho las contribuciones e investigaciones sobre la historia reciente de nuestras bibliotecas públicas.
Muchas gracias Roberto por citar mi Memoria de Máster, por si lo desconocías, seguí investigando y la memoria se convirtió en Tesis y luego en publicación, bastante mejorada, Se titula «El libro autárquico y la biblioteca nacionalcatólica». También en la Historia de la edición en España (1939-1975) / Jesús A. Martínez Martín (dir.). — Madrid : Marcial Pons Historia, 2015, hay varios capítulos dedicados a las bibliotecas y a la política del libro de esos años.
Tu libro me sirvió mucho para conocer los inicios de los centros coordinadores.
Muchas gracias, Ana María.
Efectivamente no es muy corriente tratar nuestra historia reciente en bibliotecas públicas, a pesar de la gran labor que se llevó a cabo, en unos momentos mucho más difíciles que los actuales en todos los sentidos.
Me alegro mucho de tu tesis y de tu libro, que seguro adquiriré deseando leerlo ya, y por las demás referencias que apuntas.
Sumergirme en ese mundo fue para mí toda un descubrimiento, que no solo me enseñó a valorar aún más a todos esos maestros sino que me dio una nueva perspectiva de la realidad, muy valiosa en el día a día de mi trabajo al frente del Centro Coordinador de León.
Un abrazo.
Buenos días, Roberto:
Investigando sobre los Centros Provinciales Coordinadores he encontrado tu valioso artículo, muchas gracias. Tengo una duda que no consigo despejar sobre la ubicación de estos centros. En algún sitio leo que estaban ubicados en municipios que no eran capitales de provincia. Sin embargo, en otras fuentes leo que estaban (o están) integrados en las Bibliotecas Públicas del Estado provinciales como una sección de las mismas. ¿Es posible que en un principio estuvieran fuera de las capitales y más adelante fueran integrados en la BPE?
Muchas gracias, saludos.