Tras la II Guerra Mundial, después de la catástrofe humanitaria que supuso la carnicería de las dos grandes guerras en la primera mitad del siglo XX, y que tan defisivamente marcaron nuestro mundo actual, la UNESCO, con la esperanza de evitar un nuevo error de tamañas dimensiones, publicó su Manifiesto sobre la Biblioteca Pública, entendiéndola como «la fuerza viva, al servicio de la enseñanza, la cultura y la información, y como instrumento indispensable para el fomento de la paz y de la comprensión entre las personas y las naciones».
La tolerancia y el respeto son pilares básicos para la paz, y ninguno de los dos es posible sin el conocimiento de la otra parte. La biblioteca pública moderna nace con el compromiso de asegurar las relaciones armónicas entre las personas, tanto como inviduos como grupo social.
Sin embargo, también las bibliotecas y sus servicios han tomado parte activa cuando han surgido los conflictos bélicos, animando a los soldados, entreteniendo sus mentes, afirmando sus creencias, acercandoles su modelo de vida e incluso aportando informaciones sobre el enemigo. Uno de los mejores ejemplos a este respecto fueron las tres vías que durante la II Guerra Mundial procuraron el envío de libros desde Estados Unidos a sus combatientes.
Victory Book Campaign
Durante 1942 y 1943 la Victory Book Campaign desplegó toda una actividad tendente a la recogida masiva de libros procedentes de donaciones de ciudadanos particulares.
Se trató de un doble esfuerzo de las sociedades civil y militar norteamericanas, que supo involucrar no sólo a la ciudadanía, sino también a las estrellas cinematográficas del momento, que se prestaron a participar enarbolando eslóganes como “Nuestros hombres quieren libros”, “Queremos libros” o “Dona más libros, dona buenos libros”.
Sin embargo, el principal reclamo de la Campaña se consiguió por medio de carteles diseñados por los principales ilustradores del momento, entre los que sobresalió por su fama y por sus resultados C.B. Fall.
Para la recogida de los libros donados por el público se habilitaron puntos al efecto, entre los que se encontraban las propias bibliotecas públicas.
El resultado final fue la recogida de 10.209.713 libros, de los cuales solamente se pudo aprovechar el 56% con relación a su calidad. Por otro lado, el que muchos de esos libros fueran de tapa dura les añadía un sobrepeso que los dejaba en inferioridad de condiciones a la hora de competir con otros productos también destinados al frente en el momento de su transporte.
Book Council
La Victory Book Campaign fue sustituida en 1943 por el Armed Service Editions, programa del Council on Books in Wartime (Book Council) que fundamentó sus operaciones en el edición de sus propios títulos con destino a los soldados hasta 1946.
El Book Council lo constituían la reunión de editores, bibliotecarios y libreros, que veían la necesidad del envío masivo de libros a las zonas de batalla desde una selección concienzuda de las obras, con unos costes lo más reducidos posibles y mediante unos soportes de fácil transporte y uso en cualquier situación.
Tras conseguir importantes acuerdos con los editores, se llegaron a seleccionar para la edición hasta 1.322 títulos, en los entraban tanto los clásicos como obras coetáneas sobradamente reconocidas, sin olvidar la no ficción.
El resultado se materializó en 120 millones de ejemplares, de bajo costo, ya que se trataba de libros de bolsillo, de tapas blandas y con formato apaisado, lo que posibilitaba extraer dos obras distintas de la misma impresión.
Los libros del Book Council llegaron a las tropas en los mismos envío que las raciones o los cigarrillos, como un elemento más de su equipamiento diario, de ahí su gran éxito inmediato entre los combatientes, extensible a largo plazo, pues millones de soldados (entre 18 y 35 años) se convirtieron masivamente en lectores, hábito que seguirían manteniendo una vez termina la guerra.
Bibliotecas y bibliotecarios
La tercera vía para procurar el acceso de la lectura a los integrantes del ejército vino dada por la presencia de bibliotecas en todos los centros militares y buques de la armada, así como de bibliobuses en los campos de operaciones y en el propio frente.
Bibliotecarios militares y también profesionales compartían el destino de las tropas en lugares tan variopintos como Australia, Checoslovaquia o Alemania.
Los bibliobuses como tales fueron más frecuentes entre las fuerzas de ocupación (recuérdese los Amerika-Haus Bookmobiles de Alemania), mientras en plena guerra se improvisaban en camiones militares.
Sólo en Alemania en 1949 se contaban 77 bibliotecarios, 197 bibliotecas, 6 bibliobuses y 19 depósitos.