Llevamos décadas afinando sobre la concepción social de la biblioteca pública. La competencia de Google y otros buscadores y redes sociales sobre las labores tradicionalmente en manos de las bibliotecas, con una inmediatez, una ubiquidad y una universalidad difícilmente superables, ha hecho cada vez más necesaria la redefinición de su papel en una sociedad que evoluciona sin esperar a nadie.
Lo próximo, lo local, lo humano… lo social, constituyen la tabla de salvación al que hemos recurrido en los últimos tiempos de manera insistente, cuando ya habíamos olvidado que el propio nacimiento de la biblioteca pública, tal como la conocemos hoy, fue una iniciativa anglosajona para paliar las miserables condiciones de vida de la nueva clase trabajadora resultante de la revolución industrial, la cual encontraría en la biblioteca los medios y los contenidos precisos para su alfabetización y su progreso social por medio del conocimiento, imprescindible para llegar a mejores puestos de trabajo y, por ende, a una calidad de vida más digna.
La biblioteca pública, pues, entendida de esa manera, sería un agente social activo que se vale de la gestión cultural y del conocimiento para conseguir sus fines. El ascenso social sin cultura produce aberraciones.
La pandemia del covid-19 ha sido la prueba de fuego para determinar con hechos que nuestras teorías tenían una base real sólida, que estábamos preparados para demostrar su funcionamiento y su valía, en ninguna coyunta mejor que en ésta, en un estado de excepción sanitario y social como el que estamos viviendo. Era la oportunidad de oro para probar de qué somos capaces, la relevancia de nuestro sitio en la sociedad… pero, salvo honrosas y reconocidas excepciones, no ha sido así.
Mientras se mantuvo el confinamiento, es cierto que la cultura fue el elemento decisivo para garantizar el equilibro emocional de los hogares, pero mediante lo digital como canal predominante. La inmersión en lo virtual, sin menospreciarlo, ya no nos ha dejado ver más opciones, las de toda la vida, las que no necesitan grandes medios, como el correo postal, el teléfono, la radio, la televisión, la prensa en papel…
Nos hemos olvidado hasta de algunos de nuestros grandes lemas: “las bibliotecas combaten la brecha digital”, “luchan contra la desigualdad”, “defienden la inclusión”, problemas que siguen existiendo, y con mayor incidencia en situaciones como esta, sobre los grupos de toda la vida, los más desfavorecidos, los vulnerables.
Nada ha cambiado para mejor respecto de hace unos meses sobre las zonas sin cobertura de red, sobre el coste económico preciso para conseguir estos servicios, sobre las habilidades necesarias para su gestión ni sobre la capacidad para distinguir la veracidad de sus contenidos. Mientras haya bibliotecas el “sálvese quien pueda” no es admisible.
Con la vuelta a la vida ordinaria, muchas bibliotecas han seguido parapetadas tras el escudo digital, o con servicios presenciales mínimos cuando el resto de sus vecinos (negocios incluidos) se han adaptado ya a la nueva realidad. Hemos perdido la oportunidad de ser algo más que un adorno o un imperativo legal según el número de habitantes.
Porque los servicios de biblioteca pública son servicios esenciales, y pocos bibliotecarios lo han sabido ver, y defender ante el poder político y el resto de la profesión. ¿El que el Ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, acabe de declarar el carácter esencial de la cultura, al mismo nivel que la sanidad y la educación podría ser fruto de un movimiento bibliotecario clandestino en esta dirección? Ya nos gustaría…
Un hilo en Twitter de Julián Marquina (@JulianMarquina), de 5 de mayo, sobre los protocolos que las asociaciones profesionales estaban elaborando para reabrir los servicios bibliotecarios en la desescalada desató un debate al respecto: preclaros bibliotecarios se oponían a la consideración de que las bibliotecas no fueran servicios prioritarios, postura negacionista de otros bibliotecarios apoyada con expresiones como “¿hay quién ‘necesita de verdad’ ir a la biblioteca?”
Otro hilo de Twitter generó una discusión aún más interesante, esta vez propiciada por un tui de Carmen Fenoll (@CarmeFenoll), de 18 de mayo, sobre cómo Obama recurrió a miles de bibliotecarios para explicar el Obamacare; con intervenciones tan sabrosas y centradas como éstas:
- “Miremos con ojos críticos, escuchemos con sensibilidad y actuemos con valentía. Es un momento para demostrar lo que los profesionales de la información podemos aportar, tanto como individuos como colectivo. Creo que mucho de lo escuchado en encuentros profesionales eran solo palabras.” Ana Ordás (@aordas)
- “Crítica, sensibilidad y valentía para poner en práctica la noble misión de las bibliotecas públicas con su comunidad, siempre y más que nunca en este escenario mega complejo que nos deja el covid”. Irene Blanco (@ireneblan).
- “La biblioteca puede y debe contribuir como servicio público a mejorar las condiciones de vida de la comunidad y, en situaciones de excepcionalidad aportar sus recursos logísticos y, sobre todo, sus profesionales. ¿Nos situamos en el corazón de la comunidad o somos periferia?” Biblioteca Social (@Biblio_Social)
- “Si queremos que la Biblioteca sea el centro de la comunidad, tendrá que atender a sus necesidades en todo momento, no solo en los momentos amables y de confort. Si no lo entendemos así, la Biblioteca seguirá en su actual lugar segundón, en el mejor de los casos”. Roberto Soto (@rober_tosoto)
En plena desescalada, me comentaba una bibliotecaria rural cómo sufría al comprobar que sus usuarios devolvieran los libros prestados antes del confinamiento, y no llevaran más por la imposibilidad de elegirlos ellos mismos de las estanterías. La relación de la biblioteca con sus usuarios requiere de un contacto físico, desde el que la comunidad fluye y se reafirma. En el momento en que perdemos esta facultad, la biblioteca entra en un proceso de caída libre que termina en su extinción. La biblioteca es comunidad, más allá de lo virtual.
Si nos hemos estado jactando de defender la biblioteca como el “tercer lugar”, después del hogar y del trabajo, ¿podemos aplazarlo todo, como en una secuencia de Mátrix, y esperar a que cuando volvamos a apretar el play todo siga como en el momento en que lo dejamos? Me parece que no, que para esto no hay segundas oportunidades, que las personas valoran la ayuda cuando realmente la necesitan, no después.
El escritor Raül Garrigasait (@rgsait), se quejaba en Twitter, en forma de pregunta, el 16 de mayo, sobre si “¿Los directores de los museos y de las bibliotecas se piensan que lo que ofrecen no es importante? ¿No les da vergüenza cerrar por seguridad cuando podemos ir a espacios mucho más pequeños y cerrados como las peluquerías?” [traducción del catalán].
Desconozco si el problema radica en una falta de liderazgo, en un exceso de conformismo y comodidad, en ausencia de vocaciones, en una presión política insalvable, en una normativa desmasiado restrictiva o en un shock postraumático de la profesión…, el caso es que nos vienen muy bien para reaccionar artículos como el titulado Bibliotecas en Cuarentena, del pasado 5 de septiembre, en el que Carme Fenoll, Ana Ordás e Irene Blanco nos ponen sobre la mesa 40 posibles acciones de servicio que las bibliotecas pueden desarrollar para adaptarse a la nueva realidad.
Actuaciones de esta índole, y muchas otras, son las que la sociedad nos demanda para estar a la altura del pedestal en el que la propia profesión bibliotecaria se ha puesto, y si no queremos hacerlo por los demás, al menos que sea por nosotros mismos, pues la recesión económica que amenaza con engullirlo todo, según la experiencia de tantas crisis anteriores, vendrá con toda su saña a devorar lo que hemos construido durante tantos años y con tantos esfuerzos, y si nos pilla fuera de nuestro papel, lejos de lo que se espera de nosotros, sólo en el mejor de los casos supondría al menos el fin de la próxima generación de bibliotecarios dentro de la Función Pública.
No obstante, hemos de tener esperanza en que los principales congresos bibliotecarios de nuestro país sean sensibles al problema, como evidencia de que las entidades oficiales y profesionales que los organizan y respaldan estén manos a la obra para aportar soluciones a este grave problema. Lo comprobaremos pronto en sus lemas y en sus programas; todo lo demás será seguir jugando a las muñecas.
Es el momento de la verdad, de empoderarnos como bibliotecarios por nuestros hechos en una sociedad ávida de soluciones sencillas, cercanas y sostenibles. De nosotros depende más que nunca.
Vergüenza hemos sentido ante el inmovilismo, el disimulo barato y el patético miedo de algunos compañeros de profesión que han vuelto la espalda a los ciudadanos que son los que marcan los rumbos y dan sentido a la profesión.
La función pública, en general, no ha sabido o no ha querido estar a la altura de las circunstancias. Totalmente de acuerdo con el artículo.
Muchas gracias, Carmen, por tu contribución.
Un saludo.