Este año celebramos el 25º aniversario de ACLEBIM, la Asociación de Profesionales de Bibliotecas Móviles. El principio fue difícil (la gestación duró siete años) y la trayectoria nunca fácil, donde la falta de medios se ha venido compensando con motivación a raudales, pues si en algo hemos estado siempre de acuerdo los integrantes de la Asociación es en la enorme relevancia de los servicios bibliotecarios móviles para las vidas de las personas a las que llegamos cada día. Si tú eres una de ellas, el hecho de que habitualmente recibas en tu localidad una biblioteca perfectamente dotada, y con un bibliotecario profesional al frente, te coloca en igualdad de condiciones que quienes en su ciudad o en su pueblo disponen de bibliotecas fijas, pero para ti su valor es mayor incluso, porque al vivir en un ámbito acostumbrado al retroceso continuado del resto de servicios, públicos y privados, es posible que te vuelva a sentir parte de la colectividad general porque te tienen en cuenta.
El bibliobús es un instrumento claro de transformación social, pues no sólo aporta espacio público de calidad donde no existe, sino que, además, favorece la cohesión social, el refuerzo de los lazos como grupo, y la implicación de sus integrantes en la vida de la comunidad.
Asimismo, la biblioteca móvil provoca la transformación cultural más allá de la promoción de la lecto-escritura, pues pone en valor el propio patrimonio inmaterial de las comunidades, vigoriza la vida cultural, la acrecienta con sus programaciones, y crea y comparte conocimiento.
También el bibliobús es un agente de transformación económica, con un alto retorno de la inversión, y con potencialidades en favor de la reducción de la brecha digital, de la formación a lo largo de la vida, de la capacitación para la búsqueda de empleo y del asesoramiento a emprendedores.
No nos cansamos en difundir este mensaje para que termine calando; si no lo conseguimos por lo palmario del mismo, que sea por las veces que lo repetimos. Y es que, después de 25 años, aun nos encontramos con quienes no acaban de entender su trascendencia, y para los que, al final, todo estos se queda en una mera exposición teórica más propia de los fríos manuales que de la vida real.
Es cierto que vivir la experiencia diaria de lo que pasa en un bibliobús no tiene igual, mas ello no impide el esfuerzo por imaginárselo en su completa dimensión si sólo se dispone de testimonios de terceros. Por eso hoy quiero dar el mío, para lo que me gustaría utilizar el que tuve la oportunidad de publicar en 2004, como una pequeña aportación en una obra colectiva titulada Palabras por la biblioteca, iniciativa de la gran Blanca Calvo, donde ella misma contribuía con otros también grandes como Juan Sánchez, José Luis Sampedro, Manuela Busto Fidalgo, Hilario Hernández, Eulàlia Espinàs, Chelo Veiga, Gonzalo Moure, Ramón Salaberria y muchos otros de igual talla.
Aquí os dejo pues, mi particular forma de ver la influencia de los bibliobuses, y la biblioteca pública en general, en la vida cotidiana de las personas que aguardan con avidez su siguiente visita. Lo titulé La biblioteca replicante, donde encontraréis entrecomilladas frases de todos conocidas procedentes de la película Blade Runner.
En mis años de bibliotecario «yo he visto cosas que vosotros no creeríais». Aunque nada entiendo de «atacar naves en llamas más allá de Orión», ni de «rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser», yo he visto la magia de unos polvos luminiscentes inundar de relatos e imaginación una sesión de cuentacuentos; he visto la impotencia de unos inmigrantes para ofrecer algo más que la gratitud de su mirada, tras haberles facilitado el contacto electrónico con su país y sus familias; he visto la superioridad altanera de los que sobrevivieron a la Guerra Civil ante lo que de ella cuentan los libros, que aun así leen; yo he visto a un anciano con muletas, humillado por el dolor, dedicarte sus precarias fuerzas en forma de sonrisa; he visto el orgullo de un joven al solicitar noticias sobre una carrera de camareros que había ganado; he visto madres con sus hijos rodando por el suelo en busca de un elefante verde y coronado; y he visto viudas prematuras fotocopiando periódicos con los que, en el tiempo, explicar a sus hijos cómo fue que asesinaron a sus padres en un parpadeo según los llevaba un tren ya sin destino; yo he visto jóvenes enamorarse buscando el roce de sus manos entre las páginas de un mismo libro; he visto carcajadas infantiles ante un bibliotecario terriblemente torpe, incapaz de contar un chiste al derecho; he visto el erotismo pícaro de la vejez; he visto la ilusión empresarial de un precoz criador de hámsteres; yo he visto buscar el consuelo de un padre en los libros de religión, tras la pérdida reciente de su hija; he visto llorar a tipos duros en la proyección de una película; he visto convivir en armonía a distintas tribus urbanas unidas en el espacio que guarda sus músicas favoritas…
Todo eso y más yo lo he visto en la biblioteca pública.
Mas hay una biblioteca pública especial, que llega donde ninguna otra puede, que carga sus documentos, sus estanterías y su personal y sale por los pueblos y barrios al encuentro de ciudadanos a los que servir. Se trata del bibliobús, del bibliobarco, del bibliotrén, del biblioburro…, de la biblioteca pública que se mueve.
En mis años de bibliotecario ambulante os puedo asegurar que «yo he visto cosas que vosotros no creeríais».
He visto parajes infinitos donde la tierra y el cielo se besan en el horizonte; he visto el vuelo rasante de una garza real cuando nos abría camino entre los valles; he visto morir cataratas a nuestros pies, en un lado de la carretera, buscando un río embravecido por las lluvias, al otro lado; he visto convertirse a la niebla en un mar de nubes allá abajo…; y sobre todo he visto hombres comprometidos con su medio, o atrapados en él, con el que tienen que convivir a diario, unas veces en armonía y otras combatiéndolo, a los que la lejanía, la precariedad de recursos, los limitados servicios y su escaso peso político van relegando a un segundo plano cada día que pasa.
En unos casos, la biblioteca móvil interviene como avanzadilla de la biblioteca pública, mientras que en otros va cerrando el ciclo de los servicios culturales ante la lacra de la despoblación rural. Sea cual sea la situación, la presencia de la biblioteca móvil es obligada, pues esas personas también tienen derecho a la verdad y a la fantasía, al orgullo y al consuelo, a la educación y al entretenimiento, a la autoestima y al respeto ajeno, al conocimiento del mundo y de su papel en él. En suma, tienen derecho a realizarse como tales y cubrir todas las necesidades que los definen como personas.
Y nada de todo ello es casualidad. La biblioteca pública no sólo está al servicio de la gente, de la sociedad, sino que es una réplica de sí misma, de sus alegrías y de sus tristezas, de sus anhelos y de sus desesperanzas, de sus triunfos y de sus frustraciones.
Mientras ello sea así, la biblioteca pública ocupará el sitio que le corresponde y evitará que todo cuanto somos y proyectamos se pierda para siempre como «lágrimas en la lluvia».
Buen día, pero que belleza de texto. «Todo eso y más yo lo he visto en la biblioteca pública…» dice. Es una reseña absolutamente real de lo que sucede con las bibliotecas móviles, de su magia, me ha conmovido mucho. Felicidades a todos los bibliobuseros, bibliomóvileros españoles por este aniversario. Larga vida a los biblibuses. Un abrazo fuerte. Isabel Aguirre.
Muchas gracias, Isabel, por tu comentario. Me alegra mucho que te haya gustado el post.
Un cordial saludo.
Roberto Soto.