“Dispararon á cabeza de mapoula,
mais medraron libres as silveiras
e nunca desfaleceron as ideas”
“A Juana Capdevielle” (Ámote vermella, Claudio Rodríguez, 2009)
Hay una creencia errónea e injustamente extendida de que las mujeres nunca han participado en los conflictos bélicos. Que a lo largo de la historia las desgracias de la guerra o el tan loado “fragor de la batalla” solo lo han experimentado los hombres. Puede que la presencia de las mujeres en las primeras líneas del frente haya sido escasa -aunque ahí están numerosas mujeres soldado y guerrilleras-, y puede -eso por descontado- que las mujeres no hayan participado en las tomas de decisiones que han conducido en un momento u otro a casi todos los países del mundo a destrozarse entre ellos. Pero las mujeres han experimentado los estragos de todas las guerras, ya sea manteniendo vivas las fábricas y los comercios de las ciudades en ausencia de los hombres, trabajando como taquigrafistas y secretarias, curando y salvando la vida de los soldados heridos, cuidando del patrimonio cultural o, por desgracia, viéndose reducidas a arma y botín de guerra.
Este año, para la celebración del Día de las escritoras -que se celebra el lunes más cercano a la festividad de Santa Teresa de Jesús- se ha escogido el tema “Antes, durante y después de las guerras” en homenaje a todas las escritoras que con sus novelas, ensayos, obras de teatro, cartas o artículos periodísticos nos han ofrecido otro punto de vista sobre los conflictos bélicos, más allá de la simple dicotomía de vencedores y vencidos.
Elena Fortún, Montserrat Roig, Nallie Campobello o María Elena Walsh son algunas de las escritoras que la Biblioteca Nacional de España y la comisaria de esta edición, la escritora Carmen Domingo, citan como ejemplo, pero han sido muchas más las mujeres de letras que padecieron o contaron las repercusiones de las guerras. Y cuando hablamos de mujeres de letras no solo nos referimos a las escritoras, sino también a las editoras, las libreras y las bibliotecarias.
En la guerra más reciente, sangrante y desgraciada que nuestro país recuerda, la Guerra Civil (1936-1939), los libros y los comercios e instituciones que los guardaban, así como sus profesionales, fueron blanco de una violencia continua. Está ampliamente documentado que una de las primeras acciones que llevaba a cabo el bando sublevado cuando tomaba una nueva ciudad era vaciar los kioskos, librerías y bibliotecas y amontar las publicaciones “antiespañolas” y “envenenadoras del alma popular” en una plaza pública, donde todos los vecinos pudiesen ver las hojas arder. A partir del año 1937, las comisiones depuradoras de las bibliotecas públicas condenaron a miles de títulos a los llamados “infiernos” o salas de libros prohibidos. Algunas no se llegaron a abrir hasta los años 70.
Muchas personas intentaron proteger estos libros y corrieron la misma suerte que ellos: desde la encarcelación hasta la inhabilitación profesional permanente o, en el peor de los casos, la muerte. Entre las víctimas del bibliocausto durante la Guerra Civil española y la consiguiente dictadura del general Franco se encuentran un buen número de bibliotecarias, mujeres pioneras, intelectuales y valientes cuyos nombres hoy apenas se recuerdan.
La II República había supuesto un impulso sin precedentes en la educación y acceso a la vida profesional de las mujeres españolas gracias a hitos como la Institución Libre de Enseñanza, el Lyceum Club Femenino y la Residencia de Señoritas. A comienzos de siglo, las mujeres españolas obtienen el derecho a la educación universitaria y, en 1931, el tan peleado derecho al voto. Durante estos años, la profesión de bibliotecaria empezó a contar con un amplio abanico de mujeres ilustradas. Cuenta Joan Connelly en La enseñanza superior de la mujer en España: relaciones entre universitarias españolas y estadounidenses, 1877-1980 que el Instituto Internacional organizó, en colaboración con la Residencia de Señoritas, un curso para la formación de bibliotecarias que proporcionó un nuevo modo de ganarse la vida a cientos de mujeres. Las bibliotecas y el Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios y Archiveros serán pioneros en la incorporación de la mujer al mundo laboral.
Durante la II República, el tejido bibliotecario español vivió una expansión sin precedentes. El acceso igualitario a la cultura y la expansión de la educación a todas las capas de la sociedad fueron dos de los principales objetivos de los intelectuales de la época.Se crearon organismos para impulsar las bibliotecas como la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Bibliotecas Públicas y las Misiones Pedagógicas. Una de las figuras más activas y notables en estas últimas fue la bibliotecaria María Moliner.
María Moliner es la más conocida de entre todas las bibliotecarias ilustres de la II República. La autora del Diccionario de uso del español y de las Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas pertenecía al Cuerpo Facultativo. Trabajó en la Biblioteca Nacional de España y también dirigió la biblioteca de la Universidad de Valencia, entre muchos otros logros. Tras el final de la guerra en 1939, la depuración franquista la expedientó por haber colaborado con la política cultural republicana: descendió dieciocho niveles en el escalafón del Cuerpo. Trabajó durante buena parte del resto de su vida en la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid.
Aun con todo, María Moliner fue de las bibliotecarias más “afortunadas”. Tal y como explican Rosa San Segundo Manuel y Adelina Codina-Canet en su amplio y magníficamente documentado artículo “Mujeres bibliotecarias durante la II República: de la vanguardia intelectual a la depuración” (en Mujeres en la Guerra Civil y la Posguerra. Memoria y Educación, editado por Alicia Torija y Jorge Morín, 2019), el Cuerpo Facultativo y el Auxiliar, así como bibliotecarios de sindicatos, asociaciones o de las bibliotecas públicas catalanas, experimentaron una durísima depuración entre 1936 y 1948.
Muchas bibliotecarias fueron separadas de su profesión para siempre, como Carmen Caamaño, del Centro de Estudios Históricos. Luisa González Rodríguez, Josefa Callao Mínguez y María de la Concepción Zulueta Cebrián, entre otras, causaron baja definitiva del Cuerpo Facultativo. Teresa Andrés, también del Cuerpo Facultativo y con experiencia en museos alemanes, se exilió en Francia, y Josefa Callao Mínguez, del Archivo de la Corona de Aragón, en México. Rosa San Segundo Manuel y Adelina Codina-Canet citan otros muchos nombres de bibliotecarias exiliadas, como Concepción Muedra Benedito, Adela Ramón, María Pilar Sanz Obregón, Maria Luisa Vidana o Rosa Granés.
Hubo varias bibliotecarias republicanas que corrieron la peor de las suertes: desaparecieron o fueron ejecutadas durante los años del conflicto bélico. Pilar Salvo, responsable de una biblioteca escolar en Zaragoza, fue asesinada durante los primeros días de la guerra civil. El caso más atroz fue el de Juana Capdevielle. Nació en una familia de clase media en Madrid. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras e ingresó al Cuerpo Facultativo con 29 años. Tuvo el honor de ser la primera mujer en dirigir una biblioteca de facultad, la de la Universidad de Madrid. Fue también bibliotecaria del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, tesorera de la Asociación de Bibliotecarios y Bibliógrafos y pionera en la introducción de la lectura en los hospitales. Su marido, Francisco Pérez Carballo, era abogado, político de izquierdas y gobernador civil de A Coruña. El 18 de julio de 1936 es detenido y fusilado. Juana se traslada de Madrid a Galicia y se presenta en el cuartel de la guardia civil, exigiendo que le devuelvan a su marido. Allí, miembros del cuartel la retienen a la fuerza, la violan (estando embarazada) y la fusilan. Su cuerpo fue encontrado al día siguiente en una cuneta de la carretera N-VI donde hoy se encuentra una pequeña losa con la inscripción: Juana Capdevielle San Martín, 18 de agosto de 1936. La asesinaron el mismo día que a Federico García Lorca.
Todas estas mujeres contribuyeron al desarrollo de la profesión bibliotecaria en España, y sobre todo, a que la de bibliotecaria fuese una carrera interesante, prometedora y segura para las mujeres de las generaciones venideras hasta la nuestra. Hoy, en un Día de las Escritoras dedicado a las experiencias de las autoras en los conflictos bélicos, queremos recordar a estas bibliotecarias que con sus cartas, diarios o artículos dejaron testimonio de su lucha y sacrificio por una profesión -y un país- más justo y libre.