Los días previos a la festividad del Pilar han estado marcados por la celebración de dos de los eventos más significativos del calendario en nuestro ámbito profesional: Liber, la Feria Internacional del Libro —que este año ha cumplido su turno barcelonés—, y el Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, que ha sido acogido en esta su sexta edición en la “muy noble y muy leal” ciudad de Burgos. Si el primero de los mencionados es en sentido estricto una feria comercial en la que se da cabida a la reflexión y el análisis en torno a las relaciones del mundo editorial con las bibliotecas —y del que se ocupó esta bitácora en su anterior entrada—, el Congreso es per se la gran oportunidad bienal para que los bibliotecarios españoles compartan experiencias e inquietudes.
Sin embargo, la cita de ese año contaba con una singularidad especial. La reducción en un día resultaba compensada con la coincidencia de la celebración de una jornada de trabajo de Europeana, lo que brindó a los asistentes la oportunidad de recibir información sobre diferentes proyectos de esta Fundación de profesionales de la talla de Rob Davies, Ad Pollé o Jonathan Purday. Mas, sinceramente, esto no dejó de ser un espejismo, puesto que su participación en el Congreso se limitó a la exposición de las exigencias que Europeana plantea a los profesionales de las bibliotecas públicas para dotarla de objetos digitales con los que enriquecer su base y a mostrar algunos logros realmente loables, como la iniciativa en torno a la Primera Guerra Mundial. Pero en ningún momento se mostraron de forma clara y evidente los cauces reales para que nuestras bibliotecas públicas participasen de manera efectiva en el diseño y desarrollo de sus programas.
Con lo atisbado a partir de estas intervenciones, a algunos de los asistentes nos produjo cierto desengaño la imposibilidad de asistir al taller sobre la implementación de Europeana en bibliotecas públicas y su actuación como Community Collection Points. La profundización en los proyectos de etiquetado y geolocalización a través del crowdsourcing o un más detallado conocimiento del API y la futura aplicación de búsqueda en Europeana para bibliotecas públicas prometían un programa más que interesante para la tercera jornada de la convocatoria restringida a miembros de la Public Library Network de Europeana. Se perdió así la gran oportunidad para despojar Europeana del misterioso velo que, so capa de una exigente especialización, convierte en la práctica sus proyectos en meros conciliábulos para iniciados, inaprensibles para los profesionales de la biblioteca pública que deben realizar la labor de campo. Así, lejos de acercar posiciones, la convergencia en la programación de estos eventos ha venido a dejar más que patente la fractura que aún hoy existe entre la realidad bibliotecaria española y el futuro bibliotecario que está diseñando la Europa oficial.
La inquietud de los bibliotecarios españoles por la recolección digital de nuestra memoria quedó, no obstante, meridianamente manifiesta en varios de los programas que se expusieron en esta ocasión. Quizá el más llamativo fuera el caso de la colección digital del Patrimonio Histórico del Ayuntamiento de Madrid memoriademadrid —paradigma de lo que supone la colaboración entre instituciones comprometidas con su tarea—; pero el papel de la participación ciudadana en el caso de la Biblioteca Municipal de Ermua supone un ejemplo digno de análisis y aprendizaje. Las felicitaciones llovieron sobre cuantos programas de actuación se presentaron en forma de comunicación mostrando los cauces de relación entre biblioteca y usuarios en la recuperación y difusión de la memoria local: la creación de una colección local digital en el barrio donostiarra de Amara, la divulgación del patrimonio marítimo del puerto de Tarragona, los elaborados por la Biblioteca Municipal de la ciudad anfitriona (perdóneseme la inmodestia)… A estas propuestas se suman otras igualmente atractivas, que demuestran cómo los bibliotecarios españoles son capaces de hacer un alarde de imaginación para mantener viva la biblioteca: edición electrónica, creación artística, geocaching literario…
La presencia extranjera estuvo incrementada con la de Fernando Álvarez del Castillo, director general de Bibliotecas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), que presentó el esfuerzo realizado para diseñar e implementar la Biblioteca Digital Mexicana incluso en aquellas áreas del territorio nacional carentes de una suficiente conexión a Internet; o Kristiina Hormia‐Poutanen, subdirectora de la Biblioteca Nacional de Finlandia y responsable del desarrollo del servicio de Interfaz Pública de la Biblioteca Digital Finlandesa, quien disertó sobre la cooperación GLAM para la puesta en marcha de esta última; mientras que Jeffrey A. Rubin, de la Howard-Tilton Memorial Library (Tulane University), lo hizo sobre la colaboración como medio para añadir valor en las Bibliotecas Digitales, y Martin Palmer, responsable de las bibliotecas del Essex County Council, sobre el impacto del libro electrónico en los servicios de las bibliotecas públicas.
Tan denso programa tuvo una apertura excepcional merced a la conferencia pronunciada por Juan Luis Arsuaga, codirector de los Yacimientos de la Sierra de Atapuerca y magnífico comunicador que supo captar de inmediato la atención de los asistentes y puso de manifiesto cómo el planeta Tierra es un libro que recoge la memoria de la vida al que sólo le falta que seamos capaces de leerlo. Y, por si esto fuera poco, la conversación entre Roger E. Levien y Javier Celaya sobre el futuro de las bibliotecas públicas evidenció que estas instituciones deben cambiar —están cambiando— para amoldarse a los nuevos tiempos, en los que serán igualmente imprescindibles.
Ha habido quien ha echado de menos un talante más vindicativo entre los participantes. Siento discrepar, y profundamente, de quien así piensa. En primer lugar, porque gestos como el protagonizado por Antonio Agustín Gómez, director de la Biblioteca Pública del Estado en Huelva —que situó sobre el atril del escenario la camiseta de nuestra particular marea amarilla— fue unánimemente aplaudido por los asistentes, como también se agradeció la defensa que de las bibliotecas hizo en la clausura la subdirectora general de Coordinación Bibliotecaria, María Antonia Carrato, al manifestar que la cultura es uno de los elementos fundamentales para superar la actual crisis. Y en segundo lugar, porque entiendo que la protesta tiene su lugar y su momento, mientras que el VI Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas es una oportunidad de trabajo y aprendizaje, de relación y contacto. Brindó, pues, la oportunidad para estrechar lazos y, de paso, abrir y fortalecer cauces de colaboración entre compañeros e instituciones. Como es lógico, esto no ocurrió solamente durante el encuentro oficial, sino también —casi me atrevería a decir que en mayor medida— en los momentos de ocio que se prolongaron hasta altas horas de la noche.
Como siempre ocurre en estos casos, la organización del Congreso ha tenido sus luces y sus sombras. Entre las primeras, la difusión de cuanto ocurría en el Fórum Evolución a través del perfil oficial en Twitter —que ofreció la redonda cifra de 700 tuits— y su retransmisión en streaming, accesible tanto por ordenador como dispositivos móviles (adaptación a los nuevos tiempos). Entre las segundas, una desafortunada gestión de determinados aspectos por parte de la empresa que debía facilitar la logística del evento, que se limitó a ofertar alojamiento en hoteles de cuatro estrellas o silenció hasta el último momento la posibilidad de prolongar la estancia durante los siguientes días festivos para visitar —a precio reducido— la exposición de Las Edades del Hombre en Oña o los Yacimientos en Atapuerca. Afortunadamente, el Comité Local programó algunas rutas por la ciudad que permitieron a muchos de los asistentes visitar las flamantes instalaciones de la Biblioteca Pública del Estado —cuya inauguración se espera coincidiese con la celebración del Congreso y contase con la presencia del ministro de Educación, Cultura y Deporte, algo que finalmente no ocurrió—, la más desconocida Biblioteca de la Diputación Provincial sita en el Real Monasterio de San Agustín, la biblioteca catedralicia , la Biblioteca Municipal «Gonzalo de Berceo», el Museo del Libro «Fadrique de Basilea», el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas … Fuera de programa, muchos de los asistentes visitaron otros hitos locales cuya mención en este post resulta obligada: la taberna Patillas , templo del metadato para la memoria local burgalesa; la cervecería El Morito, templo gastronómico del tapeo; y la coctelería Beluga, albo templo del gin tónic que se ganó a golpe de tuit la simpatía de los congresistas.
Resumir el VI Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas en una única palabra es una tarea casi me atrevería a decir que imposible. Acaso haya sido “colaboración” el término más empleado en las intervenciones de ponentes y comunicantes. Pero limitar a ese término las conclusiones de este evento dejaría fuera otras muchas ideas y conceptos igualmente importantes ante los retos que debemos encarar. Esperemos que pronto estén a disposición de todos las actas para, con algo de reposo, empaparnos de cuanto en Burgos se ha expuesto.
Muy buen artículo y muy interesante.
Personalmente pienso que Europeana es un bonito álbum de fotos del cual hay que saberse el código de apertura del candado que lo cierra. Creo que es un sueño delirante supranacional de la Comision Europea y no considero que estén revolucionando ni las humanidades ni la cultura europea por digitalizar millones de documentos. La preservación patrimonial no sólo consiste en la digitalización, en todo caso ese es el último escalón, si no en una correcta conservación física del documento y una normativa que lo proteja de elementos nocivos.
Un saludo.
La conservación física es fundamental, como dices; aunque la digitalización es una herramienta fantástica si se acompaña de una buena política de difusión. ¿Se ajusta Europeana a esto último? Tal vez sobre el papel, pero está muy lejos de la realidad diaria tanto de las bibliotecas y archivos (como fuentes de contenidos) como de los ciudadanos (usuarios finales). De manera que se ha convertido en un coto muy limitado.