Tan antiguos como las bibliotecas: los metadatos

MetadataCon motivo de la celebración del pasado VI Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas tuvimos oportunidad de vislumbrar la ingente tarea que se está afrontando a través del proyecto Europeana, aunque ya en nuestra crónica de dicho evento —y más aún en el comentario a la nota de Fernando Juárez que bajo el título “¿Puede mi biblioteca ayudar a Europeana?: el necesario cambio de percepción” se recogen en el Anuario ThinkEPI 2013— planteamos nuestras objeciones al respecto. Pasaban éstas, fundamentalmente, por dar por sentado entre el conjunto del personal bibliotecario español una formación administrativa y sobre todo tecnológica que, en la práctica, aún cuenta con muchas deficiencias. Y no es que los bibliotecarios españoles no estén interesados en los necesarios conocimientos para enfrentarse a los retos del presente y del futuro más inmediato. Pero el ritmo de la evolución tecnológica es casi vertiginoso, de manera que el reciclaje y la formación contínua se han convertido en una necesidad imperiosa que no siempre se puede satisfacer debidamente. A esto hemos de sumar otro tipo de carencias: apenas cinco centenares de bibliotecas españolas cuentan con perfil en Twitter, mientras que —lo que resulta más grave— sólo un tercio tiene presencia web y casi la mitad no tiene OPAC, según sostienen Natalia Arroyo e Hilario Hernández en un reciente artículo.

La brecha digital es, pues, una realidad en el sistema bibliotecario español. Afortunadamente, no hay motivos para la desesperación. Muchos profesionales pueden sentirse tentados por el abandono: sintiéndose incapaces de seguir un ritmo que se les antoja imposible, podrían preferir enclaustrarse en el pequeño universo de su biblioteca, autocomplacidos en el servicio que ofrecen a sus vecinos al tiempo que desanimados por su supuesta incapacidad para incorporarse a los nuevos métodos de trabajo. Pero en realidad el bibliotecario es un profesional que se encuentra en una posición privilegiada para enfrentarse a las nuevas realidades informativas y de comunicación, basadas en la cooperación y la co-creación. De hecho, la realidad bibliotecaria más inmediata hunde sus raíces en la colaboración. ¿Qué era, sino eso, aquel antiguo sistema de préstamo interbibliotecario basado en el quid pro quo o en los cupones de la UNESCO?

Catálo bibliográfico de fichasEs verdad que con la introducción de la tecnología en los procesos bibliotecarios, al tiempo que se ha avanzado en calidad y rapidez de servicios, ha crecido la sensación de obsolescencia de los procesos tradicionales, dando paso a otros nuevos pertenecientes a los dominios de los profesionales de la tecnología informática. Pero es más cierto aún que en muchos casos apenas se trata de los mismos procesos con nuevos modelos apoyados en un vocabulario que se nos antoja un tanto críptico. Es el caso de los metadatos, un término que proporciona una pátina de modernidad a algo tan antiguo como las propias bibliotecas. Porque si los metadatos son “datos que describen otros datos” —una definición tal vez muy simplista, pero real—, acertadamente se señala en Wikipedia la analogía del conjunto de metadatos con el tradicional catálogo bibliotecario con “fichas que especifican autores, títulos, casas editoriales y lugares para buscar libro”. ¿Qué es un conjunto de metadatos sino un documento secundario con información para la identificación y localización de un objeto o documento primario? Los elementos de las diferentes áreas de descripción bibliográfica, los distintos campos de un registro en formato MARC no son otra cosa que instrumentos de recuperación de información, metadatos estructurados —es decir, organizados conforme una estructura— y enriquecidos con determinados atributos.

En la medida en que los modernos sistemas de metadatos han sido creados preferentemente por informáticos, diseñadores de programas o técnicos de sistemas, su propia denominación parece alejarlos del ámbito bibliotecario. Sin embargo, lo que en realidad está ocurriendo es que las aguas del mar bibliotecario se van diluyendo cada vez más en las del océano de la información, un espacio que —lejos de resultarlas ajeno— les es igualmente propio. Ni siquiera el hecho de que la mayoría de los registros de metadatos se presenten embebidos en el propio recurso que describen —facilitando así su gestión informática directa— es algo exclusivamente propio de los objetos informáticos: al fin y al cabo, la práctica de la Catalogación en Publicación  supone igualmente la incrustación de los metadatos en el propio documento.

Ciertamente, con la expansión de su uso ha aumentado la variedad de tipologías aplicables al concepto de metadato. Empleando la clasificación más tradicional, resulta evidente que un registro catalográfico responde fundamentalmente al tipo de metadatos descriptivos, mientras que un libro o códice tradicional no precisa de metadatos técnicos que informen sobre los requisitos precisos para su lectura (imprescindibles, sin embargo, en los libros electrónicos) ni tal vez de metadatos de preservación. Pero en los libros tradicionales encontramos también metadatos administrativos que informan sobre los derechos aplicables a su uso —reproducción, préstamo, cita…— o estructurales, mencionando no sólo la distribución de su contenido sino también —si es el caso— la organización de los diferentes volúmenes que componen la obra.

Asumamos que los metadatos no son nada nuevo en el ámbito bibliotecario ni producto de disciplinas ajenas. Cuando en el siglo III a.C Calímaco de Cirene redactó las Pinakes para la Biblioteca de Alejandría, en la práctica aplicó un sistema de metadatos al registrar la información contenida en las etiquetas de los cestos en que se guardaban los rollos:

“Una entrada típica comenzaba con un título. También proveía del nombre del autor, su lugar de nacimiento, el nombre de su padre, los profesores con los que se educó y sus antecedentes educativos. Contenían una pequeña biografía del autor y un listado de las publicaciones del autor. La entrada tenía la primera línea del trabajo, un sumario de sus contenidos, el nombre del autor e información sobre la procedencia del rollo.”

Lo realmente novedoso son los modelos de metadatos aplicables al universo del libro y las bibliotecas, que tanto proliferan: DC, METS, MODS, EAD, TEI , TextMD, ALTO, ONIX… Pero, pese a su variedad, todos responden en el fondo a una misma filosofía. Será el enlazado de datos estructurados conforme diferentes modelos de metadatos lo que, al permitir que los ordenadores “entiendan” la información por encontrarse mejor estructurada, dará lugar a la web semántica.

Rafael Ibáñez Hernández

Colaborador en BiblogTecarios Bibliotecario en la Biblioteca Municipal. Curioso de las nuevas tecnologías (aunque ya no sean tan nuevas), pero empeñado en mantener los pies sobre el suelo.

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