Durante mucho se consideró al tebeo —al cómic, a la publicación de historietas gráficas— un producto editorial infraliterario, carente de interés cultural alguno. Afortunadamente esta misérrima valoración se ha ido arrinconando para dar paso a otras consideraciones más positivas. El indiscutible apoyo prestado por la imagen al discurso narrativo proporcionó a estas publicaciones la consideración de canal introductorio para la construcción del hábito lector, en la confianza de que con la madurez se llegaría a disfrutar de lecturas más provechosas. La industria desarrollada en torno a esta manifestación gráfica consolidó y potenció poco a poco la consideración del cómic como un género literario más, aunque fuera peculiar dadas sus características específicas, abandonando los oscuros parajes de la subliteratura. Cualquiera que fuera la razón, los tebeos se fueron haciendo hueco en las colecciones de las bibliotecas públicas hasta llegar a configurar secciones propias claramente definidas —generalmente denominadas en el ámbito hispanohablante como comictecas— que en algunos casos han llegado a convertirse en auténticos buques insignia de los servicios bibliotecarios. Tal es el caso de las comictecas de la Biblioteca Regional de Murcia, la Biblioteca Central de Cantabria, la de la Biblioteca de Villaviciosa (Asturias) y la del Centro de Arte Alcobendas (Madrid); o la amplia sección dedicada en la Biblioteca «María Teresa León» (Burgos) y la Biblioteca Ignasi Iglésias-Can Fabra (Barcelona), cuando no bibliotecas exclusivas como la Comicteca de Getafe (Madrid). Lógicamente, esto ha alimentado y al mismo tiempo es fruto de algunos planteamientos teóricos y propuestas prácticas de sumo interés: la comunicación presentada por Vicente Funes y Dolores Hermosilla en el 3er. Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, el informe de la mesa redonda “Bibliotecas públicas y cómic: estado de la cuestión” celebrada en Barcelona en 2007, la propuesta de la Escuela de Bibliotecología de la Universidad Tecnológica Metropolitana de Chile o las pistas proporcionadas por José-Antonio Gómez-Hernández. Esta integración ha impulsado la apertura de nuevos canales de difusión, desde humildes fanzines a espacios web.
Con el paso del tiempo, la posición del cómic se ha ido reforzando hasta alcanzar la consideración de Noveno Arte, por lo que no es de extrañar que el Centro de Documentación Reina Sofía, perteneciente al Museo del mismo nombre, cuente con una importante colección de cómics y fanzines. Lo que resulta más chocante —o más afortunado— es que, habiéndose desarrollado el cómic en ámbitos próximos a la lectura, haya dado lugar a centros de información más apropiados para sus características iconográficas: los museos del cómic.
De estos, tal vez el más antiguo sea el Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, fundado en 1945 en Buenos Aires. De azarosa vida y complicada trayectoria, entre sus fondos destacan sendos dibujos del ratón Mickey realizados por el propio Walt Disney en su visita a la Argentina durante 1941 u otros originales de Caloi, Landrú o Quino. También en el continente americano, más concretamente en San Francisco, se encuentra el Cartoon Art Museum, cuya colección permanente consta de más de 6.000 piezas originales. Surgido en 1984 como proyecto expositivo de un grupo de entusiastas de la historieta, apenas tres años después se estableció en una sede permanente —actualmente cerrada— gracias a la aportación personal de Schulz, padre artístico de Snoopy, quien cuenta con su propio museo personal —Charles M. Schulz Museum and Research Center— en la localidad californiana de Santa Rosa. Entre 2001 y 2012 permaneció abierto al público el Museum of Comic and Cartoon Art (Nueva York) —hoy reubicado en la sede de la Society of Illustrators—, e igualmente cerró en 2002 el International Museum of Cartoon Art (Boca Raton), fundado en 1974 como Museum of Cartoon Art (Nueva York) por el creador de Beetle Bailey, Mort Walker. Tal vez por sus reducidas dimensiones y comedidas ambiciones, el ToonSeum – Pittsburgh Museum of Cartoon Art ha tenido mejor fortuna que los anteriormente citados. Gestionado fundamentalmente por personal voluntario, su exposición ronda habitualmente el centenar de piezas, renovadas cada pocos meses.
Al otro lado del mundo se encuentra el Kyoto International Manga Museum, inaugurado en 2006 gracias a la colaboración entre la administración de la ciudad y la universidad local. Merced a la generosa aportación de particulares y empresas, este museo tiene una colección de más de 300.000 piezas en torno al universo manga: películas, anime, videojuegos… Su más directo competidor será el futuro Museo del Cómic y la Animación que se alzará en la localidad china de Hangzhou. Concebido como un gran complejo urbanístico de 30.000 m2 y características futuristas, aspira a convertirse en un nuevo atractivo turístico para la capital china de la industria de la animación. Pero no son estos los únicos museos asiáticos del cómic. En la capital surcoreana se encuentra el Seoul Animation Center and Cartoon Museum, especie de centro de ocio compartido por empresas dedicadas al cine de animación, los videojuego y —por supuesto— los cómics, aunque el verdadero museo coreano del cómic es el Gyujanggak Cartoon Museum (Bucheon) —también conocido como Korea Manhwa Museum—, ampliación del antiguo Korean Cartoon Museum en el que se custodian materiales raros tanto actuales como de valor histórico, datados a comienzos del siglo XX. En nuestro más Cercano Oriente, por otra parte, podemos hallar el Israeli Cartoon Museum, fundado en 2007 en la ciudad de Holon.
En territorio europeo es posible localizar varios museos dedicados a esta temática. Muy posiblemente, los turistas que visiten Atenas ignoren la existencia del Athens Cartoon Museum, un pequeño y curioso espacio expositivo abierto al público desde 1994 con caricaturas, historietas y otros tipos de viñetas de dibujantes tanto griegos como extranjeros. Por otra parte, en territorio alemán es posible visitar diferentes museos con la viñeta como temática fundamental de su colección. Es el caso del Museum Wilhelm Busch – Deutsches Museum für Karikatur und Zeichenkunst (Hannover) o el caricatura museum frankfurt – Museum für Komische Kunst (Frankfurt am Main), cuya exposición permanente está dedicada a la Nueva Escuela de Frankfurt, mientras que en Austria se asistió en 2001 a la apertura de su propio Karikaturmuseum (Krems-Stein).
De 1966 data el Museo Italiano del Fumetto e dell’Immagine (Lucca) —el más innovador de su época, con más 30.000 originales y bocetos—, cerrado al público desde septiembre de 2014, quizá incapaz de hacer frente a la competencia del milanés Museo del Fumetto, dell’Illustrazione e dell’Immagine Animata, inaugurado en abril de 2011 e integrado en el WOW Spazio Fumetto. En cambio, en Suiza sólo se conoce el Cartoonmuseum Basel —3.500 obras del último siglo, de 700 artistas procedentes de 40 países—, cuyos orígenes se remontan a la Stiftung Sammlung Karikaturen & Cartoons fundada en 1979 por Dieter Burckhardt para hacer accesible al público su colección privada, que finalmente fue presentada en sus instalaciones definitivas en 1996 con el nombre de Karikatur & Cartoon Museum Basel.
Pero si hay una capital europea del cómic, ésta es Bruselas, que alberga en un edificio art nouveau el Centre Belge de la Bande Dessinée. En él se exponen más de 6.000 originales y cuenta con una sala dedicada exclusivamente a Tintín, así como una exposición permanente dedicada al proceso de creación de los cómics. Al mismo tiempo, las vitrinas del museo de la Cité internationale de la bande desinée et de l’image (Angulema) —que incluye además una residencia de estudiantes, una biblioteca y dos cines —presentan toda la historia de los cómics francés y americano con más de 400 planchas, dibujos y estampas originales, en clara competencia con el Centre BD de la Ville de Lausanne, que gestiona un fondo patrimonial de excepcional valor compuesto por discos, publicaciones periódicas y planchas originales que suman cerca de 200.000 documentos. Pero si los primeros registros de éste se remontan al siglo XIX, los del Cartoon Museum (Londres) —abierto al público en su ubicación actual en 2006— retroceden incluso hasta el siglo XVIII, pues su colección permanente incluye obras de una serie de dibujantes victorianos. Incluso el Principado de Andorra cuenta con su propio Museo del Cómic (La Massana), que acoge exposiciones de autores consagrados internacionalmente como Antonio Bernal, Alfonso Font, Philippe Xavier o Ana Miralles.
Por lo que a España se refiere, hasta hace unos años sólo contamos con el Museo del Cómic y la Ilustración de Barcelona, sorprendentemente ubicado hasta 2009 en la sala número 17 del Museo Militar situado en el castillo de Montjiuic, si bien estaba prevista para hace unos años la creación del Museu del Còmic i la Il·lustració de Catalunya y su instalación en una antigua fábrica en Badalona.
De esta relación de museos, que podría resultar aún más extensa, pueden extraerse dos conclusiones en torno al universo del cómic:
- está íntimamente ligado a otras manifestaciones culturales, artísticas y técnicas (el diseño, la animación cinematográfica, los videojuegos…), cuya atención abre un gran abanico de posibilidades a las bibliotecas, inicialmente consideradas su espacio más apropiado; y
- nos demuestra cómo dos tipos de centro de información aparentemente tan diferentes (bibliotecas y museos) responden en el fondo —y no hace falta retrotraerse a la Antigüedad— a unos mismos principios cuya aplicación depende más de las características documentales que de su propósito.