Cuando hace algunos días llegó a mi conocimiento el Manifiesto soy joven, soy lector —gracias a Verónica Juárez (tenemos pendiente una desvirtualización, a ver si llega)— me asaltó una sucesión de sentimientos de lo más variada, desde la prevención a la satisfacción, pasando por la sorpresa.
Lo cierto es que lo que me resultaba menos llamativo del asunto es que unos jóvenes lanzaron un manifiesto. Al fin y al cabo, ¿quién no ha elaborado o suscrito un manifiesto durante su juventud? Se trata de una fórmula de lo más habitual para canalizar esa bendita rebeldía a través de un grupo social, más o menos formal, que nos acompaña en la esperanzada ruta para cambiar el mundo que iniciamos entonces, aunque en la mayoría de lo casos no se alcance jamás la meta. Resulta llamativo, sin embargo, que estos jóvenes se proclamen públicamente lectores, con una vehemencia tan intensa como comedido el tono empleado. Pero no lo digo porque alardeen de su condición de lectores, sino porque tristemente se han visto en la necesidad de proclamar tal condición a los cuatro vientos. Parecen estar hartos de que se les acuse de ser refractarios a la lectura, como si en el papel “les estorbase lo negro”, aunque cada vez parece más evidente que los jóvenes sí leen y lo hacen por gusto. Desde luego, las generalizaciones pueden encerrar una gran falacia y lo que parece claro es que los jóvenes lectores no leen ni lo mismo ni de la misma forma con que lo hacían las generaciones precedentes. Pero no es tanto el contenido del manifiesto de marras lo que deseo comentar como otro rasgos que —a mi modo de entender— hacen de este manifiesto algo peculiar.
Una de esas características es el sistema de confección cooperativa del manifiesto. Ya sé que es habitual que este tipo de documentos sean redactados por varias personas o, al menos, una le de forma textual a las ideas debatidas y acordadas por un equipo. Éste ha sido el caso, pero no sólo: enmarcado en las actividades de Espacio LIJ de la Biblioteca Vasconcelos en la Ciudad de México, ha sido consensuado por los integrantes de su Consejo Editorial Juvenil / Círculo de jóvenes lectores y otros asistentes a las sesiones presenciales —que, por cierto, no se han arrogado la representación de toda la juventud, sino que sólo hablan en su propio nombre—, amén de quienes lo han hecho a través del grupo en Facebook creado al efecto, y redactado al fin por uno de ellos. Pero otro rasgo que lo hace singular es el uso de lenguajes actuales y cercanos, en los que han intervenido con especial dedicación algunos miembros del equipo, y mientras unos proporcionaban un diseño atractivo para transmitir las principales ideas del manifiesto imagen que ilustra este post, otros elaboraban unos memes para atrapar la atención de quien se acercase a la versión íntegra del manifiesto.
Versión íntegra y más actual, diría, porque otra de sus características es que se trata de un manifiesto vivo y abierto a cuantas ampliaciones, correcciones y modificaciones surjan de aquí en adelante. Y éste creo que es su principal valor, por arriesgada que sea la apuesta. «La juventud es una enfermedad que se cura con los años», según cuentan que dijo George Bernard Shaw. Pero también es una «enfermedad» cuyos síntomas son muy variables, mutan a medida que nuevas generaciones son atrapadas por el virus de la adolescencia, adaptándose a las circunstancias del momento. De ahí que sea necesario, por ejemplo —y ahora sí hago una breve prospección sobre el copntenido del manifiesto, que invito a leer detenidamente—, asumir que los jóvenes tienen muy claro que ningún soporte deslegitima la experiencia lectora, que sólo son tecnologías distintas que operan en diferentes contextos, algo que la industria editorial se resiste a comprender.
Y ya que la he mencionado, permitidme que llame vuestra atención sobre la exigencia de literatura a la industria editorial, no productos juveniles en forma de libros, una reclamación que me parece sumamente valiente. Tanto como su firme posicionamiento ante —casi me atrevería a escribir frente— el fenómeno de los booktubers, que parece haber olvidado la frescura de sus inicios para reproducir los defectos más rancios en la relación del mercado del libro con los jóvenes (lectores, insisto).
Como bibliotecario, no puedo estar en principio más de acuerdo con lo que estos jóvenes han plasmado en su manifiesto. Como ya he dicho, finalmente me complació su lectura. Sólo después de un cierto reposo me asaltaron nuevamente ciertas dudas: ¿qué estamos haciendo desde la biblioteca para satisfacer la curiosidad y la necesidad de los jóvenes lectores?, ¿no somos un mero eslabón de la cadena industrial, proponiéndoles supuestas lecturas fabricadas ad hoc? A la vista del pretendido descenso —convendría cuatificarlo correctamente— del uso de la biblioteca como proveedora de lecturas para los más jóvenes (es decir, excluidos los textos académicos y el empleo de su espacio para el estudio), ¿de verdad nos adaptamos con la flexibilidad necesarian a los gustos y necesidades de los jóvenes? Quizá no deberíamos preocuparnos de cuánto leen sino de lo que leen, de lo que de verdad les interesa leer, de cómo quieren leer. Dar el primer paso lo tenemos muy fácil: nos lo han contado en su manifiesto.
¡Muchas gracias Rafael por tomarte el tiempo para leer nuestro manifiesto! nos emociona mucho la idea de que llegue a más personas y sirva como un punto de partida para acercarnos como lectores.
¡Saludos desde México! 😀
Es de justicia difundir su contenido y, lo que es más interesante, animar a la reflexión. Os animo a seguir por esa senda, clamando por que también los jóvenes sean tenidos en cuenta como lectores activos, no como simples consumidores. ¡Adelante!
Curiosamente, porque tengo 74 años, podría adherirme al 100% con lo que dicen los jóvenes en ese manifiesto, si se ampliara el concepto de jóvenes al de simplemente ciudadanos.
Creo que el problema está en que la Industria editorial no ha aceptado una realidad, que tiene mayor competencia. El tiempo de ocio, que cuando era yo joven (años 50) lo copaban en un 70% lo han tenido que ir compartiendo, primero con la televisión, luego con el casette de música, que se transformó en CD y posteriormente en DVD, y más tarde con los videojuegos e Internet y, por último, con la televisión bajo demanda.
Consecuencia: todos, jóvenes y viejos, tenemos menos tiempo para leer. Además, y para colmo, la Industria editorial solo considera lectura la que pasa por la caja del librero; si lees WhatsApp, emails, blogs, periódicos digitales y, por qué no, textos extensos sobre lo que sea de forma gratuita, para ellos no lees.
Así, por ejemplo, todos acudimos constantemente a Wikipedia, a Google Maps, la traductor de Google y a los programas tipo Tonton, pero como hemos dejado de comprar enciclopedias, atlas, diccionarios y callejeros, no leemos libros de consulta.
Ellos, lo que opinan, es que todos somos unos piratas, aunque la realidad es que hay tanto GRATUITO, LEGAL y de CALIDAD que cada día se piratea menos, porque no hace falta. Pero ellos, erre que erre, siguen diciendo que si los autores bestseller venden menos, es porque se piratea, algo que es tan tonto como decir que si el Atlas de Aguilar ha dejado de venderse es porque se piratea.
Tendrán que ver lo que inventan en este nuevo contexto para superar sus problemas, porque la evolución siguen y si han perdido lo que han perdido, enciclopedias, diccionarios y planimetría solo es la avanzadilla, perderán seguro el libro técnico, de hidraúlica a cocina, el libro de texto, de bachillerato a universitario y todo tipo de libros de consulta.
Sin embargo alguien tiene que hacer de prescriptores de literatura. Hoy podemos «entrar a saco» en las bibliotecas digitales más extensas, pero seguimos necesitando alguien que nos oriente sobre lo que tenemos que escoger. Antes, eso lo hacían de alguna forma editores y libreros que cribaban a los autores, separando el grano de la paja. Ahora con la autoedición se ha roto la criba y los prescriptores son mas necesarios que nunca. ¿Quien lo hará y como los pagaremos por su trabajo? Eso es algo que no sé contestar.
Muchas gracias, Félix, por tu extenso comentario.
Creo que uno de los problemas de la industria editorial es que cada vez busca rendimientos económicos más inmediatos, algo que la lectura difícilmente puede proporcionar salvo en casos muy excepcionales (y, aún así, en la mayoría de los casos por razones extra culturales). Tal vez sea signo de los tiempos… De ahí que voces como la de estos jóvenes son imprescindibles para despertar conciencias.
En cuanto a la prescripción, también los nuevos medios han abierto canales que antes no existían: portales de recomendaciones, blogs o canales de vídeo se suman a los tradicionales suplementos de prensa, con sus virtudes y sus defectos. Pero es cierto que el papel de los libreros (no de los meros trabajadores en tiendas de libros resulta imprescindible. Y más aún el de los bibliotecarios, más ajenos aún de las tentaciones comerciales.