La Biblioteca del Tiempo

El-Ministerio-del-Tiempo-Amelia_FolchNo es ésta la primera ocasión en que se menciona en este blog la serie de televisión El Ministerio del Tiempo, ni creo que sea la última, si finalmente se renueva —así lo espero— una nueva temporada y otras sucesivas. Como ya he apuntado en otro lugar, son varios los atractivos de esta serie, capaz de fascinar a un público de lo más variado. Muchos especialistas han señalado entre aquellos la lúdica manera en que presenta a los espectadores diferentes momentos de nuestra historia, despertando la curiosidad de quienes hasta ahora no había sentido ningún interés por lo sucedido en el pasado.

Si esto ya sería argumento más que suficiente para que las bibliotecas prestasen más atención y aprovechasen las sinergias desplegadas —como han hecho bibliotecas tan distintas como la Biblioteca Nacional de España o la Biblioteca Municipal de Burgos—, los referentes literarios son una justificación más, y no menor. Uno de los protagonistas de la serie, Alonso de Entrerríos tiene claramente sus vínculos con Alatriste. Tanto que a su llegada al Ministerio todos le comparan con el personaje del maestro Pérez-Reverte —al que Nacho Fresneda habría encarnado en el cine mucho mejor que Viggo Mortensen—, hasta el punto de que se ve impelido a robar un ejemplar de sus aventuras en una conocida librería de la Gran Vía madrileña. Alonso no aparecerá entre las lanzas de La rendición de Breda, pero igualmente combatirá junto a Spínola, y más estrechamente.

Si la aventura justifica este referente, el caso de Amelia es bien diferente. Los hermanos Olivares nos la presentaron en la Universidad, discutiendo con su profesor de Literatura la influencia del Orlando furioso de Ariosto en la obra de Lope de Vega. La tesis de la joven quedará refrendada en el segundo episodio, cuando el propio Lope busque incrementar sus éxitos amatorios encandilándola con unos versos del canto II:

No consientes que cruce el vado claro
y al más ciego y mayor fondo me arrojas:
dictas que a quien desea mi amor desame,
y a aquel que me odia más, que adore y ame.

Ya en la segunda temporada, mientras Pacino le regala por error al mismo Lope de Vega uno de sus títulos más afamados, La dama boba, Amelia y Alonso se incorporan a la compañía que ha de estrenar Los baños de Argel —cuyos últimos versos recita con maestría el caballero— para evitar que Cervantes, su autor, insista en emprender una carrera destinada al fracaso. De hecho, el autor alcalaíno habría vendido el manuscrito del Quijote por una importante suma y la promesa de que sus obras se representarían en The Globe, el teatro londinense donde triunfaba William Shakespeare.

Pero no sólo los autores provocan los desvelos del Ministerio, sino también los mismos personajes de nuestra literatura más señera, a condición de que sea creíble su existencia real. De ahí que el sexto capítulo esté dedicado nada menos que a Lázaro de Tormes, el estereotipo del pícaro español. Y no será únicamente la Edad de Oro la que proporcione argumentos a los guionistas, que también lo hará la Edad de Plata. Una de las Sinsombrero servirá de nexo durante uno de los últimos episodios hasta ahora emitidos entre el tiempo presente y la tercera década del pasado siglo, época en la que también transcurre el capítulo que cerró la primera temporada. Ubicados en la Residencia de Estudiantes, asistimos a la intervención de García Lorca en el montaje teatral de la Profanación de don Juan ideado por Buñuel sobre el texto de Zorrilla. Inevitablemente, Lorca sacará a relucir los versos con que comienza el tercer acto de Así que pasen cinco años, pieza teatral vanguardista próxima al Surrealismo que escribió tras su viaje a Nueva York y cuya versión musical inmortalizó Camarón de la Isla:

El Sueño va sobre el Tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del Sueño.

La segunda temporada se abrió con un épico episodio sobre el Cid, quien ya fue mencionado en el primero de la serie por Alonso al citar los famosos versos que recuerda todo crítico con nuestros dirigentes políticos: “Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor”. Muerto Rodrigo Díaz de Vivar con veinte años de antelación —los mismos que transcurrieron entre las primeras aventuras de los tres mosqueteros y su continuación—, los protagonistas descubrirán que el Cid al que conocen es un impostor —se trata de Rogelio Buendía, otro funcionario— porque cita de memoria el Poema, un texto que no recoge la historia sino la leyenda:

Alcanzó el Cid a Búcar a tres brazas del mar,
arriba alzó la Colada: un gran golpe fue a dar,
los rubíes del yelmo los ha hecho saltar,
cortóle el yelmo, partió todo lo demás,
hasta la cintura la espada fue a parar.
Mató a Búcar, el rey de allende el mar,
y ganó a Tizona, que vale mil marcos o más.

Frente a la inclusión de referentes de gran calado, se pueden encontrar otros mucho más humildes, pero no por ello de menor categoría. Es lo que ocurre al final del episodio décimo, cuando una madre lee a su pequeño la fábula de Samaniego “El zagal y las ovejas”.

Claro está que no todos los referentes literarios son españoles ni están estrictamente relacionados con la creación. Así, en un momento determinado Julián le prometerá a Amelia el regalo de un ejemplar de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry o en el último episodio de la segunda temporada podremos reconocer al Ernest Hemingway apasionado de los Sanfermines. También nos descubrirán el interés por lo oculto de Ramón María del Valle-Inclán, entusiasmado con los supuestos poderes de  Joaquín María Argamasilla, un personaje real —de raigambre carlista, como el propio escritor— que los guionistas convertirán en funcionario del tiempo.

Todos estos guiños y otros muchos que sin duda se nos habrán escapado, así como los relacionados con el mundo del cine, la televisión o la música, dan pie para que la biblioteca pública trate de satisfacer la curiosidad de los espectadores. No es necesario un gran esfuerzo: basta con instalar un pequeño centro de interés en el que mostrar aquellos elementos de nuestra colección relacionados de una u otra forma con lo que se ha contado a través de la pantalla.

Es verdad que El Ministerio del Tiempo ha puesto en nuestras manos recursos de promoción lectora y bibliotecaria de manera sorprendente y sencilla. Quizá otras series televisivas no lo hagan con tanta transparencia. Pero lo cierto es que nos ha iluminado un camino que muchos bibliotecarios ya transitábamos para que en él nos acompañen cada vez más usuarios. Al fin y al cabo, la madre de Amelia le reprocha a su hija que “la vida es más que leer libros”. Claro que ella responde con manifiesta seguridad: “Ya lo sé madre: lo aprendí leyendo”.

Rafael Ibáñez Hernández

Colaborador en BiblogTecarios Bibliotecario en la Biblioteca Municipal. Curioso de las nuevas tecnologías (aunque ya no sean tan nuevas), pero empeñado en mantener los pies sobre el suelo.

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