Esta ronda la pago yo

Copa de vino sobre página de un libro
CC BY-NC-SA 2.0 by Jan Bengten vía Flickr

Dada la intensidad y el vértigo de nuestro actual ritmo de vida —incluso en Burgos, una ciudad desde luego más apacible que las grandes urbes—, cada vez añoro con más fuerza aquellos momentos —horas, en ocasiones— de tranquilidad en que podía disfrutar de una lectura reposada. Sentarse en la butaca —tu butaca, esa que ya se ha amoldado acogedora a tu cuerpo— e introducirte en un mundo diferente trazado con las palabras es ya más que una pequeña delicia, es un regalo para disfrutarlo en toda su magnitud. El tiempo transcurre sin sentirlo y, cuando cerramos el libro, nos encontramos como retornados de un sueño, recuperados para afrontar de nuevo las obligaciones rutinarias.

La delectación puede ser aún mayor si somos capaces combinar con habilidad otros placeres: una leve semipenumbra que nos aísle de cuanto nos rodea, una música que nos acompañe sin distracción, una copa de vino que acaricie nuestro paladar… Claro que, igual que no todas las partituras son apropiadas para según qué lecturas, lo mismo ocurre con los vinos.

Ciertamente, y más allá de las preferencias personales de cada uno, el maridaje entre lecturas y vinos no es sencillo. No seré yo quien se atreva a dictar nada al respecto, pero no resulta difícil encontrar gracias a Internet la opinión de gurús, especialistas y aficionados que nos pueden orientar. Así, Marta Bgood nos recomienda el cava o los vinos blancos muy fríos —»como la mente de los asesinos»— para acompañar la lectura de un relato de terror o los tintos para los libros de historia; los libros de chistes —esos que «le gustan a todo el mundo»— pueden acompañarse con un Rioja, dice. Otros blogueros, en cambio, son mucho más arriesgados en sus recomendaciones, proponiendo añadas de vinos concretos para títulos determinados. Así, en Libros Di-Vinos nos recomiendan el Macià Batle Edición Especial Rolf Knie 2006 para acompañar la lectura de El Manuscrito de Blanca Miosi o  el tinto 2011 de 4 Monos para concentrarnos en el lectura del libro de la periodista Rosa María Artal Salmones contra percebes.

Esta tendencia no debería sorprendernos. La relación entre la literatura y el vino viene de antiguo y se ha perpetuado hasta nuestros días, originando bellas páginas como este “Soneto del vino” que ideara el gran Borges:

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?

Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.

Algunas de las historias escritas por los mejores autores giran están cargadas de referencias al vino, como la Cena jocosa de Baltasar del Alcázar, o tienen en alguno de sus elementos el objeto central, como el relato de humor negro «El tonel de amontillado» que firmara E. A. Poe.  Fernando de Rojas pone en boca de Celestina los elogios más cumplidos hacia el vino, Lope de Vega canta sus excelencias, Cervantes delata la pasión que por él sentían Sancho y don Quijote, Shakespeare lo vitupera y Dumas hace que los mosqueteros ahoguen en vino sus sinsabores. Más recientemente, las enovelas —como alguno se ha atrevido a denominarlas— se han prodigado en las librerías, con títulos de variada fortuna. Muerte entre los viñedos y La misteriosa muerte de Petrus, de Jean-Pierre Alaux y Noël Balen, por ejemplo, pretenden atraer con su suspense, e igualmente policiaca es La sangre de Montalcino, de Giovanni Negri, mientras que Un viñedo en la Toscana, de Ferenc Maté, es una novela amable de entretenimiento, con un paisaje en cierto modo también presente en Vino mágico de Joanne Harris. Gisela Pou ha trazado en El silencio de las viñas la saga de una familia de productores de cava, mientras que Carlos Clavijo nos cuenta la historia de un bodeguero riojano en El hijo de la vid y Gonzalo Gómez Alcántara describe en El hijo de la filoxera el drama que supuso esta plaga. Como puede verse, el género histórico parece prevalecer entre los relatos de temática vitivinícola, incluso retrotrayéndonos a épocas antiguas, como ocurre en la Valentia de Gabriel Castelló Alonso, que sigue así las trazas de El último vino de Mary Renault. También autores de renombrada fama se han intentado con estas tramas; es el caso de Noah Gordon, que sin embargo no logró con La bodega el éxito que cabía esperar. Con este panorama, no debe sorprendernos que hombres personalmente vinculados a la producción de vino y con inquietudes y aptitudes literarias se hayan decidido a escribir obras como Noé, en la que Joseph Puig novela cuarenta días de encierro en las bodegas Vega Sicilia, en plena Ribera del Duero.

Ante este panorama, los libreros tratan de ofrecer a su clientela nuevas oportunidades para experimentar las sensaciones conjuntas de la lectura y el vino. En Bilbao, la librería Cámara comenzó a obsequiar a los clientes que la visitaban en la mañana del sábado con una copa de vino, como vio hacer en la londinense Foyles. Otros van aún más allá y hacen de los suyos unos locales mixtos entre librerías y enotecas. Es el caso de La Biblioteca de Babel, donde se ofrece una selección de referencias internacionales, o Tipos Infame, que organiza actividades de lo más diverso en un ambiente en el que se mezclan libros de sellos independientes con los vinos de autor y las cervezas artesanas.

Lógicamente, las bibliotecas no podían quedar al margen de esta corriente en que hermanan placeres y marketing. Y no me refiero exclusivamente a bibliotecas especializadas, como el Centro de Documentación de la Fundación Dinastía Vivanco, que —por cierto— montó una interesante exposición sobre el vino en los tebeos, poniendo en alza un maridaje de éxito recientemente demostrado en álbumes como Los ignorantes de Étienne Davodeau  o Kami no Shizuku [Las gotas de Dios]  de los mangakas surcoreanos Yuko y Shin Kibayashi.

No se trata —al menos de momento— de incorporar referencias vinícolas a la colección de la biblioteca, aunque sí acercar al público aquellos documentos que de otra manera permanecerían olvidados, como hace la Biblioteca Digital Valenciana al ofrecer una reducidísima colección de etiquetas. Tampoco a impulsar la hispana costumbre del “vino español” en cualquier evento, aunque su inclusión en el programa del Spanish Language Day celebrado en la biblioteca del Instituto Cervantes en Sidney se justificaría con la promoción de nuestros productos en el exterior (para los más madrugadores ofrecieron “chocolate & churros”). Me refiero a otro tipo de experiencias, como la organización de catas. Pueden ser talleres “formales” como los programados en la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agraria de la Universitat de Lleida o encuentros más distendidos como los llevados a cabo —formativos unos, ociosos otros— en la Biblioteca Pública de Logroño, en la biblioteca municipal de Sevilla «Las Columnas», en la biblioteca de la localidad jienense de Cabra, en la de Balmaseda —acompañando vino y chacolí con queso—, en la de la sevillana Almensilla, en Villarrubia de los Ojos o en la localidad valenciana de Cullera, que además ha dejado constancia de su experiencia en su blog.

Dando un paso más allá, a lo largo de este año 2013 el Servei de Biblioteques de la Direcció General de Promoció y Cooperació de Catalunya ha programado bajo el común título «Biblioteques amb DO» una serie de actividades encaminadas «a reducir la distancia entre los buenos libros y el buen vino». Conferencias, tertulias, talleres y, por supuesto, degustaciones realizados en diferentes bibliotecas para promocionar la cultura del vino en general y los vinos catalanes en particular componen una programación que se complementa con un blog destinado no sólo a informar de las actividades sino también de las bibliotecas y Denominaciones de Origen participantes.

En sustanciosos e informales encuentros ha quedado demostrado que entre los bibliotecarios españoles los hay que sienten verdadera pasión por el vino. ¿Seguimos los anteriores ejemplos y compartimos con nuestros usuarios la experiencia del maridaje del vino con la lectura?

[Quien sabe beber, sabe vivir. Por eso, consume el alcohol con moderación y responsabilidad]

Rafael Ibáñez Hernández

Colaborador en BiblogTecarios Bibliotecario en la Biblioteca Municipal. Curioso de las nuevas tecnologías (aunque ya no sean tan nuevas), pero empeñado en mantener los pies sobre el suelo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *