Dedicaba mi anterior post a la proliferación de hotspots para la oferta de señal WiFi en multitud de establecimientos hosteleros, comerciales o de servicios. Es el Wifi gratuito un gancho para la captación de clientes que, sin embargo, se está convirtiendo ya en un servicio añadido imprescindible. Si antaño los bares trataban de atraer parroquianos instalando un servicio de teléfono público —“un café solo y una ficha, por favor”— o un televisor para «compartir» las retransmisiones deportivas, hoy tratan de captar clientes con su red de conexión inalámbrica para que naveguen mientras consumen. Si los hoteles de negocios comenzaron ofreciendo Internet corners y luego conexión a Internet en las habitaciones mediante acceso por cable a su LAN, la creciente demanda por parte de la clientela ha provocado que hoy la gran mayoría de los hoteles —también los vacacionales de playa o montaña— incluyen entre sus servicios estándar (como el agua caliente) el acceso gratuito a Internet a través de WiFi. De esta manera, creo ya innecesarios esfuerzos como éste —muy social, eso sí— para controlar aquellos hoteles que cuentan con WiFi gratuito. Parece, pues, que vamos camino de la “wificación” universal.
Pero la realidad no es tan sencilla, ciertamente. Los niveles de frustración provocados por un servicio deficiente son aún muy altos, quizá porque el cliente medio es todavía excesivamente conformista para un servicio relativamente novedoso.
Calidad y alcance
Y es que en muchos de estos establecimientos actúan como si la simple instalación del logo fuese suficiente y no prestan ninguna atención a la calidad del servicio que supuestamente ofrecen. Los pioneros cuentan con instalaciones acordes con los estándares más limitados, IEEE 802.11b y 802.11g, cuya velocidad de transmisión apenas alcanza en el mejor de los casos 54 Mbps teóricos, aunque el promedio se sitúa en los 22 Mbps. Otros, en cambio, tienen ya instalaciones acordes con el estándar 802.11n, cuya tasa de transferencia puede llegar a alcanzar teóricamente los 600 Mbps en un espacio a cielo abierto. Lamentablemente, los hoteles son edificios con múltiples obstáculos —numerosos tabiques y conducciones agua, azulejos y paramentos, puertas de seguridad, cableados…— que debilitan la señal WiFi y reducen significativamente su alcance, situándolo por debajo de los 70 m definidos en interior para el estándar IEEE 802.11n, a lo que debe añadirse el consumo de señal de cada dispositivo conectado. Como no puede ser menos, el diseño e instalación de una red se encarece a medida que suma routers cableados, antenas unidireccionales y repetidores, de modo que en la mayoría de los casos la red configurada no satisface la creciente tasa de uso demandada.
Más sencillas deberían ser las instalaciones en otros establecimientos hosteleros, como bares, cafeterías o restaurantes, dadas las características más o menos diáfanas de sus espacios públicos y, por tanto, mayores las posibilidades de ofrecer un servicio de calidad. Sin embargo, no suele ser así: los usuarios estamos condenados a conexiones lentas y estrechas porque la inversión en este tipo de instalaciones no se encuentra entre las prioridades de propietarios y gestores.
Cifrado
Otro gran problema es el de la seguridad. Todavía en la mayoría de los establecimientos el acceso a la red Wifi se supone protegido mediante protocolos de cifrado WAP2-PSK —o sus predecesores WAP ó WEP— como procedimiento para que sólo los clientes autorizados puedan hacer uso del servicio. Pero creer en la irreal imposibilidad de hackear estas conexiones es una torpeza que como mínimo demuestra ingenuidad. El cliente está obligado a solicitar la clave, lo que supone una dificultad añadida —contraseñas alfanuméricas complejas, errores de memorización o transcripción…— cuando no una limitación justificada en una timidez mal entendida: “Una caña, un pincho de tortilla y la clave WiFi, por favor”. En otros lugares, para descargar a los camareros de la tarea de proporcionar la clave a la clientela, ésta se publicita en carteles más o menos discretos. En cualquiera de los casos, la contraseña proporcionada a un cliente deja de ser inmediatamente secreta y por tanto la seguridad de la red contra los “intrusos” sólo dependerá de su alcance fuera de los muros del local. Entonces, ¿por qué ese afán por encriptar el acceso a la señal WiFi?
Es verdad que existen sistemas que generan diferentes claves aleatorias y simultáneas para acceder a la señal WiFi durante un periodo limitado, posiblemente útiles en locales de restauración (bares, cafeterías…). Pero parece que el equipamiento necesario y las tareas asociadas que exigen estos sistemas no terminan de convencer al sector hostelero. De ahí que los más avanzados estén optando —con buen criterio— por ofrecer WiFi libre, gratuito e ilimitado: las “fugas” de señal quedan más que compensadas por la fidelización de una clientela que cada vez demanda con mayor insistencia conectarse a Internet mientras consume alguna delicia culinaria. Claro que pueden producirse ciertos abusos —ocupar una mesa con un portátil durante toda una tarde por el precio de un simple café— que tientan a los propietarios de los locales a prescindir del servicio WiFi, pero al fin y a cabo es un problema que en realidad nada tiene que ver con la conectividad inalámbrica: ¿qué jóvenes no han “pelado la pava” durante horas en la mesa de un bar con un simple par de refrescos?, ¿acaso no hemos visto grupos de cierta edad matando el tiempo ante un sencillo carajillo mientras juegan a las cartas o al dominó?, ¿o es que ya no recordamos aquellos cafes en que entregaban recado de escribir a quienes pasaban horas sobre sus mesas de mármol o se reunían en tertulia unos y otros, como el clásico Gran Café Gijón? ¿Tanta diferencia hay al relacionarse, leer, escribir o jugar por Internet? La conectividad WiFi gratuita ha llegado para quedarse (al menos, de momento).
Diálogo final
—Vale, pero ¿qué tiene que ver todo esto con las bibliotecas? —se pregunta el paciente lector de este post. Y el autor responde con humilde seguridad:
—Todo. ¿No es al fin y al cabo Internet una inmensa biblioteca? Pues si nos alojamos en un hotel con servicio WiFi estaremos, en definitiva, en un hotel con biblioteca. Y lo mismo cabe decir de restaurantes, cafeterías… Es más: si los establecimientos hosteleros se están inclinando por la conectividad libre, gratuita e ilimitada, ¿cabe esperar que en las bibliotecas sea de otra forma?