«¿Otra vez con la matraca?» Pues sí, ya estoy aquí otra vez dándole vueltas al asunto de los libros electrónicos, y mucho me temo que no será la última ocasión. Pero hay que rendirse a la evidencia: el ebook ha venido para quedarse, y estoy convencido de que lo logrará. Lo que no significa que desterremos el papel en un breve plazo, ni mucho menos. Aún es difícil saber cuál será el formato definitivo que adopte —si es que habrá alguno—, porque junto a un PDF cada vez más flexible o un ePub más rico, los productos transmedia y los libros-aplicación aún tienen mucho que decir. Pero lo cierto es que cada son menos los lectores que en mayor o menos medida recurren —o deben recurrir, que esa es otra— a dispositivos tecnológicos.
Me atrevería a decir que en las bibliotecas públicas supimos ver inmediatamente con claridad las oportunidades que nos brindaba el libro electrónico. A pesar de que los requisitos de equipamiento suponen una traba —como instrumento intermediario, los dispositivos son un elemento más, y no menor, que afecta a la calidad de la experiencia lectora—, estábamos convencidos desde el principio de las ventajas del formato digital para la universalización del acceso a la lectura. En muchos casos “por libre”, decidimos realizar un esfuerzo para difundir las bondades del ebook, mientras los avances tecnológicos iban proporcionando dispositivos más rápidos, más cómodos, con mayores capacidades y prestaciones. Más pronto que tarde —animados, eso sí, por los modelos que encontrábamos en bibliotecas de allende nuestras fronteras—, nos embarcamos en campañas para difundir esta nueva fórmula de lectura, desde el préstamo de dispositivos a la selección y acceso a diferentes títulos, en la mayoría de los casos de dominio público para sortear el peor de los obstáculos: el DRM (tal como está concebido). Pero no fuimos capaces de avanzar más rápido. Cierta parálisis administrativa retuvo la experiencia del préstamo digital en las bibliotecas públicas, tiempo podría haber servido para aprender de los éxitos y errores de otros; pero no fue así. Puesto al fin en marcha el servicio de eBiblio, nos dimos de bruces con la exigencia de unas habilidades tecnológicas excesivas derivadas del empeño editorial por usar el DRM de Adobe —que exige la descarga de un programa propietario y la creación de una cuenta personal, además de dificultar sobremanera la lectura en distintos dispositivos—, lo que unido al registro previo como usuario de la plataforma —algo no siempre muy transparente para el usuario— y las peculiaridades de cada dispositivo, amén de lo reducido de la oferta de títulos, sólo sirvió para desanimar al más común de los mortales.
Finalizada la primera fase de la experiencia, la nueva oportunidad tropezó con el desencuentro entre las empresas implicadas (proveedora de licencias vs. gestora de la plataforma), que se ha prolongado prácticamente hasta ahora mismo, por lo que apenas ha podido percibir el lector las mejoras previstas. Aunque sigue presente el DRM de Adobe como principal obstáculo. Pese a que cada vez son más las editoriales que optan por publicar sus libros electrónicos sin DRM o con DRM social, lo cierto es que los grandes complejos editoriales —y sí, utilizo la expresión con evidente doble sentido— ofrecen una resistencia numantina… en la que afortunadamente se empiezan a atisbar algunas fracturas.
Lo cierto es que de alguna manera habrá que disolver las reticencias del lector habitual, acostumbrado al papel como soporte de lectura. Determinadas experiencias extranjeras han orientado la popularización del ebook mediante campañas estrechamente vinculadas al papel. Por su volumen, tal vez la más llamativa fuera la de Kindle MatchBook, un programa de oferta permanente de Amazon que permite adquirir a un precio anormalmente bajo la versión electrónica de aquellos libros en papel que hayas adquirido o adquieras en el futuro. Sin embargo, por lo general en España no hemos pasado de la venta por separado del ejemplar físico y el electrónico —o su licencia, que ese es otro debate— a un precio diferente. Sólo algunas editoriales se han atrevido a experimentar con nuevas soluciones. Así, Malpaso Ediciones comenzó a regalar la versión electrónica de sus nuevos títulos a quienes demostrasen ser propietarios de un ejemplar en papel. Para ello, bastaba enviar por correo electrónico una imagen de la portada personalizada con nuestro nombre, a cambio de lo cual nos enviaban gratuitamente un PDF de la obra sin ningún tipo de restricción. En la biblioteca en que trabajo nos planteamos la posibilidad de que nuestros usuarios pudiesen gozar de ese mismo privilegio, aprovechando el parque de eReaders con el que contamos. En nuestro afán de actuar con todas las bendiciones contactamos con la editorial para plantearles la posibilidad de poner la versión electrónica a disposición de nuestros usuarios e incluso cargarlas en algunos de los dispositivos de nuestro parque. Pero la respuesta fue todo un jarro de agua fría: no habían contado con la intervención de las bibliotecas; y, de hecho, dejamos de recibir los ficheros solicitados. Ciertamente este procedimiento tenía algunas lagunas —o abundancia de buena fe—, como la de no impedir el copiado de los ficheros, pero no encajaba con la filosofía del servicio bibliotecario.
Más recientemente, el gigante de la edición española Planeta ha comenzado a experimentar con un procedimiento de DRM blando que, de extenderse, abrirá una senda sumamente útil para el préstamo bibliotecario. En la solapa de la camisa de cada ejemplar figura un código QR único que, iniciada la aplicación de lectura Planeta Reader —disponible para dispositivos Apple o dotados con Android—, permite la descarga de la versión electrónica del libro. La novedad reside en que, según se informa en ese mismo lugar, “el eBook sólo estará disponible en un dispositivo al mismo tiempo”, puesto que desaparecerá en caso de escanearse con un segundo equipo. Es decir: si yo te presto el volumen, dejo de tenerlo en mi estantería; pero si, además, escaneas el código QR, también pasas a disponer de la versión electrónica, que desaparecerá de mi dispositivo. ¿No os suena esto a un sistema integral de préstamo?
Sobre la base de esta idea —una promoción que caduca, ay, con el final de este año—, no parece descabellado pensar que tal vez sería posible crear un sistema de préstamo bibliotecario de libros electrónicos vinculado a los ejemplares. Nunca podría ser el sistema definitivo, entre otras cosas porque no permite el préstamo remoto y “duplica” la colección, pero… Lamentablemente, salvo contadas excepciones, los editores aún son muy remisos a entrar en dinámicas novedosas que ayuden al ebook despegar definitivamente, y menos aún si en ellas intervienen las bibliotecas, a las que cada vez perciben más como adversarias que como aliadas.
Pero ese asunto necesita más amplitud para su reflexión.
Hay que hacer notar que Amazon, dentro de su inteligente y bien pensada «invasión» del sector del libro electrónico incluyó hace ya tiempo la posibilidad de préstamo (al menos entre particulares). Este préstamo incluye la desaparición temporal del libro de la biblioteca del dueño y la aparición en la de destino. Desconozco su aplicación/legalidad en bibliotecas.
Cierto, Joaquín; es una práctica ya probada por el gigante del comercio electrónico que, como apunto en el post, ha decidido probar Planeta. La tecnología existe, y al parecer funciona, sin complicar la vida al usuario. Su aplicación en bibliotecas sería muy, pero que muy, sencilla. Pero hay surge el problema del papel prescriptor del bibliotecario: sugerente para los usuarios, «censor» para los editores (quienes además desde su mirada «cortoplacista» creen que reducimos su campo de maniobra de cara a las ventas).
Supongo que los editores irán abriendo los ojos; de lo que no estoy tan seguro es de que, al mismo tiempo, vayan abriendo la mano. Si no lo hacen, acabarán asfixiando a su «gallina de los huevos de oro».
Gracias por tu apunte. Un saludo.