Pese a que las bibliotecas aspiran a ser consideradas como algo propio de la comunidad, a ser un servicio cercano al ciudadano, próximo y entrañable, lo cierto es que desde siempre los servicios bibliotecarios han estado de alguna manera vinculados a la información y comunicación a distancia. Es verdad que en tiempos antiguos esta relación se limitaba a la circulación de ejemplares para su copiado en otros escritorios monacales, remoto antecedente de lo que ya identificamos en la contemporaneidad como préstamo interbibliotecario. Con la generalización del teléfono, las posibilidades se ampliaron enormemente, desde la simple disposición de cabinas en los recintos bibliotecarios a la implantación de servicios de referencia por vía telefónica (sin olvidar, claro está, el intercambio de datos portados por los pares de cobre).
Como no podía ser menos, la “explosión móvil” que tan drásticamente está afectando a los servicios telefónicos tradicionales está provocando también sus efectos colaterales en las bibliotecas. Casi en lo anecdótico queda la utilización de una cabina telefónica en desuso para alojar un pequeñísimo autoservicio bibliotecario en Westbury-sub-Mendip (Reino Unido), idea trasladada a otras pequeñas localidades europeas como Busséol (Francia). El consultor de medios James Econs ha dado un paso más en Kingston (Reino Unido) y, bajo el nombre Phonebook, propone el uso bibliotecario de las cabinas telefónicas sin que éstas dejen de cumplir el fin para el que fueron inicialmente diseñadas, objetivo que ha sido asumido por la ciudad de Nueva York, de la mano del arquitecto John Locke para dar un mayor uso a sus cabinas .
Pero no es a esto a lo que me quiero referir tanto como a la expansión de otro servicio que en gran parte las bibliotecas se prestaron a ofrecer de manera gratuita: el acceso a Internet vía WiFi . Sospecho que sería más el coste del cableado y el equipamiento con numerosos ordenadores que una acertada visión de futuro la que hizo que las bibliotecas públicas españolas abrazaran la opción WiFi para ofrecer a sus usuarios acceso gratuito a Internet. Y es que el desarrollo de la telefonía móvil ha tenido como lógica consecuencia el del acceso móvil a la Red. Atentas a las mutaciones sociales que se estaban produciendo, las bibliotecas jugaron su baza para hacer suya la oferta gratuita de este servicio que, mientras tanto, trataba de complementar previo pago los ofrecidos en determinadas instalaciones hosteleras.
Pero de un tiempo a esta parte estamos asistiendo a la proliferación de hotspots gratuitos y la “wificación” de las ciudades. A las ya mencionadas bibliotecas públicas se suman las antenas desplegadas en flotas de autobuses urbanos como los de Madrid, las ubicadas en kioscos de prensa como los de Sevilla, las dispersas por edificios municipales, plazas y jardines de Burgos, las dispuestas en cabinas telefónicas infrautilizadas como las de Nueva York (otra vez)… Acaso fueron las bibliotecas públicas las que señalaron a las administraciones municipales la senda que debía seguirse, a pesar de contratiempos como la sentencia dictada en septiembre de 2011 contra el Ayuntamiento de Málaga. Esta diseminación del WiFi gratuito no puede sino merecer nuestro aplauso porque, como afirma José Ramón Chaves,
las redes wifi día a día comienzan a ser el oxígeno de la vida del ciudadano y las empresas. El homus wifis no conoce fronteras, explora con su móvil/tabla/portátil todos los espacios, se refugia en locales de ocio con wifi gratuita, accede a mil servicios y hace uso de sus aplicaciones bajo tecnología wifi, y si no respira esa burbuja se encuentra perdido, indefenso y sin la herramienta para activar su formación y la información. Por eso coincido plenamente con quienes lúcidamente postulan las wifi públicas como servicio universal.
Esta “wificación” urbana ha tenido como primera consecuencia el abaratamiento hasta la gratuidad del uso de los hotspots que habían proliferado en bares, cafeterías y hoteles, tomando el relevo a los ya primitivos cibercafés. Sin embargo, el supuesto beneficio que esto debía significar para los usuarios se minimiza por la mala praxis habitual: absurda encriptación de los accesos, escasa calidad de la señal… Pero sobre esto volveré en un próximo post.