Conexión e influencia, de 6 a 3

Rebaño de ovejasA estas alturas de la película, supongo que todos los profesionales de la información —bibliotecarios incluidos— conocemos siquiera en lo anecdótico la Regla de los Seis Grados de Separación, que viene a constatar cuán cierto es aquello de que el mundo es un pañuelo. El Experimento del Mundo Pequeño llevado a cabo por Stanley Milgram y sus colaboradores en 1967 —que básicamente consistió en hacer llegar correspondencia a alguien desconocido utilizando como intermediarios los contactos personales— estableció que entre dos sujetos es posible trazar una cadena de relaciones con una media máxima de cinco intermediarios. Tal fue la popularidad de esta regla que incluso se hizo un hueco en el ámbito teatral con la obra de John Guare Seis grados de separación —basada en la vida del estafador David Hampton y llevada al cine en 1993 con el popular Will Smith como protagonista— y la serie de televisión Seis grados. Sus posibilidades literarias ya habían sido puestas de manifiesto décadas atrás, cuando el escritor húngaro Frigyes Karinthy formuló el germen de esta teoría en su cuento Láncszemek. Posteriormente, ya en el siglo actual, un grupo de investigadores dirigidos por Duncan J. Watts en la Columbia University vino a comprobar la supuesta certeza de esta regla usando el correo electrónico. Y escribo “supuesta” porque, a pesar de su atractivo, esta regla no es matemáticamente correcta: para que lo fuera sería necesario que cada habitante del planeta conociera al menos a 44 personas que no tuvieran contacto entre sí. Además, estos mismos investigadores reconocieron al hacer públicos los resultados de su investigación en la revista Science que la estructura de la red así establecida no es suficiente para establecer una conexión efectiva, sino que se precisa además de una estrategia de incentivos para que los intermediarios actúen.

Determinadas herramientas parecen facilitar su cumplimiento la Regla de los Seis Grados de Separación y aún reducir las distancias. Es el caso de Facebook, que —según una investigación llevada a cabo por miembros de la Università degli Studi di Milano—reduce esa separación de seis a cuatro grados. Es cierto que los amigos de un usuario de Facebook tienen más probabilidades de ser de la misma edad, residir en el mismo país o compartir intereses comunes. Pero, en cualquier caso, este último estudio parece confirmar el pronóstico de Guglielmo Marconi, quien al recoger en 1909 el Premio Nobel aludió a la contribución de las entonces novedosas tecnologías de la telecomunicación —la telegrafía sin hilos— en el establecimiento de relaciones más cercanas, haciendo así nuestro mundo más pequeño.

Fascinados por la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces de la cadena, favoreciendo así el establecimiento de relaciones entre individuos inicialmente distantes, asistimos en los últimos años a una desmedida sobrevaloración  de las herramientas de las redes sociales para crear y mantener conexiones, hasta el punto de basar en el crecimiento de nuestra red la valoración del éxito de nuestros proyectos antes que en los beneficios obtenidos. Ese afán por acumular “amigos” en Facebook o seguidores en Twitter se ha apoderado de las entidades, y las bibliotecas no son ajenas a esta práctica. La publicación de determinados ránkings —como el de las 15 bibliotecas iberoamericanas más seguidas en Facebook que no hace mucho recopiló el infotecario Fernando Gabriel Gutiérrez —pueden ofrecer determinadas pistas sobre las prácticas de promoción y difusión determinados servicios bibliotecarios tanto dentro como fuera de la Red o de la imagen que estos mismos tienen en la vida real.

Sin embargo, como profesionales de la comunicación que también somos los bibliotecarios —algo que a menudo se olvida—, no deberíamos dejarnos engañar por aquellos espejismos que nos pueden confundir. Deberíamos ser conscientes de que conexión no es sinónimo de influencia, concepto éste a mi modo de ver trascendental para que la biblioteca sea verdaderamente ese instrumento de progreso y transformación social que deseamos. Es cierto que la influencia precisa del vínculo, pero que estemos conectados con cualquiera por seis grados no significa que tengamos influencia sobre todas esas personas. Como explican Nicholas A. Christakis y James H. Fowler en Conectados, todo lo que hacemos o decimos tiende a difundirse por nuestra red social como lo hacen las olas, deshaciéndose gradualmente, de modo que nuestra influencia no supera los tres grados de separación. Al igual que en el juego del teléfono escacharrado el mensaje se va distorsionando a medida que se aleja del emisor inicial, perdiendo ello eficacia el acto comunicativo del conjunto de participantes, nuestros actos dejan de tener un efecto perceptible en las personas de las que nos separan tres intermediarios. Esta Regla de los Tres Grados de Influencia, que limita los efectos de la Regla de los Seis Grados de Separación, parece responder a tres causas:

  • decadencia intrínseca de los efectos, sea por la disipación de la energía con que actuamos o la fortaleza de la resistencia a la que han de hacer frente;
  • inestabilidad de la red, que se encuentra en constante reconfiguración, agregándose y eliminándose nodos, es decir, rompiéndose relaciones y estableciéndose otras nuevas; y
  • explicación relacionada con la evolución biológica de los seres humanos, en la medida en la que aún no llevamos conviviendo en grandes grupos el tiempo suficiente para aumentar nuestro grado de influencia.

Parece constatado que los vínculos electrónicos refuerzan las relaciones, preservando las interacciones entre los así conectados gracias a su capacidad para superar determinadas dificultades espacio-temporales, de manera que atenúan la inestabilidad de la red. Pero en cambio no parecen capaces de superar otras limitaciones. Tal vez se pueda actuar sobre la decadencia de los efectos de nuestros actos reforzándolos con intervenciones de marketing que capten la atención de nuestros contactos y los motiven. Durante algún tiempo, la presencia de las bibliotecas en los espacios sociales de Internet ha sido un incentivo que, sin embargo, ya se muestra insuficiente para fortalecer su influencia en la comunidad. No es bastante con estar ahí, sino que es necesario saber para qué se está, cómo se quiere estar y en qué medida se puede y quiere influir; pero sobre todo se ha de ser consciente de que la presencia en esos espacios sociales virtuales, con ser ya imprescindible e irrenunciable, no incrementa per se el influjo de las bibliotecas en la medida en que no rompe las limitaciones de la Regla de los Tres Grados de Influencia.

Esta perspectiva nos ayudará a calcular el esfuerzo que hemos de invertir para mantener o incrementar la presencia de nuestras unidades de información en Internet, identificando objetivos realistas y planteando tácticas apropiadas. Si no lo hacemos así, podremos tejer una red amplísima que, sin embargo, de poco nos servirá.

Rafael Ibáñez Hernández

Colaborador en BiblogTecarios Bibliotecario en la Biblioteca Municipal. Curioso de las nuevas tecnologías (aunque ya no sean tan nuevas), pero empeñado en mantener los pies sobre el suelo.

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