En la reciente edición del Congreso Iberoamericano sobre Redes Sociales celebrado en Burgos, Alejandro Piscitelli ilustró su más que interesante conferencia inaugural con varios vídeos, a cual más curioso y entretenido, lo que es una muestra más de su gran capacidad de comunicación. Uno de estos vídeos, titulado Il était une fois… les technologies du passé, que quizá ya conozcáis, muestra las curiosas reacciones de un grupo de niños al ver por primera vez algunas muestras tecnológicas de la comunicación más avanzada del pasado siglo XX (de ayer, como quien dice).
A quienes ya contamos con cierta edad (y si tuviésemos pelo peinaríamos canas), imágenes como éstas nos causan cierta sorpresa; pero quizá otros compañeros del mundo de la información no le encuentren la gracia por cuanto a ellos mismos les puede resultar un tanto anticuada alguna de estas tecnologías, ahora que el paradigma parece encontrarse en lo digital y remoto… Claro que, si atravesamos el espejo, lo que veremos no es un mundo al revés, pero nuestros jóvenes compañeros podrán reírse de las “futuristas tecnologías” con las que nos pretendían sorprender hace no muchos años algunos autores de espionaje: cámaras fotográficas que permitían hacer “microfotos” más pequeñas que un sello de correos, relojes con múltiples funciones (hoy al alcance de cualquiera)… El zapatófono del Superagente 86 es ya todo un clásico, aunque la capacidad de comunicación de este personaje pasaba por otros múltiples artilugios.
El caso es que ese futuro que ya está aquí no es fruto de la generación espontánea ni de la mera causalidad, sino de una evolución tecnológica que resulta sumamente necesario (o, al menos, interesante) conocer. Y no es sólo una mera cuestión de prurito intelectual, pues aún en muchas de nuestras unidades de información podemos encontrar muestras de esas modernas tecnologías hoy ya obsoletas (como lo estarán mañana mismo otras muy recientes). Incluso algunas es posible que todavía se incorporen a sus fondos documentos tecnológicos no librarios (procedentes de donaciones, por ejemplo) cuyo contenido sea valioso por sí mismo, lo que obligará a una correcta identificación del objeto documental.
Impresión fotográfica
Parece que hoy ya nadie se cuestiona la existencia de documentos audiovisuales en las colecciones de las bibliotecas, entre otras cosas porque la experiencia ha demostrado con creces el valor de sus características (valor informativo propio, capacidad de almacenamiento, posibilidades combinatorias…). Pero hubo un tiempo no muy lejano en que los rasgos específicos y las características propias de estos tipos documentales suponían una traba para su incorporación a estas colecciones. Posiblemente fuera la imagen la que más fácilmente superó los obstáculos psicológicos, puesto que en realidad ha formado parte de las colecciones bibliográficas desde el instante en que se incorporó como ilustración a los libros, otorgándoles a muchos de ellos un valor insustituible por su belleza o la información ofrecida. Las colecciones de grabados fueron ejemplo a seguir para la incorporación de colecciones fotográficas de indiscutible valor. Las fotografías fijas ofrecerán una información hasta entonces vedada al lenguaje escrito, pudiéndose emplear además para la reproducción de documentos bibliotecarios tradicionales.
La invención por parte de George Eastman de la diapositiva en 1914 (ya había inventado el carrete fotográfico, expandiéndose así las posibilidades fotográficas del aficionado) facilitará enormemente la incorporación de la fotografía fija a las colecciones bibliotecarias, por cuanto demanda un espacio físico menor y su manejo resulta más seguro, aunque requiera un proyector para su visionado en una sala oscurecida. Las diapositivas son fotografías transparentes positivas enmarcadas en cartón o plástico, con un formato normalizado de 24 x 36 mm que, generalmente, se editaban en series temáticas y ordenadas, aunque también existían casos de edición o comercialización individual.
La aplicación de principios ópticos a la fotografía se efectuó desde sus comienzos, pero en el ámbito documental nos interesa por su aplicación en la creación de diferentes microformas, empleadas para archivos de seguridad, consulta y conservación de materiales valiosos, préstamo interbibliotecario o la publicación de documentos con tiradas muy cortas. Las microformas presentaban diferentes formatos, aunque los más comunes serán los rollos de película fotográfica de 35 mm y de 16 mm, y las fichas de ventana, tarjetas tradicionalmente de 89×188 mm con un texto legible a simple vista y una ventana en el ángulo superior izquierdo para la inserción de una microimagen, que resultaban muy adecuadas para dibujos artísticos, técnicos y gráficos de consulta individual. Eso, sin olvidar las microfichas, fichas de película de 11×15 cm con microimágenes ordenadas horizontalmente y resoluciones desde 1:24 (60 fotogramas) hasta 1:200 (6.000 fotogramas), aunque las más habituales eran las de 98 fotogramas.
La definición del fenómeno de la persistencia retiniana por parte de Joseph Plateau sentó el principio para el desarrollo de las tecnologías de la imagen en movimiento, algo que al parecer ya había divulgado el griego Ptolomeo. La combinación de este principio con el desarrollo de las emulsiones fotográficas dio lugar a la aparición de la película cinematográfica (en la que los fotogramas se disponen verticalmente y se proyectan a una velocidad superior a los 18 fotogramas/seg.), de la que acaso la primera muestra sea el hiper-corto Boxing cats, rodado por Henry Welton en los estudios Edison en julio de 1894]. Las películas para la gran pantalla se realizan en formato de 35 mm, que es idéntico al que se utiliza en la fotografía clásica como tamaño universal. Ocasionalmente se ha utilizado el formato de ancho doble (65 mm de película que se convierte en 70 mm al añadirse de la banda de sonido), aunque en la actualidad este formato sólo se emplea para proyecciones especiales como IMAX o el rodaje de grandes producciones. Además, fue muy popular el formato de 16 mm, que se utilizó para películas experimentales, así como para documentales y cortometrajes. Finalmente, existieron también dos formatos de película dirigidos exclusivamente a los aficionados, que han quedado totalmente relevados por el vídeo: el formato de 8 mm —una película de 16 mm cortada longitudinalmente— y el formato Super 8, que era algo más ancho que el anterior, con lo que se consiguió una calidad de imagen algo más aceptable.
Grabación mecánica analógica
Este procedimiento de grabación se basa en la transformación de las ondas sonoras en vibraciones mecánicas mediante un transductor acústico-mecánico. La información de sonido se registra sobre una superficie en forma de surcos. Esta señal recibe el calificativo de analógica porque las vibraciones mecánicas producidas cuando la aguja se desplaza por los surcos es “análoga” a las variaciones de presión sonora (sonido) que producen. Posteriormente, en el equipo reproductor se aplica el proceso inverso y se restaura la señal a su forma original. El soporte debe hacerse girar con idéntica velocidad a la que haya sido grabado.
Los primeros soportes de este tipo de grabaciones fueron los cilindros de cartón recubiertos de estaño con un surco helicoidal que ideara Thomas A. Edison en 1877 junto con su fonógrafo. Pero no será hasta 1889 cuando se comercialice el primer cilindro, elaborado ya con cera sólida, con la grabación de un fragmento de las Danzas Húngaras de Brahms en una versión para piano solo. Mientras tanto, el alemán Emile Berliner había comenzado a trabajar en un nuevo aparato reproductor sonoro en plato, para lo que se basó en un proyecto ya desechado por Edison. En 1887 consiguió desarrollar un método de modulación del sonido, trazando lateralmente un surco sobre la superficie del plato, lacado y recorrido por una aguja que daba vueltas sobre él. Surgía así el disco de gramófono, cuya distribución comenzó en 1893 y que tuvo que competir con el fonógrafo, que gozaba de gran popularidad porque permitía la grabación directa del sonido sobre los cilindros. En cambio, la forma de los discos planos para gramófono permitía sacarcopias negativas de los discos de cera originales, mediante procedimientos galvanoplásticos, de las cuales —por simple estampación— podían obtenerse gran cantidad de copias sobre discos elaborados a partir de ebonita, una sustancia de textura plástica en caliente y considerablemente más dura a temperatura ordinaria. Estos serían los que conocemos como discos de pizarra. Ya en 1893, Berliner comenzaría la distribución de sus discos, con un catálogo entre los que se encontraba una versión para soprano y piano del himno Columbia, gem of the ocean de David T. Shaw.
La posibilidad de poder efectuar copias en serie no fue la única ventaja del recién estrenado gramófono. Frente a la compleja e imprecisa colocación y lectura de los cilindros del fonógrafo, la colocación de los discos del gramófono se limitaba simplemente a su colocación sobre la placa giratoria del aparato, quedando centrados por el encaje del eje de rotación en el orificio central. Otra aportación decisiva fue que el sonido no se registraba a partir de incisiones de la aguja en profundidad sobre el surco, sino lateralmente, de manera que reproducía un sonido más fiel al original y el desgaste del soporte reproductor era mucho menor. Estas ventajas, junto con la lectura a la velocidad constante de 78 rpm, provocaría finalmente el relevo del disco de pizarra sobre el cilindro de cera en torno a 1910.
No será hasta 1948 cuando la CBS presente en Nueva York un disco de larga duración fabricado en una resina de polivinilo, que se impuso con rapidez por sus muchas ventajas, entre las que cabe mencionar el aumento del tiempo de grabación hasta los 45 minutos o su capacidad estereofónica. Físicamente, los surcos del disco de vinilo tienen forma de V, con un ángulo entre ambos lados —cada uno de los cuales corresponde a un canal— de 90° grados. Normalmente, la velocidad de grabación/reproducción de un disco de vinilo será de 33 ⅓ rpm, 45 rpm o 78 rpm, dato éste del que dependerán además el diámetro del disco, la cantidad de estrías y la anchura de los surcos. Los formatos normalizados de los discos de vinilo son:
- Single: disco de 17’5 cm con un tema por cara.
- Maxi-single: single en un disco de 30’5 cm, con lo que, al disponer de mayor longitud de surco para el mismo minutaje, se puede aumentar la anchura del surco y mejorar así la calidad del sonido; también suele aprovecharse para extender la duración de la canción con nuevos fragmentos, en lo que se conoce como ‘extended version’ o ‘club version’.
- EP (Extended Play): disco, tanto en 17’5 cm como en 30’5 cm, con dos o tres temas por cara.
- LP (Long Play): disco con más de sesis temas por cara, aunque en su versión de doble vinilo se reduce el número de temas por cara, acercándose así a la calidad del maxi-single.
La calidad sonora del disco de vinilo es especialmente valorada por los audiófilos, en cuyo entorno sigue siendo considerado como la fuente sonora de referencia. También facilita determinadas manipulaciones que añaden efectos al sonido original; tal es el uso que de ellos hacen Dj’s turntablistas, quienes han convertido así el tocadiscos en un instrumento musical. Su principal inconveniente es el desgaste, debido al rozamiento de la aguja, aunque existen reproductores que evitan ese problema, explorando los surcos del vinilo mediante un haz de rayos láser. Otro inconveniente es la pérdida de calidad sonora si se acumula suciedad en el surco, por lo que es recomendable limpiar el disco antes de su reproducción. También la calidad de audio se va deteriorando a medida que los surcos se van concentrando, motivo por el que, en el momento de fabricar los discos, los temas con más contenido rítmico se grababan en la zona periférica.
Pero este procedimiento de grabación no se ha limitado al registro de sonido. En 1927, el físico escocés John Logie Baird efectuó las primeras pruebas de registro de señales de vídeo sobre discos de 78 rpm mediante un gramófono adaptado que reproducía confusas imágenes con una resolución muy pobre: apenas 30 líneas de 15 puntos cada una. Adoptado por la BBC, este sistema de grabación mecánica de vídeo en discos de pizarra, que recibió el nombre de Phonovision, fue abandonado en 1936.
Fue en 1965 cuando la norteamericana Westinghose intentó comercializar un sistema de vídeo en disco de vinilo que recibió el nombre de Phonovid. Destinado a la grabación y reproducción de hasta 200 imágenes fijas y 20 minutos de sonido por cada una de sus dos caras, este disco tenía una anchura de 12 pulgadas y giraba a 33 rpm. Pero, sin embargo, la comercialización del videodisco no fue posible entonces, sino algunos años después, como consecuencia de los esfuerzos conjuntos de Telefunken y Decca, que tras cinco años de investigaciones lanzaron al mercado el sistema Teldec (también conocido como TeD [Televisión Disc]) en 1975. Este sistema estaba basado en un disco muy fino y flexible de 301 mm de diámetro que flotaba sobre un cojín de aire mientras la cabeza de lectura era guiada por un carro que se desplazaba sobre un carril mecánico. En la superficie de una de sus caras se grababan unos microsurcos —un máximo de 150 por mm— que recogían una frecuencia portadora modulada por la señal de imagen, sumando una duración que no superaba los 12 minutos, girando a 1.500 rpm. La información era recogida por un cristal piezoeléctrico que lo transformaba en señal eléctrica. La japonesa JVC mejoró en 1978 este sistema al recurrir a prensados ultrafinos que garantizaban el almacenamiento de una hora de información por cada una de las dos caras del disco, que debía girar a una velocidad de 900 rpm para su reproducción normal. Y es que éste disco no tenía surco propiamente dicho, sino un trazado en espiral formado por múltiples huecos microscópicos o microcubetas; al estar elaborado con PVC —material conductor de altas frecuencias—, este videodisco VHD (Very High Density) era realmente un disco capacitivo (CED – Capacitance Electronic Disc), en el que la capacitividad variaba según la presencia y características de dichas microcubetas, traduciéndose en el lector en señal de vídeo. Además, el aparato lector contaba con un brazo servocontrolado, lo que permitía el acceso aleatorio, el paro sobre la imagen y varias velocidades de lectura, algo entonces muy novedoso. Sin embargo, el videodisco capacitivo fue comercializado inicialmente por la empresa norteamericana RCA, que denominó a su sistema SelectaVision. La aguja con cabeza de diamante captaba las variaciones de capacitidad producidas por las características de los microhuecos ordenados en microsurcos que alcanzaban la densidad de 375 ms / mm sobre una superficie total de 301 mm. La protección del disco estaba garantizada por una carcasa que se debía introducir en el aparato lector (donde giraba a 450 rpm) para que éste se encargase de su extracción.