Estamos acostumbrados a describir la adolescencia como una etapa complicada y conflictiva y a etiquetar a los adolescentes como difíciles de tratar. Que si es imposible captar a este perfil de usuario, que si no les interesa la cultura, que si no leen… en definitiva, estamos demasiado acostumbrados a percibir la adolescencia como un problema en lugar de como una etapa con enormes posibilidades de aprendizaje.
El ser humano tiene una tendencia a etiquetar todo lo que ve, incluso al resto de seres humanos. Pero el riesgo que corremos es que cada cual termine comportándose según la etiqueta que le han asignado los demás, sin salirse de ese rol, y todos somos mucho más que una etiqueta. El filósofo, ensayista y pedagogo José Antonio Marina afirma que «si repetimos muchas veces que los adolescentes son ineducables y difíciles de tratar, conseguiremos que lo sean«. Así que, debemos tener especial cuidado con las palabras, las etiquetas y las ideas preconcebidas sobre la adolescencia a la hora de trabajar desde la biblioteca con este público.
Una definición de la adolescencia que me parece muy acertada es la que aporta J.A. Marina en su libro «El talento de los adolescentes«, obra que aprovecho para recomendar muy encarecidamente a padres, madres, docentes, bibliotecarios y en general a cualquier persona que en su día a día trabaje con jóvenes.
La adolescencia es una etapa vital decisiva porque en ella se dan gigantescas posibilidades de aprendizaje. Es el momento de adquirir fortalezas nuevas, de suplir carencias, de hacer proyectos. El nuevo paradigma de la adolescencia es menos sombrío que el anterior, porque en ella emerge una característica esencial de nuestro modo de vivir. El mundo humano es una mezcla de realidad y posibilidad. Eso somos todos nosotros: lo que somos y lo que podemos ser. Y este es el mensaje que debemos dar a los adolescentes.
En mi caso tengo la enorme suerte de estar en contacto y trabajar con el perfil adolescente, ya que desempeño mi actividad profesional en una biblioteca municipal. Hoy quiero compartir con vosotros algunas reflexiones que he ido madurando, fruto de esta experiencia en mi día a día.
1. Debemos poner intención
Tenemos la capacidad de impactar en los demás, así que debemos preguntarnos ¿qué tipo de huella queremos dejar? Si queremos que el impacto sea positivo, hay que poner intención. Mario López Guerrero -conferenciante, formador, coach y escritor- diferencia entre hacer las cosas por rutina con el piloto automático activado o hacer las cosas deliberadamente bien.
Esta cuestión -que resulta de aplicación para trabajar con cualquier tipo de perfil- cobra especial relevancia cuando tratamos con adolescentes. Enseguida perciben si el tiempo que les dedicas forma parte de la lista de tareas de tu jornada laboral sin más o si realmente estás implicado y disfrutas compartiendo con ellos recursos, experiencias o impresiones.
2. Imprescindible generar un clima de confianza
Cuando acudimos a los centros educativos o cuando los jóvenes visitan la biblioteca o participan de alguna de las actividades que organizamos es necesario darles su espacio para aportar y expresarse libremente sin sentirse juzgados. Demostrar interés real y curiosidad por aquello que dicen y quieren compartir ayuda a crear un clima de confianza. Necesitan sentirse respetados y valorados, pero ¿acaso no lo reclamamos también los adultos?
3. Valoran que la biblioteca salga de sus dominios
En general, el alumnado de ESO y de Bachillerato percibe como un elemento muy positivo el que la biblioteca vaya más allá de su zona de confort y se acerque a los institutos para presentar un modelo de biblioteca integral en la que la parte física convive con todas las potencialidades de la parte virtual.
Ayuda a generar interés, a crear vínculos y conectar con ellos. Y cuando les toca su turno y visitan la biblioteca, se nota el trabajo previo en aula en cuanto a ilusión y motivación.
4. Sí utilizan las bibliotecas
Quizá no todos sean lectores y de hecho ahí están las estadísticas para corroborarlo, pero una gran parte de ellos son usuarios de otros servicios que ofrecen las bibliotecas. Entre ellos están el visionado de películas, la Play Station, los ordenadores de consulta de Internet, la Wifi o el préstamo de aulas para realizar trabajos en grupo.
Con esto no quiero decir que debamos dormirnos en los laureles y no seguir trabajando en el fomento de la lectura en adolescentes sino que recordemos que, aunque un porcentaje de jóvenes no lea, sí es usuario de la amplia variedad de servicios que proporcionamos las bibliotecas. A diario veo los espacios llenos de jóvenes en los sofás conectados a nuestra wifi, escuchando música o jugando a la PS3.
5. Saben manejar los dispositivos pero no la información
La gran mayoría de adolescentes tienen perfiles activos en redes sociales como Instagram, Twitter o Snapchat. También manejan dispositivos como tablets o smartphones y se sorprenden cuando les explicamos que las bibliotecas ofertamos un programación de alfabetización digital, a pesar de que cuando les preguntamos, muchos de ellos afirman que sus abuelos y abuelas no se manejan ni con los ordenadores ni con las tablets ni con los móviles.
La asignatura pendiente para ellos es el manejar de manera crítica la información y discernir, por ejemplo en redes sociales, el uso personal versus el uso profesional. Y ahí los profesionales de la información tenemos mucho que aportar.
6. Disfrutan descubriendo centros de interés y recursos de lectura
Muchos de los adolescentes que vienen de visita a la biblioteca tienen hermanos pequeños o primos y algunos nos cuentan que les leen cuentos. En general, les gusta descubrir que existen recursos para trabajar la lectura, la expresión oral o materiales para los más pequeños, como por ejemplo libros con sorpresa o libros de imágenes para echar a volar la imaginación.
Disfrutan interviniendo con lecturas en voz alta o inventando historias a través de imágenes, a pesar de que al principio cuesta arrancar. Quizá por vergüenza, quizá por miedo a ser juzgados -y etiquetados, ¡otra vez las malditas etiquetas!- o quizá porque no estén habituados a hablar delante de un público -a pesar de que ese público sean sus propios compañeros. Improvisación, lectura expresiva, creatividad, imaginación…todo eso podemos -y debemos- trabajarlo con ellos.
7. Es fundamental la colaboración biblioteca escolar – biblioteca pública
Muchos de los adolescentes son usuarios de la biblioteca escolar e incluso un porcentaje nada desdeñable participa o ha participado de algún club de lectura en su centro educativo. De todos ellos, algunos son usuarios también de biblioteca pública pero otros muchos no.
Se hace imprescindible la colaboración y el trabajo conjunto de bibliotecas públicas, bibliotecas escolares y docentes. Y no me refiero a un simple asesoramiento técnico o a una actividad o propuesta coordinada de manera puntual. Se trata de planificar, marcar objetivos y trabajar en red. Y es que, como dice un viejo proverbio africano, si quieres ir rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos ve acompañado.
8. Todos somos alumnos
Todos somos eternos aprendices de la vida y de todos podemos aprender. De compañeros de profesión, de usuarios de la biblioteca, de alumnado que recibimos e incluso de desconocidos. Somos a la vez maestros en alguna materia y aprendices en otras muchas. No caigamos en el error de pensar que los demás no tienen nada que enseñarnos y convirtamos la biblioteca en un espacio de encuentro e intercambio de experiencias y conocimiento compartido.