El pasado 5 de marzo nuestro compañero Julián publicaba en su blog “Las 15 situaciones que más estrés causan a los bibliotecarios” y vaya que si nos estresamos, sobre todo quienes estamos en primera línea de fuego, es decir, en los mostradores de atención al público.
En los últimos días, en mi biblioteca, estamos viviendo una situación sobre la que no sabemos realmente como actuar, y es que la primavera la sangre altera, y el amor florece allá donde dirijas tu mirada y, como no puede ser de otra manera, también en la biblioteca.
En tanto que la sala infantil acoge a niños y niñas desde su nacimiento hasta los 14 años, somos testigos de primera mano de una de las épocas más convulsas del ser humano como es la adolescencia. La biblioteca, por encima de todas las cosas, ofrece un espacio en el que estar, y a ella acuden numerosos proyectos de hombres y de mujeres que quienes más, quienes menos, comienzan a coquetear y a tener sus correspondientes amoríos primaverales. Pero, ¿qué hacemos al respecto? La pregunta no tiene fácil respuesta. ¿Les facilitamos un espacio discreto para que puedan hacerse sus confidencias más cómodamente? ¿Les invitamos a abandonar la sala? ¿Nos hacemos los locos?
La normativa de la biblioteca no dice nada al respecto, y dudo de que alguna lo recoja, por eso, al fin y al cabo, es una cuestión de los humores que tenga cada bibliotecario y cómo quiera afrontar la situación. Algunos de mis compañeros se indignan, y otros hacemos como que no lo vemos, pero no deja de ser una de esas cuestiones que no están en los libros ni en las universidades y que tienen una relación directa con el muy estresante día a día bibliotecario y con todo lo que supone la gestión y el trabajo directo con la sociedad.
Desde mi punto de vista, creo que es importante que defendamos que la biblioteca es un lugar en el que hay que mantener unas normas de comportamiento y convivencia básicas. Eso implica, básicamente, entender que estás en un lugar público, compartido con otro montón de gente donde cuestiones como la higiene (no descalzarse en la biblioteca…), la limpieza (no comer chucherías o bocadillos…) y la discreción en el comportamiento, son básicos. Seguramente esté algo mediatizada por la idea de la biblioteca como espacio sagrado de sabiduría y conocimiento, pero viendo la falta de educación generalizada que hay en esta sociedad, creo que debemos defender el mantenimiento de unas formas básicas.
Respecto a los derroches de amor, eso es algo que me cuesta más resolver. Creo que jamás llamaría la atención a nadie por estar besándose en público, pero entiendo y respeto que otros compañeros lo hagan. Yo más bien estoy pensando en otro tipo de soluciones que desde la biblioteca podemos y debemos acometer. Ahí van un par de ideas:
1.- Organicemos una programación cultural en la que el público preadolescente sea el directo destinatario. Esta programación podría incluir:
- Creación de un centro de interés que podemos titular “La primavera la sangre altera” y que llenemos de cuentos de amor. En torno a esos cuentos, podemos organizar sesiones de lecturas dramatizadas en las que invitemos a participar a nuestro público adolescente.
- Organización de un ciclo de cine con los títulos más atractivos para estas edades: “Crepúsculo”, “Juno”, “El diario de Noa”… “No resuelve el conflicto, pero al menos nos ponemos en sintonía con ellos.
2.- Organización de talleres de salud sexual. No es nada descabellado y hay numerosas organizaciones que estan preparadas y dispuestas a organizarlo. ¿Por qué no en la biblioteca? ¿Por qué no hacerlo en colaboración con los centros educativos?
En definitiva se trata de lo de siempre en una profesión tan social como la nuestra: afrontar los retos, aprovechar las oportunidades y aportar algo bueno a la gente a la que servimos, y como de amor hablamos, nada malo nos puede pasar.
¡Viva la primavera!
Anécdotas relacionadas con lo que apuntas, Noe, hay miles: desde el tonteo más o menos pueril (con el espacio aéreo de la sala infantil colapsado por muñtitud de notitas volantes) hasta los que no pueden refrenar los dictados de sus hormonas, dando rienda suelta a su pasión en la sala de lectura, entre las estanterías (fantasía clásica donde las haya) o en los aseos.
Pero una cosa está clara: no hagais caso de lo que diga el hombre del tiempo. Lo mejor para saber si llega la primavera es echar un vistazo a las salas de las bibliotecas y fijarse en el comportsamiento de los adolescentes (y de otros que no lo son tanto).
Mejor dejar que se besen (a menos que se lo monten en plan película de aquí a la eternidad) así compensa un poco los que dan portazos, puñetazos a las estanterías, te tiran el libro delante, o cosas peores, que a esos la sangre se les altera todo el año. Yo no pondría el diario de Noa en el taller..sospecho que solamente le interesaría a la mitad de las parejitas
Yo historias de esas tengo mil. Una vez, me viene una chica y me dice que estaba escuchando ruidos raros en los baños de caballeros. Acudí y pillé in fraganti a una parejita dándose el lote y tocándose y todas esas cosas. Los tuve que echar y no pude refrenar cierta risilla cuando la chavalita me dijo «No se lo digas a mi madre, porfa».
Más incontrolables eran las fiestas que se montaban los emos en la biblioteca infantil, en las que teníamos que llamar a seguridad ante las alarmas de los padres.
Excelente post!