Cuando hablamos de bibliotecas públicas, en la actualidad, podemos hacerlo desde múltiples puntos de vista. Todos son igualmente válidos y todos necesarios. Pero hoy quiero abordar una actividad que creo fundamental: los clubes de lectura, formado por los lectores habituales, los mejores y más activos colaboradores de nuestras bibliotecas.
En el caso de las bibliotecas municipales es cada vez más frecuente contar con la existencia de clubes de lectura. Son un activo fundamental para fomentar los hábitos lectores, para disfrutar de la lectura convirtiéndola en un acto «público», colectivo. Prueba de ello son el creciente número de clubes. Las bibliotecas son en su gran mayoría centros culturales, gracias a la oferta de actividades que se proyecta y realiza desde ellas. Por eso los clubes de lectura son, principalmente, esos espacios privilegiados de encuentro e intercambio entre los usuarios que deciden compartir sus lecturas. Esta experiencia está muy bien recopilada en una reciente publicación (Pautas para una lectura compartida, elaborado por la Asociación El Libro de les Clubes, en Toledo). Y hoy quiero compartir la mía, la que me ha aportado el club de lectura a lo largo de varios años de andadura. Pautas para una lectura compartida
Tras un período de reflexión, seguido de una demanda creciente por parte de algunos lectores habituales y acompañado de consultas a otros compañeros bibliotecarios con experiencia en el mantenimiento de clubes de lectura, mi club de lectura inició su camino. De eso hacen ya casi cinco años. Los integrantes pioneros formaron un variopinto grupo de personas de muy distintas procedencias, gustos e inquietudes, pero todos estaban animados por una misma cualidad: la pasión por leer. No hacía falta ningún requisito más. Esa era la chispa que prendió en todos los que, desde entonces, hemos ido recorriendo este camino al transformar la experiencia de la lectura silenciosa en un acto de enriquecimiento colectivo. La inquietud que me rondaba antes de formarlo se disipó poco a poco.
Los lectores, antes sólo usuarios asiduos, se habían convertido en parte en protagonistas de las lecturas que se han ido sucediendo a lo largo de los años, pues han enriquecido no sólo sus gustos y aficiones lectoras sino que también han supuesto un sano ejercicio de análisis y puesta en común de todos aquellos temas de debate que surgían gracias a esas lecturas. Y puedo asegurar que se ha hablado de lo humano y lo divino, siempre con la excusa de compartir los libros propuestos en las sesiones semanales del club. A veces nada tenía que ver lo comentado con el libro, o tal vez sí. Porque al fin y al cabo de lo que se trataba era de traspasar los límites de la ficción para que entrasen a formar parte de nuestra realidad cotidiana. Porque cada libro, por muy ficticio que pueda ser, siempre tiene algo de real, y nuestra vida por muy anodina que sea, siempre cobra una dimensión maravillosa en el instante en el que abrimos un libro para comenzar a leerlo, que no es otra cosa que explorar un mundo antes desconocido que espera que lo descubramos.
Morris Lessmore logra expresarlo de modo magistral el maravilloso corto The fantastic flying books, que se puede disfrutar a continuación.
Todo un mundo fantástico disponible ante nosotros, expectante y siempre dispuesto a que lo descubramos. Esto puede resumir mi experiencia en el club de lectura. Y creo que a mi usuarios del club les ocurre lo mismo. Porque sucede algo muy curioso, cuando se suspenden las sesiones del club por motivos diversos siempre hay alguno que lo echa de menos y propone al resto ir a tomar un café. ¿Dónde? Pues no podía ser en otro lugar: en la biblioteca. Haya o no club de lectura, tengamos o no libros pendientes para comentar. Haga frío o calor. No importa, la experiencia enriquecedora y vital del club de lectura, de poder compartir todo lo que leemos, de saber que no habrá nunca límites a nuestras apetencias lectoras, se ha metido tan de lleno en nuestras vidas que si no podemos vernos, nos falta algo. Y el hecho de que la biblioteca sea el lugar habitual donde encontrarnos y compartir nuestras experiencias es una recompensa añadida, como un plus, que nunca imaginé que me reconfortase tanto cuando creé el club.
Así que invito a quien no pertenezca a ningún club de lectura a que se acerque a la biblioteca más cercana y pregunte por él. Y si no hay, anime al bibliotecario/a a que lo forme. Le aseguro que será una experiencia muy recomendable. Tal vez con el tiempo incluso imprescindible. Tengamos preparada la máquina del café para recibir a nuestra pandilla lectora. Porque, como decía el cuento, además de tener en la vida las cosas importantes, esas pelotas de golf, y de cosas menos importantes como las canicas, acompañadas de las menudencias incontables como los diminutos granos de arena, siempre debemos tener unos minutos para tomar una taza de café con los amigos. Eso es mi club de lectura: un grupo de amigos imprescindibles, con los que he tenido el privilegio de compartir muchos cafés. Y espero que sea así por mucho tiempo.