Cada cierto tiempo tenemos noticia de algún estudio, encuesta o informe sobre el efecto de la lectura en nuestros cerebros, nuestra vida o nuestra felicidad. El pasado 28 de febrero, leí con absoluta fruición el artículo de Rosa Montero en El País Semanal, Más fuertes y mejores, en el que reflexionaba sobre si leer nos hace ser más o menos felices (simplificando mucho, ya que lo taxativo es un arma de doble filo). El estudio en cuestión al que se refería la autora había sido noticia en El País un mes antes, y no es otro que el análisis recientemente realizado por la Universidad de Roma III a partir de entrevistas a 1.100 personas. Parece que los lectores entrevistados están más contentos y satisfechos que los no lectores, en general son menos agresivos y más optimistas. En fin, no lo sé. A fin de cuentas, Himmler fue un gran lector y hay ejemplos de grandes lectores que utilizaron la literatura para hacer el mal; pero es lo que ocurre con los instrumentos y herramientas poderosísimos, como la lectura. Pueden usarse para el mal o para el bien.
Soy bibliotecaria y me apasionan la lectura y el arte (o artesanía) de hacer y fidelizar lectores. Atesoro muchas dudas y casi ninguna certeza, pero si hay algo que tengo meridianamente claro es que la lectura, los libros, las palabras, son mi refugio y mi consuelo, mi alegría y mi techo, mi alivio en los días duros y tristes. Que haberlos, haylos. También que es una de las mimbres de mi labor, y que es la mimbre que más me gusta. No concibo pasar un día entero sin leer, pues la pena, si no es devastadora, puede suavizarse (o esquivarse) leyendo. Lo escribe Rosa Montero de un modo exacto y certero:
¿Qué haría yo sin libros? Son y siempre han sido mi mejor amuleto ante los desasosiegos de la vida. En el dolor, en la ansiedad, en las esperas y las desesperaciones, si cuentas con una buena lectura estás al menos en parte protegido. Recuerdo perfectamente las obras que leí en algunos momentos especialmente penosos, en enfermedades propias, por ejemplo, o en esperas hospitalarias de enfermedades ajenas. Son libros que me ayudaron a atravesar esos tiempos oscuros, los estrechos desfiladeros de la vida; a decir verdad,pienso en ellos como si fueran mis amigos.
Con este largo preámbulo quiero llegar a un puerto, no se asusten. Al de los retos de lectura que proliferan en las redes sociales, portales especializados; los que lanzan blogueros entusiastas y booktubers de toda condición. Yo era una escéptica. Los retos de lectura se me antojaban propuestas de otra época; una época en la que la biblioteca o la escuela, premiaban al que leía un mayor número de libros. Al empollón, al pelota. Además, argumentaba, no necesito proponerme un reto para leer más o, simplemente, para leer. Pero hete aquí que el 4 de enero en Verne, el suplemento de El País, se publicó el artículo Los retos de lectura a los que puedes unirte en 2016, y comencé a ser consciente del fenómeno; empecé a preguntarme de qué manera la biblioteca pública podría aliarse con un reto de lectura, no para sancionar o fiscalizar el número de lecturas de sus lectores, sino para conversar con ellos sobre libros, autores; para animarles a no tirar la toalla o el libro; ofrecerles lecturas y consejos para conseguir terminar el reto o lograr cumplir la mayoría de las condiciones. En el texto, se vincula un gran número de retos, entre ellos, dos me llamaron la atención: el de María Barrios, que lleva tiempo leyendo solo a autoras (reflexionemos, ¿a cuántas autoras leemos al año?), y el de Librópatas, que me pareció divertido, diverso y asequible. Así que me apunté al reto de lectura de este blog especializado que, además, publica regularmente artículos sobre autores y libros con pistas para leer veinticuatro libros en un año. Es así como me encontré buscando una autora africana o repasando el mapamundi para localizar un país, del que no hubiera leído nunca, nunca, a ningún escritor. Incluso, pensando en libros de no ficción. Por el camino, convencí con poco esfuerzo a una lectora de la Biblioteca Municipal de Peñaranda del Centro de Desarrollo Sociocultural, de que se sumara al reto, para descubrir nuevas lecturas y divertirnos. En los comentarios del post de Librópatas, además de profesoras que están extendiendo esta costumbre entre alumnos, padres y colegas, hallé la experiencia de la Biblioteca Municipal Manuel Alvar de Zaragoza. Cuentan que varias bibliotecarias siguen el reto por segundo año consecutivo y que animan a sus usuarios a sumarse: de hecho, pinearon sus lecturas en 2015 y hacen lo propio en 2016. El blog Librópatas ha abierto un grupo en Facebook, Retópata16, en el que los lectores vamos dando cuenta de cómo llevamos el reto, preguntamos nuestras dudas, etc.
Investigando un poco he encontrado numerosos retos de lectura propuestos en Goodreads (ahí puedes indicar cuál es tu marca personal a batir, 20, 30, 50, 100…) y en muchos blogs. Aunque hay algunas propuestas que me parecen un tanto banales (leer libros en cuyas portadas predominen el rojo, el azul o el malva; leer obras cuyo título sea una sola palabra o contengan un número determinado), la mayoría son atractivos e inspiradores. Y si no, no me digan que no lo es el proyecto de la periodista freelance Ann Morgan: A year of Reading the World.
Cuando en mi último post escribía sobre la necesidad de salir de la burbuja de nuestras bibliotecas, también estaba pensando en romper mi prejuicio inicial sobre los retos de lectura. Como lectora, el reto me ha traído nuevos autores, el formar parte de una comunidad de apasionados de la lectura y la satisfacción de participar en una apuesta conjunta que tiene mucho que ver con el crecimiento personal. Como bibliotecaria, se me están despertando algunas ideas:
- Incluir el reto de lectura anual en nuestra programación habitual: vincularlo a encuentros con autores, presentaciones de libros, lecturas en los clubes, acontecimientos de la ciudad.
- Unirnos a un reto de lectura (como el de Librópatas) y realizar una quedada presencial a finales de año.
- Lanzar nuestro propio reto, enlazándolo con actividades y proyectos de la Biblioteca. (Por ejemplo, gozosa estoy de la unión ministérica de la Biblioteca y Archivo Municipal de Burgos, que siguen la iniciativa pionera de la Biblioteca Nacional de España. ¿Qué tal lanzar un reto de lectura basado en la serie? Poesía de Lorca, biografías de Velázquez, novelas ejemplares de Cervantes. )
- Crear nexos de unión entre el espacio físico y el espacio en la nube de la Biblioteca, a través de la conversación y la sorpresa.
Aún faltan meses para finalizar 2016 y, como lectora, desconozco si cumpliré el reto, aunque lo estoy intentando. (En este sentido, los retos de lectura tienen sus detractores, entre ellos Richard Lea, cuyo artículo de opinión se enlaza al final del texto de Verne ya mencionado). Lo que sí sé es que las bibliotecas públicas tienen en los retos de lectura (sean propios o ajenos) oportunidades interesantes para fomentar la lectura entre sus usuarios de una manera innovadora, divertida y con un enorme potencial para crear comunidades presenciales y/o en línea. ¿Nos aseguramos de que todos los lectores apuntados al reto leerán todos los libros (o algunos)? No, claro, al igual que no sabemos si leen las obras que les recomendamos desde nuestros estantes físicos, virtuales, o en nuestras animaciones de lectura y en otras iniciativas similares. En cualquier caso, la conexión con los usuarios a través de la conversación sobre lectura siempre me ha parecido maravillosa. Y estoy convencida de que si la Biblioteca toma parte activa en ella, como con otras actividades habituales, será una conversación rica y continuada.
Termino este artículo una tarde gris, un tanto triste y desapacible, al principio de la primavera. Apagaré el ordenador y me iré a vivir a otro sitio, a un lugar escrito especialmente para mí, y no sé si seré mejor pero sí que seré un poco más fuerte, que me sentiré, en cierta manera, protegida. Porque (qué genial poder escribir así) ya lo dice Rosa Montero:
Leer es entrar en otras existencias, viajar a otros mundos, experimentar otras realidades. Y además, ¡qué inmensa soledad la de quien no lee! Porque la literatura nos une con el resto de los habitantes de este planeta, nos hermana con la humanidad entera, más allá del tiempo y del espacio. Podemos experimentar las mismas emociones que un escritor inglés del siglo XVI o que una autora contemporánea de la remota Nueva Guinea. Y al fundirnos con los demás, al salir de nosotros mismos, salimos también por un instante de nuestra muerte, que nos espera enroscada en la barriga. Leer te hace inmortal.