En octubre de 2013 se inauguró La Villa de los Papiros, en Casa del Lector. La muestra, elegida como la mejor exposición del año pasado por los lectores de El País, podrá visitarse hasta el próximo 27 de abril.
Si a ustedes les pasa lo que a mí, esto es, que se les escapa el tiempo entre los dedos, tal vez aún no han encontrado el momento de ir. Fijen una fecha. Hay amplitud de horarios y visitas guiadas varios días de la semana, talleres para todos, también para los niños (el próximo Chiquitectos, el sábado, 12 de abril). Les quedan aún unos días, vacaciones de Semana Santa por medio. Compren los billetes de tren, de autobús, organicen el viaje en coche o comprueben las líneas de metro. No han de arrepentirse si se acercan. Si no, avisados quedan.
El sábado 29 de marzo fue nuestro día. Al viaje en cuestión nos apuntamos tres compañeras del Centro de Desarrollo Sociocultural y allá que fuimos, en un autobús que paraba en todos los pueblos, urbanizaciones y carreteras secundarias que en el mundo han sido. Mi compañera Mª. Ángeles, que desarrolla su labor en la Biblioteca infantil, fue descubierta por una niña en Arévalo. Mira, mamá, si es la chica que trabaja en la Fundación, dijo la nena, sonriendo. Con las risas, el viaje mejoró considerablemente, menos el clima que le dio por ponerse caprichoso (llovió a mares en Madrid. Mansa y alborotadamente).
El centro bullía de actividad: niños en la Nube, asistentes al Congreso Lenguando y familias completas que entraban y salían. Y sí, al fin, La Villa del Lector. Perdón, de los Papiros.
La muestra gira en torno a la lectura en la antigua Roma, a través de la Villa de los Papiros de Herculano (sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era), y de las relecturas que surgieron a partir de su descubrimiento en el siglo XVIII. El hilo conductor es la ética de Epicuro, pues epicúrea era la biblioteca de la Villa; la única biblioteca de la Antigüedad clásica que ha llegado a nuestros días.
A la lujosa Villa llegamos en un vuelo, gracias a las reconstrucciones audiovisuales realizadas por el Museo Archeologico Virtuale di Ercolano (MAV). Volamos sobre el mar azul, sobre las laderas verdes y el golfo de Nápoles, rodeamos el Vesubio y entramos con la imaginación y el alma en la magnificencia de salones, habitaciones, escalinatas y un jardín con columnas que rodea a una gran piscina central. Una villa concebida para descansar, leer, conversar, reflexionar y gozar de la vida… Y Epicuro nos avisa: Una rica vida privada, rodeada de amistades y de placeres moderados con el mínimo de dolores posibles y tranquilidad en el alma, brinda la felicidad.
Casi al comienzo del recorrido, las palabras navegan sobre una mesa: estilo, arquitectura, historia, arte… hay que posar la mano sobre ellas, para anclar el contenido y leer texto e imágenes. Las manos tocan, pulsan, descubren. La mirada va de la mesa al origen de la proyección; mis compañeras me explican los entresijos tecnológicos. Como ese día ejerzo de romántica visitante, me dejo llevar por la marea napolitana. Ya me disculparán.
Desde el tablinum, (ah, esa reconstrucción…), contemplamos la luna sobre el océano, escuchamos el rumor de las olas y el canto del pájaro que anuncia el alba, adivinamos el trayecto del sol y admiramos la luz del atardecer, entre sepia y violeta.
Girábamos sobre nosotras mismas para sorprender las antorchas que se encendían, la claridad de la mañana, las sombras de las esculturas del kepos. De ahí, pasamos a la biblioteca, esa habitación misteriosa que tras su hallazgo durante las excavaciones arqueológicas borbónicas (entre 1752 y1754) dio nombre a la Villa completa. Ahí se custodiaban para su lectura y discusión, cientos de rollos de papiro carbonizados (casi dos mil), escritos en su mayor parte en griego. El autor mejor representado en la biblioteca es Filomeno de Gádara, filósofo epicúreo y poeta del siglo I a. de C. Hay varios papiros expuestos: negros, rugosos, escondiendo milenarios secretos y belleza por siempre jamás. La biblioteca y el bibliotecario se evocan a través de un audiovisual que muestra las estanterías con los rollos (volumina) perfectamente ordenados e identificados con etiquetas que incitan a su consulta.
La sala siguiente se dedica a la lectura privada y la educación en Roma, en la que se muestran los principales soportes de escritura de la Antigüedad y ahí es donde tres hadas y dos o tres piratas aprenden que sus cuadernos, sus lápices y la pantalla de sus tabletas fueron tablillas de cera. Y que el concepto de portabilidad ya existía y era muy apreciado (unas curiosas y avanzadas tablillas portátiles que se transportaban en la palma de la mano). La selección de pintura pompeyana con escenas de lectura y escritura observa desde los muretes negros, trufados de citas epicúreas y explicaciones breves y pertinentes, la escena de la monitora y sus pequeños visitantes. Nosotras sonreímos con el desparpajo del hada ataviada con pamela, que intenta dibujar en su cuaderno- tablilla mientras levanta el ala de su sombrero.
Pero seguimos.
Se cierra la primera parte de la exposición con otro espacio dedicado a la escritura pública en la antigua Roma: leyes, inscripciones, calendarios, estelas, diplomas y… grafitos con originales pensamientos como este grafito pompeyano: Oh, pared, me maravilla que no te hayas hundido bajo el peso de tantas necedades, y dibujos más o menos artísticos (flores, garabatos, nombres propios…).
Un túnel del tiempo nos lleva a la segunda parte de la exposición. Se trata de la relectura derivada del hallazgo de la Villa de los Papiros en 1750, durante las excavaciones arqueológicas borbónicas en Herculano. Esta relectura, atañe a la vertiente artística, científica y editorial.
¿Recuerdan el jardín con columnas rodeando la gran piscina? Ahí fue donde se halló uno de los conjuntos escultóricos más importantes y apreciados de la Antigüedad y podemos terminar de imaginarlo, con los vaciados de las esculturas y el plano del ingeniero Karl Weber, anotado en español (fueron ingenieros españoles quienes la excavaron: Roque Joachin de Alcubierre y Pedro La Vega). De los vaciados nos impresionó la gacela o cervatillo (me temo que no diferencio), un esbelto animal que se me antoja veloz, como la propia vida. Pero atención, escuchemos a Epicuro: puesto que mientras somos la muerte no está presente, y cuando la muerte se presenta ya no existimos. En nada afecta, pues, ni a los vivos, ni a los muertos…
La relectura científica nos gusta especialmente (tras consultar con mis compañeras, me atrevo a afirmarlo); nos asombra el trabajo del padre escolapio Antonio Piaggio (1713-1796) y su célebre máquina para desenrollar los frágiles papiros carbonizados que se encontraron en la Villa. Parece que Carlos III y la reina gustaban de contemplar el trabajo de Piaggio, olvidándose hasta de acudir a misa o comer. Y no nos extraña, pues fascinante es el audiovisual que muestra el delicado y meticuloso trabajo. Junto a varios papiros herculanenses se expone el número 1672, calificado por Piaggio como ese monumento único en el mundo. Mide casi cuatro metros de longitud y es el único papiro que se ha conservado en toda su extensión.
En otra mesa mágica la ceniza emborrona los papiros que hay que limpiar para descubrir, después, su traducción. Mis dos acompañantes mueven las manos como debieron hacerlo de niñas, cuando borraban la pizarra, con la misma tenacidad.
La relectura editorial está compuesta por dos exposiciones bibliográficas: sobre la Stamperia Reale, el proyecto editorial de Carlos III durante su reinado napolitano, y otra con los viajeros del Grand Tour y la difusión europea de los hallazgos de las ciudades sepultadas por el Vesubio.
¿Se terminó? No, aún, no. Nos despide Epicuro: La amistad va recorriendo la Tierra como un heraldo que nos invita a la felicidad, frente a una de las pinturas pompeyanas más conocidas en todo el mundo: el retrato de Terencio Neo y su mujer con un rollo de papiro y unas tablillas enceradas.
Si sienten que el tiempo pasa demasiado rápido, si tienen junto a ustedes pequeñas hadas o pequeños piratas (o una mezcla), si disponen de unas horas en los próximos días de abril, fijen una fecha, consulten horarios de trenes, autobuses, pongan a punto el coche y/o hagan un plano mental de las líneas de metro. Tómense un respiro, rodeados de pequeños placeres, con el alma tranquila y la imaginación encendida, en La Villa de los Papiros, en La Villa del Lector.