Aventurero, ra: 1.adj. Que busca aventuras.
Aventura:
1.f. Acaecimiento, suceso o lance extraño
2. f. Casualidad, contingencia
3.f. Empresa de resultado incierto o que presenta riesgos
4.f. Relación amorosa… ¿ocasional?
Vaya por delante que este artículo no pretende, ni quiere, ni desea (y mucho menos la bibliotecaria que lo escribe) comparar/distinguir/señalar las diferentes vidas de los bibliotecarios que en este mundo han sido (y serán. Así lo espero). Simplemente se trata de una reflexión ligera que me apetece compartir con ustedes en esta mañana de noviembre. Sólo eso.
Hace un par de semanas un compañero me envió este enlace: Las herramientas de trabajo del nuevo periodista, junto con una pregunta: ¿seremos capaces de definir las del nuevo bibliotecario? (Público y municipal, se entiende, es mi ámbito). Sin salir de Biblogtecarios encontrarán textos sobre competencias profesionales, en realidad, ese es el tema de los temas. Pero es que.
Hace algunos meses, conversando con otra compañera, y confesándole que cada acto público era para mí una prueba de fuego, ella me revelaba que cuando imparte cursos, jornadas, conferencias, sabe que unos días está mejor y, otros, peor. Que ya ha asumido y superado que es así, y no se obsesiona. Y que no pasa nada. La profesionalidad no se demuestra en veinticuatro horas. Ni en una. Pero es que.
Y hace cinco días que he vuelto de Lisboa, de un encuentro profesional en el que he hablado de Territorio eBook, lecturas sin fin de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Un trabajo iniciado hace cuatro años y que implica a muchas personas, a muchos equipos, a muchos lectores. Pero es que.
¿Adónde quiere ir a parar? Se habrán preguntado a estas alturas (si es que han sido tan amables de seguir leyendo). A esto:
A veces tengo brotes de envidia (insana, la envidia tiene ese matiz) al comprobar como otros profesionales del ramo investigan, escriben, se forman (ya sé que con esfuerzo y multiplicando horas y tareas). Me entran muchas ganas de hacer cursos de community manager o de Content curator, el futuro superhéroe de internet (me encanta 😉 ) ; asistir a congresos y jornadas; matricularme en un Doctorado de Documentación; enviar artículos a revistas científicas; no fallar ni a un webinar que me parezca interesante. Pero es que.
Se me cruza una presentación, o una noche especial en la Biblioteca. Otras veces es una reunión con voluntarios; escribir un post para el blog del Centro; organizar el encuentro con autor de los clubes de lectura para adultos; redactar una nota de prensa sobre ese cuentacuentos tan especial; escribir un guión para un Café con autor; cubrir un evento en Twitter (a distancia y gracias a los correos electrónicos de un compañero cómplice); explicarle por teléfono a un autor qué es una acción de Biblioteca Humana y cómo necesitamos que participe; charlar con un usuario para convencerle de que su lugar está en el club de lectura profundizada; o, quizás, gestionar una ausencia en el programa de lectura solidaria Leo para ti. (Otro tipo de bibliotecarios tienen otras responsabilidades. Pero es que la praxis y la teoría, a veces discuten y es complicado armonizarlas en la cabeza. En la mía).
Entonces, llega una oportunidad inesperada, como Lisboa y el Encuentro Ebooks y Bibliotecas Públicas organizado por la Asociación de Bibliotecarios, Archiveros y Documentalistas de Portugal, y esa oportunidad me asalta entre guiones varios y tareas que han de ser corregidas (porque a veces, en esas ando, impartiendo cursos en línea) y yo quiero ir, quiero, aunque sé lo que supone. Haciendo equilibrios en el alambre, decido que sí, que voy, que me marcho a contar en sesenta minutos tantos años de trabajo, tantos. Y me paso horas repasando el texto, eligiendo fotos, enlazando videos. Sé que podría ir y, con la mitad del tiempo empleado, hacerlo dignamente. Pero es que.
Creo que a casi todos los bibliotecarios de trinchera nos pasa (considero bibliotecario de trinchera a aquel que trata directamente con el público: en el diario y físico mostrador, en el mostrador virtual de las redes sociales, en el devenir de actividades, reuniones, etc., etc., etc.). Nos pasa, nos sucede. Sabemos que nuestros lectores, nuestros usuarios, no entienden de días buenos, ni de horas malas. No son profesionales que asumen que hay momentos así. Que siguen tu trabajo y que disculpan (porque les ha pasado, o conocen a alguien que le ha ocurrido) que no se escuchen bien los vídeos integrados en tu Prezy, que no se vean los gráficos, que el verde parezca azul y que los rostros se asemejen a manchas de color.
Los lectores, no. Asisten a un encuentro con autor con el ánimo de emocionarse. Vienen por la noche a una cita especial con la Biblioteca y aguardan sorprenderse y ver sonrisas a su alrededor: la amabilidad de los anfitriones es algo que se da por supuesto. No entienden que la WIFI puede haber perdido fuerza (o caudal, o potencia, lo que sea). Ni que has dormido mal. Ni que hay un niño que chilla, mamá, mamá, y a ti se te va la concentración. Con los lectores, con los usuarios y en una actividad cultural especial anunciada por todos los medios habidos y por haber, (aunque todos los meses se procure que haya actos singulares), no puedes permitirte el lujo de no estar bien. Puedes estar excepcionalmente bien o bien. Pero ellos no entienden que te duele la cabeza y que se te ha olvidado dar las gracias. Has de cuidar cada detalle con mimo, has de tener tu guión detallado (necesidades técnicas, recursos humanos, entradas, salidas, saludos, despedida, agradecimientos… y algo de poesía) porque es la mejor manera de saltártelo si algo se tuerce, o se cae, o se inclina. Y te acostumbras a trabajar así, y tienes el vicio de aplicarlo a todo.
Las competencias de un bibliotecario del siglo XXI. No importa cuántas herramientas tengamos que aprender a utilizar (serán unas u otras, da igual). No importan las estrategias, las mediciones, las estadísticas; no digo que no sean importantes. Se pueden aprender. Se pueden consultar. Se pueden desarrollar. Se pueden aplicar.
La actitud, sin embargo, no es algo que se pueda transmitir o enseñar, y ésa es la piedra angular del bibliotecario de trinchera. Luego, eso sí, obtienes tu recompensa. Cuando te entran esas irrefrenables ganas de ponerte a estudiar un máster o, quizás, el doctorado, y compruebas que por horarios, dedicación y modo de entender tu labor, no es el momento… piensas: Bien. En este caso, tengo el conocimiento práctico necesario. Y te reconviertes en un equilibrista. (¿Qué aplicación enseña a hacer malabares con los minutos? Algún bibliotecario de trinchera ha de diseñarla pronto. Lo sé).
La vida aventurera de un bibliotecario que organiza actividades culturales pasa por hacer pares y pares de zapatitos de papel y cartón para decorar la Sala infantil; por reciclar guías de lectura y convertirlas en estrellas mágicas; por diseñar un proyecto de animación que ponga en valor la literatura infantil; por buscar una fórmula que reinvente actos culturales (quimeras. No hay fórmula posible, sólo la experimentación y el trabajo); por desarrollar un club de lectura en la nube, o presencial, o híbrido. Con los pies en la tierra y la mirada al cielo.
Sólo es una reflexión ligera para un día de noviembre, por ejemplo, éste. Espero no haberles cansado y gracias por soportar estas elucubraciones un mes antes de que empiece, en nuestras bibliotecas, la programación en torno a la Navidad.
Buenos días María A.:
Acabo de leer tu reflexión, me ha gustado mucho la manera en la que expresas esas sensaciones que tenemos muchas y muchos. Me he sentido muy identificado con ese bibliotecario de trinchera, aunque en mi caso, podríamos hablar de un «documentalista de trinchera» en un centro especializado. Además de mis labores diarias, que como se puede intuir en un centro especializado son múltiples y variadas («chico para todo»), a esto se une mi proactividad. Sí, tengo esa «defectillo», suelo inventar cosas que luego terminan sumándose a mi listado de tareas. En fin, la cosa no es hablar de mí.
Me quedo con una frase de esta entrada que ademas de practicarla a diario, suelo comentarlo a mucha gente, competencias aparte: «La actitud, sin embargo, no es algo que se pueda transmitir o enseñar, y ésa es la piedra angular del bibliotecario de trinchera».
Desde luego que sí, sin ACTITUD, no sirven de nada las competencias.
Gracias por compartir este tipo de reflexiones, al final nos contagias y terminamos reflexionando todos 😉
Buenos días, David:
En primer lugar, muchas gracias por leer el post con tanto interés. Me alegro que te guste 🙂
Sé que hay muchos y muy diferentes tipos de bibliotecarios de trinchera, lo sé, David.
Incluso los hay de espíritu y de formación, y el camino les lleva por otros sitios…
Un saludo y muchas gracias por tu comentario 🙂