En las diferentes jornadas, encuentros, acciones formativas, etc., en las que tengo la oportunidad de conversar con bibliotecarios municipales acerca de la lectura, el libro y el futuro de la biblioteca pública, escucho una y otra vez las palabras incertidumbre, preocupación, duda, desasosiego. No es inquietud baladí, ni descubrimiento reciente. La biblioteca el bibliotecario, están en la encrucijada. La biblioteca pública cuyo servicio estrella fue hasta hace pocos años el préstamo de documentos y materiales, asiste impotente a la realidad: no puede seguir ofreciendo a los usuarios, (ni al mismo ritmo, ni en la misma cantidad), lo que estos demandan. Por si fuese poco, queremos que nuestros lectores ejerzan la lectura digital y social, y queremos que lo hagan legalmente, por supuesto. Pero nos tememos que ellos, cada vez más y con más frecuencia, leen en digital sirviéndose de las redes P2P.
Es muy difícil encontrar nuestro sitio y la reconversión del servicio de préstamo. ¿Qué papel ha de desempeñar la biblioteca, cuando las estanterías se vacían (producto de los recortes presupuestarios y de la obsolescencia de los materiales) y todo se encuentra (no entremos de qué manera) en la red? ¿Por qué tengo que pagar por este libro, por qué tengo que esperar seis meses a que mi biblioteca pueda comprarlo (si es que al final, puede), si lo tengo libre y gratis, en la red?
No hace mucho tiempo me descolocaba la imagen de una biblioteca sin estanterías, ni libros físicos; no podía ni imaginarme a un bibliotecario que no sostuviera entre sus manos un libro para recomendar. Hoy, he de confesarlo, la circunstancia aún me produce zozobra. Más que la posibilidad de que nuestras bibliotecas se deshagan de estanterías inútiles, me preocupa la pérdida de nuestro papel de mediadores entre el documento y el lector. No me importa que el catálogo tradicional de la biblioteca (pública, siempre estoy hablando de biblioteca pública) se difumine, se vuelva híbrido, inmersivo o desaparezca incluso, si es que ya no es útil. Me angustia pensar que nos desplacen y no podamos ni seamos capaces de conversar, ni de aconsejar (entendido este verbo en su acepción más flexible), ni de analizar una obra o un conjunto de obras determinadas para, por y junto a los lectores.
No sé cómo se configurará el espacio físico de la biblioteca en el futuro más inmediato (solo acierto a intuirlo. Nubeteca, el proyecto orientativo para bibliotecas públicas inmersas en el cambio, me está dando ideas); pero hay algo que debemos aprovechar y es la percepción por parte de la comunidad de este espacio físico como un referente insustituible. Insustituible, sí, pero que se aleja del estado sólido de estanterías repletas de obras en papel que casi no se pueden ni mover, y gira, a la búsqueda del mestizaje con el espacio virtual. El espacio físico y virtual de la biblioteca se necesitan, y necesitan dotarse, recíprocamente, de significado y significante. Es hora de reunirnos con el lector en sus lugares (la casa, el centro educativo, el lugar de trabajo) y citarnos de vez en cuando en la biblioteca, para crear juntos el espacio común del centro cultural.
Vivimos un tiempo de zozobras y de fronteras que se desdibujan. Hace un año, en el Centro de Desarrollo Sociocultural organizamos un taller con el artista japonés Tadanori Yamaguchi que se denominó Libros con contenido. En este taller, quince usuarios de la biblioteca tomaron entre sus manos obras procedentes del expurgo realizado en las Salas de la Biblioteca. Guiados por Yamaguchi, los usuarios crearon obras derivadas. ¿Cómo? Cortando, escribiendo, dibujando, plegando, esculpiendo. Los lectores no solo comprendieron la esencia de lo que se buscaba, sino que se identificaron con el espíritu del taller. Me pregunto cómo reaccionarían algunos compañeros bibliotecarios; creo que no estamos del todo preparados para asumir que la colección física (exhausta, olvidada o huérfana) de nuestras bibliotecas puede convertirse en material creativo, perdiendo por completo el carácter sacralizado del objeto libro. Y, sin embargo, uno de los cambios más inminentes es la transformación de la colección en papel.
No tengo respuestas, solo intuiciones. Hace unos años, la piel más física del CDS (la fachada del edificio) se vistió con una pancarta que proclamaba Territorio Ebook, lecturas sin fin. Me sentí boca arriba, descolocada, extraña, perdida, inquieta. Pasa el tiempo y aún me siento así, porque es lo que toca. Sí, toca el desasosiego, la sensación de que el espacio físico y virtual, nuestro papel, lo que hacemos, lo que quieren nuestros usuarios, no deja de cambiar. Y en esa evolución continua hemos de situarnos, hemos de subirnos a ese alambre.
Y en ese alambre, acompañarnos de los lectores, de los autores, de los editores, de expertos en lectura digital. Porque a menudo, los bibliotecarios no somos capaces de entender, por ejemplo, a un editor. O a un autor. El acercamiento entre unos y otros, puede hacer que comprendamos los problemas y los objetivos mutuos, y hacer que trabajemos juntos para hallar soluciones. Dentro de unos días, se producirá el tercer encuentro del ciclo Conversaciones líquidas entre editores y bibliotecas, organizada por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. A esta jornada profesional asistirán más de 30 expertos en lectura social y lectura digital, a los que se unirán 20 asistentes interesados en el tema, y que tendrán la oportunidad de conversar con y entre ellos, de tú a tú. El 25 de junio es la tercera cita, y ya en las dos anteriores se propició la conversación personal como la mejor manera de entendimiento y de análisis de la situación. Previa a la jornada profesional, es interesante seguir y participar la tertulia Conversaciones líquidas en Lectyo, la plataforma de la gente de la lectura de la FGSR.
Y es que hemos de conversar con nuestros lectores sobre la falta de ética que supone el apropiarse de una obra porque es fácil, atractivo y seguro (que no te pillan, aún). Hemos de conversar con editores e instituciones para conseguir precios y modelos de préstamo digital factibles en la biblioteca pública. Hemos de crear el espacio biblioteca apelando a la emoción, a la sorpresa; con valores añadidos: la conversación como disfrute; el asesoramiento bibliotecario de aquello que es lo mejor (puedes tener esto, esto y esto. Pero esto es lo mejor); y ofrecer al lector la pertenencia a un grupo impulsor y dinamizador de nuevas iniciativas en la biblioteca pública, en el centro cultural, que nos ayude a testar e implementar modelos y servicios.
El estado sólido e inmutable de la biblioteca da paso a un espacio líquido y cambiante, pleno de claroscuros y sombras. Tomar el lápiz, perfilar figuras y volúmenes es una tarea compleja y apasionante que necesita de todos.