Es curioso cómo a veces todo parece conjurarse. Me lo han comentado autores en pleno proceso de escritura de sus novelas: sin venir a cuento, se publican noticias, artículos, reportajes, relacionados con la trama, Sofía Loren rueda un anuncio de perfume en el mismo paisaje en el que se ambientan sus obras, y el cine y la televisión no hacen más que programar películas que tocan, tangencialmente o de lleno, el tema principal de la ficción literaria. Parece mágico. Algo así (salvando las distancias, como de aquí a la luna) me ha ocurrido a mí con este último post. Andaba yo pensando en las prisas, en la lentitud, en lo slow y zas.
En enero, leí el artículo de Elisa Yuste: Slow Reading Clubs, una alternativa para los fines de semana y me fascinaron. Inmediatamente vi la posibilidad de ponerlos en marcha en las bibliotecas públicas. Se me antoja que estos clubes de lectura lenta son una buena manera de relajarnos y aislarnos del estrés, de las prisas, una forma de meditación parecida (lo dicen quienes la practican) a algunas modalidades de pesca con caña (quiten de aquí las competiciones, me he asesorado). El libro como un lago apacible en el que el lector se sumerge, haciendo que las aguas se muevan al ritmo de su respiración. Nada de timbrazos de teléfono, ni de selfis inoportunos, ni del trino del whatsapp, ni de campanillas que anuncian notificaciones varias. Los lectores, juntos en el mismo espacio, leyendo en silencio y con la posibilidad de comentar la experiencia después. Yuste revela que este tipo de clubes se ha extendido por diferentes países de Europa y EEUU, y en España, en el espacio de co-working La Solana (Sierra de Madrid), se empieza la semana con una hora de lectura lenta.
Hace unos pocos días, Noemí Gómez escribía en Biblogtecarios Está usted en la biblioteca, hable por favor . En el texto, ofrece una serie de reflexiones derivadas de su trabajo con los usuarios de biblioteca pública. Destaco la última parte en la que la autora aboga como condición sine qua non para acceder a la biblioteca pública, tres actitudes (como opción deseable a las restrictivas normas vigentes). Y yo me quedo con la primera:
Ven sin prisa. Estás en la biblioteca. Este es tu momento de ocio, el momento del día que es únicamente para ti. Disfruta del silencio y piérdete entre las estanterías.
Es curioso como todo encaja sin pretenderlo. O será que uno está más receptivo cuando el tema le interesa. Esta actitud en la que Gómez nos hace fijarnos, podría muy bien aplicarse a nosotros mismos, los bibliotecarios de biblioteca pública, tan sólo adaptándola en algún matiz. Vendría a decir algo así (disculpa Noemí la libertad):
Trabaja sin pausa, pero sin prisa. Este momento es un tiempo de ocio para tus usuarios; quizás el momento del día que es único para ellos. Haz que disfruten del silencio y de un agradable intercambio de saludos y sonrisas. Incítales a perderse entre las estanterías y rincones, a apropiarse de la biblioteca.
Lo slow, la lentitud. A las bibliotecas públicas les va lo slow, y son muchos los ejemplos de ello: una sesión de cuentos al atardecer y que se ponga el sol que ya saldrá la luna; recibir y saludar uno a uno, a los lectores que van llegando para participar en cualquier actividad; leer un cuento en voz alta y repetir una y otra vez la retahíla; clausurar un programa anual; celebrar una fiesta de lectura; conversar con usuarios que colaboran habitualmente con la Biblioteca e indagar, por ejemplo, por qué aquel lector no lee novelas y tú, sí. O también, no. Atender a los alumnos, apoyar a los docentes, explicar cómo utilizar el préstamo digital, configurar un correo electrónico, tranquilizar a un jubilado que no accede a su perfil en Facebook. Repasar el hilo abierto en una red social y comentar cada aportación de nuestros lectores.
De igual manera, la innovación en nuestros procesos de trabajo ha de ser lenta y continuada, incansable pero serena. Otra vez la lentitud. La formación de lectores, la fidelización de usuarios, que tantas complicidades requieren para ser duraderas y fructíferas, han de hacerse sin prisas. La introducción de nuevas maneras que cambien ciertas actitudes de los usuarios de biblioteca pública ha de ser progresiva y paulatina, porque como diría Virginia Imaz (es mi mantra personal): este es nuestro tiempo, es nuestro y nos lo merecemos. Así que usémoslo sin avaricia. (También adaptado libremente y añadida la última acotación).
Hace unas semanas terminé de impartir un curso en línea a bibliotecarios de España e Hispanoamérica que se denomina TransFormar usuarios: la nueva formación de usuarios del siglo XXI. Tuve la (¿peregrina?) idea de introducir el debate en un foro del curso con el artículo Salir de la burbuja, salir de la biblioteca que publiqué en su día en Biblogtecarios. Una alumna argumentó que no podíamos convertir la biblioteca en un centro comercial. Lástima que Vicente Funes aún no había escrito Supermercados de la cultura: oferta del día en ideas propias , porque tuve que utilizar mis palabras para intentar explicarle que, precisamente para conseguir que el usuario sea participativo y no un mero consumidor pasivo, hay que modificar ciertos ritos, ciertas costumbres y ciertos trabajos que, a día de hoy, seguimos haciendo por inercia, sin preguntarnos por el valor que puedan aportar a nuestra relación con los usuarios, que es como decir a la relación de la biblioteca pública con sus usuarios. Será cuestión de tiempo, me dije, me digo. Será.
La biblioteca pública puede ser (ha de serlo) ese espacio que propicie el encuentro lento de usuarios y lecturas, a través de nuestros clubes, sean slow o no (pero la idea no se me quita de la cabeza); o con las acciones de Biblioteca Humana que últimamente tienen bastante difusión y de las que hablé aquí hace algún tiempo. Cuando los bibliotecarios de los cursos que impartimos desde el Centro de Desarrollo Sociocultural conocen la Biblioteca Humana y sus posibilidades (no sean ortodoxos: mezclen, adapten, hibriden, experimenten), se entusiasman. ¿Y qué me dicen de la lectura en voz alta, o de la lectura solidaria? Estas modalidades de lectura, estarán de acuerdo, exigen sosiego y tiempo.
¿Se imaginan comenzando la semana de trabajo en nuestras bibliotecas con una hora de lectura lenta? En 2011, dentro del proyecto Improbables del CDS, todo el equipo del Centro escuchábamos, una vez a la semana, un cuento infantil narrado por nuestras compañeras de la Biblioteca. Aún me emociono con el ratón que atesora palabras y colores para el invierno. Porque es poeta. Quizás… ¿bibliotecario?
Por eso, me reafirmo: a las bibliotecas les va lo slow. Y a los usuarios, también.
Más sobre el movimiento slow en el espléndido artículo de Carmen Rodríguez García (enero 2016) en Infobibliotecas: Bibliotecas lentas: oasis en un mundo acelerado .