Al contrario que el libro, que desde los primeros tiempos de la historia se ha considerado un objeto de valor, las películas cinematográficas nacen en 1895 como mero entretenimiento para las clases bajas, sin pretensiones artísticas o intelectuales. A pesar de que la técnica y la estética evolucionaron de manera increíble en los años siguientes y los realizadores se afanaron con todas sus fuerzas por ascender el nuevo invento a los altares del arte, para el gran público seguía suponiendo simplemente una vía de escape de la realidad de consumo rápido (me viene a la mente la imagen de la protagonista de La rosa púrpura del Cairo).
Así, la primera mitad del siglo XX se caracterizó por una falta de visión (responsable) de futuro. Por lo general, el cine era poco más que un negocio lucrativo en manos de los grandes magnates de los estudios, que entendieron bien lo que les convenía para enriquecerse rápidamente. Conservar no merecía la pena cuando la gente quería películas nuevas todas las semanas, y menos aún cuando se trataba de los noticiarios incluidos al principio de las sesiones cinematográficas o los anuncios propagandísticos, realizados específicamente para un momento concreto. Según la Film Foundation, entre el 80 y el 90% de la producción cinematográfica anterior a 1929 se ha perdido para siempre, así como el 50% de la producción específicamente estadounidense hasta 1950.
¿Qué pasaba por las cabezas de todos aquellos negociantes para olvidar tan pronto los éxitos de público y crítica del pasado? ¿Porqué se destruyeron tantas cintas? ¿Qué hay detrás de la restauración cinematográfica? ¿Recuperaremos algún día los clásicos perdidos? En los tiempos que vivimos en que todo está disponible para nosotros por cauces legales e “informales” a través de internet, en que las bibliotecas prestan DVDs, en que las filmotecas programan regularmente ciclos de todo tipo de cine a precios razonables, no nos podemos creer que realmente haya obras que nunca lleguemos a recuperar.
Lo que se ha perdido
El primer enemigo de la cinta cinematográfica fue ella misma. Hasta los años 50 el material empleado para su fabricación era el nitrato de celulosa, altamente inflamable (para una muestra, véase la escena de la quema de Malditos bastardos de Tarantino). Esto provocaba con demasiada facilidad incendios involuntarios que acabaron con gran cantidad de depósitos de películas . La falta de previsión y de copias de seguridad nos impedirá visionar de nuevo alguna vez esas obras hoy perdidas para siempre.
A partir de los años 50 se generalizó en la industria el uso del acetato de celulosa. A las cintas confeccionadas con este material se les llamó “películas seguras”. Utilizadas desde hacía décadas en las grabaciones de aficionados, no conllevaban riesgo de incendio. Sin embargo, al igual que pasaría con las cintas de nitrato supervivientes, el tiempo las degradaría irremediablemente. Por una parte la pérdida del color, que en su versión menos dañina derivaba en colores marchitos, cuando no implicaba desaparición completa de algunos de los tonos. Por otra, la degradación misma de la cinta que la inutilizaba totalmente a menudo debida al almacenamiento indebido.
El segundo enemigo fueron la censura, los productores, jefes de estudios y demás encargados económicos. Como he apuntado al principio, el cine fue y sigue siendo un negocio con un objetivo muy claro: obtener los máximos beneficios con los menores costes posibles. Para ello era preciso filmar muchas películas baratas y exitosas en poco tiempo. A la larga esto redundaba en grandes almacenes repletos de cintas pasadas de moda. No interesaba reservar archivos para conservar cintas que nadie quería ver ya, sobre todo películas mudas en la época en que el sonoro supuso la gran novedad. Bastaba con recuperar la inversión destruyendo las cintas y extrayendo la plata que contenía el celuloide. Ésta serviría para nuevas versiones sonoras y modernas de los anticuados éxitos mudos.
Un caso curioso es el de Nosferatu. El director F.W. Murnau adaptó el Drácula de Bram Stoker sin pagar los debidos permisos. Su viuda, molesta, decidió llevar a Murnau a los tribunales. La sentencia ordenó destruir todas las copias de la cinta. Por suerte se salvó una.
Pero no siempre se destruían películas enteras, a veces únicamente las escenas descartadas. Puede que por ser consideradas moralmente inaceptables para la época o tal vez por resultar carentes de interés si se excedían del metraje proyectado por el estudio. Es triste el caso de Avaricia, de Erich von Stroheim, una obra declarada por los que la vieron completa, una verdadera obra maestra. El montaje original de unas 9 horas se redujo a poco más de hora y media en su versión comercial. Todas las escenas sobrantes fueron destruidas por el productor, Irving Thalberg, de manera que lo único que nos queda para hacernos idea de la genialidad de Stroheim son anotaciones y fotos del rodaje.
Proyectos de conservación
Todo lo anterior nos puede dar una idea de los motivos del desinterés que había en los primeros tiempos por conservar las cintas cinematográficas. El material utilizado había sido ideado para durar únicamente lo que durara el tiempo de proyección. Por eso los procesos de restauración son tan costosos, ya que las cintas han llegado hasta nosotros en muy mal estado. Por suerte existen numerosos proyectos de conservación, que impiden un deterioro mayor del celuloide, de restauración, que impiden que siga destruyéndose, y de recuperación, que descubren de vez en cuando obras perdidas. Los profesionales de la información participan en todos ellos catalogando y organizando esos delicados fondos.
A nivel internacional, la institución más importante es la FIAF (Federación Internacional de Archivos Fílmicos), que aúna a todas aquéllas interesadas en la conservación y preservación de los archivos audiovisuales. Fundada en 1938, trabaja fundamentalmente por colaboración entre sus miembros. En su código de ética se dedica la primera parte a los derechos de las colecciones, considerando vital la conservación por encima de una explotación a corto plazo. Cuentan además con una comisión de documentación y catalogación.
Las filmotecas son las principales colaboradoras de la FIAF y las principales interesadas en conservar el patrimonio cinematográfico. Entre todas ellas se destaca la Cinemateca francesa, que en 2005 se fusiona con la importante Bibliothèque du Film, lo que implica un importante enriquecimiento de su colección bibliográfica. Creada en 1936 por Henri Langlois, entre sus objetivos prioritarios se encuentra la adquisición de películas de nitrato.
Archivo histórico del Instituto Luce en Italia. Su fondo, compuesto principalmente por noticiarios y documentales de producción propia, se centra en ofrecer un importante testimonio histórico de la sociedad italiana desde 1924, año de su fundación. Toda esta colección se encuentra digitalizada y puede ser consultada a través de internet, iniciativa que no parece ser secundada por otras instituciones similares (supongo que debido a los temas de propiedad intelectual).
El National Archive del British Film Institute, creado en 1935. Mantiene una red de mediatecas por Inglaterra para la visualización de sus fondos y un canal en Youtube desde el que acceder a las obras. Destaca su iniciativa “BFI Most Wanted” con la que tratan de localizar una serie de películas desaparecidas importantes para el cine británico. Han confeccionado una lista detallada con las 75 películas más buscadas y piden la colaboración de todo el mundo.
National Film Preservation Foundation, fundada por el Congreso de los Estados Unidos, comienza sus actuaciones en 1997 enfocadas específicamente en la gestión de subvenciones para la restauración de fondos de películas de los Estados Unidos. Colaboraron recientemente con el New Zealand Film Archive en la repatriación de películas estadounidenses que se creían desaparecidas y que fueron descubiertas en Nueva Zelanda. En su época no fueron devueltas por el gran coste que implicaba el viaje de vuelta. Algunas de ellas pueden ser vistas a través de la web.
The Film Foundation. Comienza a funcionar en 1990 de la mano de Martin Scorsese y apoyada por otros grandes del negocio en la actualidad. Se encarga de coordinar esfuerzos y fondos para la restauración de grandes obras de la historia del cine. Por ejemplo, según sus datos la restauración de una película en blanco y negro con sonido cuesta entre 50.000 y 100.000 dólares. Son conscientes además de que la degradación no afecta únicamente a las viejas películas mudas, sino que se extiende también a la década de los sesenta y los 70. En junio presentaron la restauración del clásico italiano La dolce vita.
Si algo se echa en falta en la mayoría de estos proyectos es la difusión gratuita de las obras. Archive.org nos permite acceder, al mismo tiempo que custodia, obras que han entrado en dominio público. Tal vez pueda achacársele una cierta anarquía y desorganización a su clasificación, tal vez poca claridad y falta de normalización en los términos de búsqueda y catalogación, pero aún así, no puede obviarse su amplio catálogo. Desde películas mudas a clásicos de la animación, pasando por cortos de propaganda o clásicos del cine negro. Todo vale, hay de todo.
En Alemania, la Fundación Murnau (llamada así en honor del genial director) supone una interesante iniciativa desde 1966. Han sido responsables de la restauración de multitud de obras germanas de la época muda (la última y más importante, Metrópolis de Fritz Lang) y son distribuidores de las copias de estas que en los últimos años nos han llegado en DVD. Esto se debe a que poseen los derechos de 3.000 largometrajes y 3.000 cortos.
Anthology film archive se dedica desde 1969 a la preservación y difusión del cine de vanguardia y experimental, olvidado y perdido la gran mayoría de las veces por no distribuirse en los circuitos comerciales. Cuenta con una importante biblioteca especializada en este tipo de filmes.
Conclusión
Como hemos podido comprobar, el pilar de los archivos cinematográficos es la conservación. Un material tan delicado, tan vulnerable a los elementos externos e internos, no puede abandonarse a su suerte en el fondo de un archivo. Dado que no podemos cambiar la historia, y lo perdido perdido está (a no ser que, revisando en el ático, encontremos viejas películas guardadas en una lata, como viene siendo habitual en los últimos tiempos) lo único que nos queda es mantenerlo en las mejores condiciones posibles y no repetir los errores del pasado. La restauración permite que veamos todas esas grandes obras tal y como cuando se estrenaron.
El cine, entendiendo incluidos en el término grabaciones de ficción y de no ficción como documentales y noticiarios, es testimonio artístico, sociológico e histórico imprescindible para la investigación que no debe caer en el olvido. Fundaciones y filmotecas colaboran en su difusión de manera desinteresada para hacer llegar al público y a las generaciones futuras este importante legado cultural. Gran cantidad de ellas trabajan y colaboraran por un objetivo común. Sin embargo creo que todavía falta por hacer en cuanto a difusión del trabajo que realizan y de los fondos que almacenan.
Sí, lo confieso, soy cinéfila y documentalista.