Los clásicos. ¿A qué me refiero con esta expresión? ¿Qué os sugiere? Tal vez los nombres de Homero, Virgilio, Shakespeare y compañía. O los de Austen, Twain, Galdós y demás escritores no tan lejanos de nuestro tiempo. Los clásicos son de obligada lectura e importancia mayúscula. Se conservan, se recuerdan, se reeditan y llegan a nosotros para que podamos disfrutarlos como hicieron otros lectores antaño.
Expresado así parece que la única condición para entrar a formar parte del Parnaso de los libros consiste en haber superado el paso del tiempo. Pero la calidad, combinada con la vigencia, también es importante. Para que la reedición sea rentable (no olvidemos que el mundo editorial es un negocio), el interés que se despierte debe basarse en su actualidad. Si una obra redactada hace más de 50 años se vuelve a poner en circulación significa que es capaz de sintonizar con el público. Esto es cuanto más asombroso si tenemos en cuenta el competitivo y sobresaturado panorama editorial actual. Pero es posible.
¿Porqué son recomendables?
Para juzgar de manera objetiva hay que indagar en los antecedentes. Esto ocurre con el arte, la música, el cine y, como no, con la literatura. La lectura de los clásicos educa nuestro gusto y curiosidad. Nos abre las puertas de lo que se considera “lo mejor”, lo que merece la pena leer. Ayuda a adquirir un cierto criterio, a discernir entre lo meramente entretenido e interesante y lo bueno y novedoso. Se evita así encumbrar al escritor de moda del momento como un genio original cuando apenas acaba de comenzar a escribir y simplemente repite fórmulas del pasado.
En esta búsqueda personal descubriremos que antes de las novelas históricas de templarios que tanto gustan ahora, existió un sir escocés, apellidado Scott, al que también le interesaban sobremanera las cruzadas. O que nuestra cultura contemporánea ha sepultado bajo etiquetas equivocadas obras eminentemente metafísicas como “Frankenstein o el moderno Prometeo”, vendida al mundo entero como una novela de terror. Qué decir de “Drácula”, de una modernidad asombrosa en su redacción a base de cartas, eclipsada por el mito del vampiro. Por no hablar de la obra del visionario Verne, quién supo preveer como ningún otro escritor de ciencia ficción los avances del futuro. Incluso comprobaremos que las reivindicaciones y quejas de la sátira gallega “O catecismo do labrego” se encuentran más en boga que nunca más de un siglo después de su primera edición.
Tropiezos con los clásicos. Prejuicios
Taz vez existe un cierto recelo, por lo menos a partir de mi generación. Los textos clásicos forman parte de las lecturas obligatorias de las clases de Lengua. Esto los empareja ad eternum con el estudio, no con el placer de leer. A ello se le suma en algunos casos la dificultad a la hora de su lectura. Sin ir maś lejos, el castellano antiguo de la «La celestina» o el mismísimo «Don Quijote» pueden hacer dar media vuelta al más pintado. Igualmente compleja resulta la lectura de “La divina comedia”, plagada de referencias a la época que un profano no puede más que pasar por alto y tratar de dilucidar algo de la historia entre líneas. O incluso el “Ulises” de Joyce, ya entrado el siglo XX. También hizo de las suyas el irlandés.
En otro orden de cosas, el lector actual puede considerar de antemano que las obras estarán desfasadas, que no tendrán nada que ver con él. Se equivoca. Algunas se adelantaron a su tiempo, tristes incomprendidas. No es preciso que la acción se desarrolle en una época concreta. Hay tramas y preocupaciones universales, temas y personajes que se repiten una y otra vez, con diferente forma, desde hace siglos.
También es probable pensar que se conoce la historia por tantas veces repetida en los medios audiovisuales. A veces es correcto (de “Mujercitas” o “Canción de Navidad” no se puede sacar más que lo que ya han contado las múltiples versiones cinematográficas), pero frecuentemente no tienen nada que ver una con otras. Me gustaría saber qué libro dicen que adaptaron los guionistas de “Beowulf”.
Bestsellers y literatura contemporánea ¿enemigos?
Podría caer en el tópico y dejar entrever mis preferencias personales. Podría atacar sin piedad a todos esos escritorcillos millonarios. Afirmar que no son más que una panda de advenedizos y que la profundidad y calidad literaria de sus obras es la misma que la de una patata. No lo voy a hacer porque sé que hay bestsellers de gran calidad. Si no, ¿cómo surgirían los clásicos del mañana?
El mejor criterio surgirá de las múltiples lecturas. No hemos de pecar de academicistas y ceñirnos exclusivamente a los clásicos marcados por los cánones. Algunos están sobrevalorados. Son densos, aburridos y poco originales, por mucho que la crítica no lo quiera admitir. Lo ideal es localizar el tipo de literatura que nos apasiona, en el momento que nos apetezca, sin descartar por fecha de edición. El secreto está en leer mucho, comparar y rebuscar. Sé que hay esperanza: Dickens o Victor Hugo también fueron en su día bestsellers.
Excelente artículo. Desmuestras, cuando menos, un buen criterio literario. Yo acabo de terminar de leer un excelente libro de, Arturo Pérez Reverte, el cual recomiendo, titulado: El maestro de esgrima; con una documentacion impresionante sobre las técnicas de esgrima, por parte del autor. La novela gira en torno a un personaje de los que no abundan hoy en día: impolutamente honesto e integro, y sobre todo, consecuente con lo que piensa.