Hace tiempo que reflexiono sobre el papel de las redes sociales y las aplicaciones de la web 2.0 en nuestro día a día. Suelo preguntarme hasta qué punto han traído consigo nuevas comodidades o nuevos tormentos a nuestras vidas. Podemos considerarlas firmes aliadas: nos mantienen en contacto con familia, amigos, conocidos y clientes, nos tienen al tanto de la actualidad, nos ayudan a encontrar trabajo, nos descubren nuevos focos de interés o, simplemente, nos entretienen.
Sin embargo, hay ocasiones en que desearíamos no volver a abrir jamás ninguna de estas aplicaciones. Puede deberse a la insistencia de los problemas técnicos del servicio, lo cual es molesto, pero no tenemos más que resignarnos; o puede ser a causa de un uso “incorrecto” o “incompleto”. Esto es, una infoxicación en redes sociales en toda regla que explicaré más adelante.
Problemas derivados del propio servicio
La generalización de internet, aún con la ausencia de todo el tercer mundo y buena parte del primero, supone una enorme cantidad de gente que se conecta a la vez a determinados servicios. Esto implica, naturalmente, fallos puntuales. Desgraciadamente para nosotros hay casos como el de Twitter que, por lo menos en mi caso, comienzan a resultar realmente exasperantes por lo reiterativo.
Un mensaje que nos da a entender que el servicio se ha sobrecargado suele ser bastante común en mi pantalla cada vez que trato de reorganizar mi cuenta. Aunque si somos realistas, los verdaderos problemas que deberían preocuparnos son los referidos a la seguridad, la confidencialidad y la privacidad.
Problemas derivados de la comprensión del servicio
Las redes sociales son más nuevas de lo que nos damos cuenta y además se encuentran en constante evolución. Los usos para los que fueron diseñadas inicialmente a menudo poco tienen que ver con los que les ha dado la sociedad. Porque cada uno interpreta según sus necesidades, intereses y modos de ver la vida. Parece como si todo valiera (y es que tal vez todo vale en el mundo cibernético, ¿o no?) Desgraciadamente echo de menos un poco de reflexión.
Pongamos como ejemplo Facebook. La gran mayoría de la gente lo utiliza de manera personal: comparten fotos con los amigos, la familia, juegan en línea, recuperan el contacto con gente de su pasado y lo mantienen vivo con la del presente, etc. Otros lo consideran una herramienta de trabajo más, gracias a la cual mantenerse al día de novedades en su campo, interactúan con otros profesionales de su rama, participan en grupos de discusión, etc. En mi caso he optado por mantener dos cuentas, una por cada faceta de mi vida.
Pero ésta es una práctica poco común y la verdad que bastante incómoda. Por lo general se tiende a utilizar una sola cuenta, lo que conlleva a la eterna pregunta “¿He de agregar al jefe al Facebook? ¿Y a mi madre?”. Porque, lectores míos, parece que todavía no es muy popular por esos lares la organización de contactos en listas con el fin de poder filtrar los contenidos que publiquemos por audiencias (o de visualizar informaciones según intereses). No me extraña. Es bastante tedioso y obliga a un plan severo y continuo de organización de nuestros contactos.
Tal vez esté equivocada. En alguna charla sobre redes sociales a la que he asistido dejaban claro que hemos de demostrar que detrás del profesional existe una persona que siente, ríe y padece. Y después de todo, no es tan molesto descubrir la vida privada de algunos compañeros de profesión como las invitaciones interminables a eventos a los que es bastante dudoso que acudas por la propia situación física. Al mismo tiempo, resulta irónico que muchos a los que no les importa hablar de su vida a desconocidos profesionales (o no profesionales, que es peor) sean los primeros en publicar en sus muros quejas contra los cambios en la privacidad de Facebook.
La mala utilización implica saturación
Después de haberle echado la culpa a “los otros”, aquellos que no son capaces de leer en mi mente lo que deseo que publiquen en su muro, he de entonar el “mea culpa”. El ineficiente empleo de las redes sociales y la web 2.0 se debe también a un mal uso por nuestra parte. Hay tanto que leer, que ver, que escuchar, que no podemos evitar querer estar en todas partes a la vez. Y eso es imposible. Acabamos pues por fallecer víctimas de infoxicación.
Personalmente mi problema comenzó con Delicious. Un servicio muy bueno, muy útil. Ya nunca tendríamos nuestros favoritos perdidos en el ordenador. No, ahora tendríamos nuestros favoritos siempre disponibles, perdidos en un mar de etiquetas que nunca sabremos cómo organizar del todo. Sobre todo porque este tipo de servicios están en constante desarrollo. Y aún más Delicious, que ha tratado de imponerse a otros como medida de marketing que no sé hasta qué punto ha mejorado con respecto a la versión anterior.
Mi siguiente tropiezo fue Google Reader, mi siempre fiel agregador de noticias. No es difícil, a base de agregar uno tras otro múltiples blogs vitales para nuestra existencia (tal vez iguales entre sí), llegar a los cientos de entradas sin leer en un par de días. Algo parecido a lo que nos puede suceder en Facebook con las páginas. Y en Twitter con las cuentas a seguir. Suelo leer en diversos blogs de Social Media que la media de contactos manejables en la red de microblogging ronda los 200. Sin embargo los compromisos, la ansia de información o la falta de tiempo para depurar lleva a alcanzar cifras bastante superiores que serán complicadas de manejar incluso teniendo a mano herramientas como Hootsuite.
En conclusión
Las redes sociales son nuestras amigas, pero pueden convertirse en nuestra mayor pesadilla si no funcionan correctamente o si no somos capaces de organizarnos y depurarlas como debiéramos. Así evitaremos el ruido del que tanto hablamos en documentación. Al hilo de todo esto me gustaría compartir un artículo de Tristán Elósegui, “Cómo ordenar tu ideantidad digital” acerca de cómo racionalizar nuestra presencia en la red. Tal vez debiéramos planteárnoslo.