La biblioteca pública abre sus puertas por la mañana, temprano, enciende las luces y comienza la actividad.
Durante más de doce horas ofrece espacio y recursos para que toda persona que busca alguna información, un libro interesante, una buena peli, o algo de música, lo encuentren todo de manera fácil y rápida. Mientras tanto, puede hojear la prensa diaria en un espacio agradable, o en Internet si lo prefiere, mandar un correo electrónico a un amig@ o familiar que esta lejos, buscar trabajo o moverse por las redes sociales mientras otr@s aprovechan nuestra sala de estudio para, en silencio y concentrados, estudiar.
Niñ@s y adult@s tienen a su disposición un montón de estímulos culturales y sociales, presenciales y virtuales, de aprendizaje y conocimiento.
L@s bibliotecari@s innovamos, creamos, adaptamos e integramos, todo con un único fin: que la gente utilice y disfrute la biblioteca y le sea útil en su vida. Ahí, creo yo, radica la importancia de nuestra profesión.
Reconozco que nuestro trabajo también es mantener esa información que facilitamos actualizada y en buen estado, así como garantizar el acceso libre a ella. Evidentemente, como en cualquier otro servicio que sea de uso colectivo, debemos de regirnos por unas normas establecidas que garantizan el ejercicio de nuestro derecho y también velan por el cumplimiento de nuestros deberes a la hora de utilizar y aprovechar estos servicios de carácter público.
Nunca he creído que mi objetivo fuera decidir qué se debe y qué no se debe hacer en la biblioteca. Lo mas opuesto a nuestra función es restringir, prohibir y limitar. Creo que es mucho mas honesto intentar educar y formar a las personas en el uso de los recursos bibliotecarios, para que, de una vez por todas, sean libres y autosuficientes a la hora de acceder a los mismos y los aprovechen al máximo con respeto y responsabilidad.
Casi me atrevería a hacer un decálogo de buenas prácticas, totalmente discutibles y modificables, para la atención al usuario en la biblioteca pública. Y ahí van:
- Buen humor y paciencia. Con una sonrisa, un pelín de empatia y paciencia al explicar las cosas es mas fácil que se entiendan y se intenten poner en práctica.
- No prohibir. Intentar explicar por qué algunas cosas no se pueden hacer, en beneficio de tod@s.
- Es una necedad presuponer mala fe a cada persona que comete un error, se retrasa, o devuelve un material deteriorado. Se aplican las normas con contundencia, se invita a mejorar y punto.
- El acceso a la colección es libre, se puede tocar, hojear, coger y dejar. No nos podemos irritar y convertirnos en carceler@s de los fondos porque la gente los coja y deje según sus necesidades sin recordar el orden en que estaban.
- L@s niñ@s descubren un espacio nuevo lleno de estímulos visuales que desconocían. No van a estar quietos con su librito entre las manitas, tienen que tocar, descubrir, leer en voz alta y a veces gritar o lanzarse de cabeza a las alfombras y el mobiliario de diseño. No pasa nada, poco a poco se familiarizan con el espacio y lo aprovechan más y mejor.
- Atender las demandas de l@s usuari@s, detectar sus carencias en el manejo de los recursos y prestar atención a sus sugerencias nos facilita nuestra labor no la entorpece.
- Somos human@s, a veces nos equivocamos y cometemos errores que pueden generar quejas. Habrá que asumir la responsabilidad y corregir, es lo que hay.
- Seguir teniendo iniciativa y ganas de aprender. Nuevas tecnologías, redes sociales, servicios on line, e-book, y un montón de cosas que hacen nuestro trabajo mas activo, interesante e innovador.
- Creer en la importancia de nuestro trabajo, no tener miedo a actualizarnos y cambiar para mejorar.
- Tener bien claro que sin l@s usuari@s nuestro trabajo no tendría ningún sentido.
Las campañas de Formación de usuari@s y Alfabetización informacional completan la tarea.