Si hablamos de manías, los bibliotecarios tenemos fama de atesorar un buen catálogo de ellas: el silencio, el orden, la puntualidad, la pulcritud… Pero hay una que casi todos tenemos y que muy poca gente conoce: la necesidad de visitar las bibliotecas de cada lugar al que viajamos. Porque, aunque mucha gente cree que no tenemos piernas porque nos ve siempre sentados tras un mostrador, o que nuestro único mundo es la biblioteca porque lo damos todo cuando trabajamos, lo cierto es que somos muchos los bibliotecarios viajeros que vivimos con mucha intensidad tanto los periplos por el espacio y el tiempo que nos proporcionan los libros, las películas, la música…, como los viajes reales, ya sean a la vuelta de la esquina o al otro lado del mundo.
Cuando estamos trabajando, no es raro ver aparecer en nuestras bibliotecas a alguna persona que lo mira todo con un interés inusitado, y la reconocemos enseguida: es un colega. Si tenemos tiempo, nos volcamos en mostrárselo todo: el espacio, la organización, la decoración, los métodos de trabajo. Porque nosotros hacemos lo mismo cuando viajamos; entonces nos gusta ser bien recibidos y recoger ideas de todas partes. Cada cual se lleva un recuerdo de las bibliotecas visitadas: marcapáginas, folletos informativos, direcciones de correo de los compañeros, fotos… Fotos, sí. De un rincón, de un detalle, de una idea. Y algunos van un poquito más lejos y coleccionan fotos extravagantes, por ejemplo, haciendo piruetas en los exteriores de las bibliotecas.
Desde los campamentos de refugiados saharauis en el desierto argelino, con El Nido, la biblioteca pública de Smara, y las bibliotecas escolares, como máximas representantes del derecho al acceso universal a la cultura…
… hasta el otro lado del Atlántico.
En Brasil, el Real Gabinete Português de Leitura y la Biblioteca Nacional de Brasil, ambas en Rio de Janeiro.
En Argentina, la Biblioteca Popular «Bernardino Rivadavia», en Martínez, Buenos Aires, y la Biblioteca Popular de Posadas.
En Uruguay, la Biblioteca «Juana de Ibarbourou» y la Sala de lectura infantil y juvenil «Mtra. Mabel Boggio de Sanna», en Colonia del Sacramento.
En Paraguay, la Biblioteca Municipal «Cayo y Emilio Romero Pereira», en Encarnación.
…y en Cuba, las bibliotecas públicas de La Habana.
Pasando, por supuesto, por otras más cercanas en el vecino Portugal, como la Biblioteca Municipal de Miranda do Douro y la Biblioteca Central da Marinha en Lisboa.
Y, finalizando, cómo no, en las más cercanas:
En Canarias, la BPE de Las Palmas de Gran Canaria, la Biblioteca de la Casa de José Saramago en Tías, Lanzarote, y, en la misma isla, la Biblioteca Municipal de Haría.
En Zaragoza, la Biblioteca para Jóvenes CUBIT
En Galicia, la Biblioteca de Los Rosales, en Coruña.
En Extremadura, la Biblioteca de Extremadura, en Badajoz, y la BPE de Cáceres.
En Madrid, la Casa del Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, la Biblioteca Regional Joaquín Leguina y la Biblioteca Municipal «Sancho Panza», de Collado Villalba.
Y en Castilla y León, la Biblioteca de Castilla y León, en Valladolid, la BPE de Salamanca y la BPE de Zamora.
Y, para finalizar, una parada de bibliobús, en Villanueva de Valrojo (Zamora), que los Carnavales son también un buen momento para buscar la biblioteca del lugar, aunque no esté presente en ese momento.
En definitiva, locos bibliotecarios viajeros con manías más o menos extravagantes. ¿Cuál es la vuestra? No os hagáis los despistados, que seguro que alguna tenéis.
Yo también hago lo mismo. Menos las piruetas, claro. 🙂 Sólo sería capaz de hacerlas con la imaginación (¡y con mucha!).
Con la imaginación también vale, Andoni. El caso es visitar bibliotecas, cuantas más mejor. Aprender de los demás y copiar ideas, esa es la cuestión. Un abrazo,
Lucía