Comienza un nuevo curso y quiero proponer a nuestr@s lectores/-as un tema candente en el ámbito académico: el plagio. Según el DRAE, plagiar es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. En España parece existir cierta permisividad en este asunto. Hablamos continuamente de creatividad y originalidad, pero el mundo académico parece asociarse con cierto grado de densidad y repetición en los contenidos. Y las nuevas generaciones de jóvenes que llegan a las Facultades no parecen tener conciencia de que sea un delito. Una profesora de la Universidad Francisco de Vitoria que había detectado plagio masivo en un ensayo de inicio de curso que encargó a sus estudiantes, reflexionaba sobre el asunto en un artículo publicado en El País: “La mayoría lo había hecho sin malicia porque no tenía conciencia de que plagiar estaba mal. Los jóvenes de hoy tienen la cultura del copy-paste metida en su ADN y cuesta sacársela. Como es una generación que no lee, tampoco escribe y como escribe mal, copia. Es un círculo vicioso”. No comparto totalmente este análisis, como más adelante explicaré.
Las universidades están comenzando a reaccionar. Invertir en software antiplagio (alguno de pago, como Turnitin) comienza a ser una estrategia frecuente, especialmente teniendo en cuenta la cantidad de Trabajos Fin de Grado y Fin de Máster que se presentan en las Facultades españolas cada año. Evidentemente, el efecto disuasorio de este tipo de programas parece efectivo, pero desde mi punto de vista, no ataja el problema de base, solo reprime sus efectos. ¿Cómo concienciar al alumnado de los riesgos que supone el plagio? La mayoría de los estudiantes no se ha enfrentado antes a un trabajo académico como el que se le exige para obtener su titulación, generalmente en unos plazos de tiempo cortos y con unos mínimos concretos. La cultura científica no es algo que pueda obtenerse en unas cuantas tutorías. Es algo gradual, que debe empezar a inculcarse ya desde el Bachillerato. No creo que toda la culpa pueda achacarse a la falta de hábito lector que indicaba la profesora mencionada (a fin de cuentas, vivimos rodeados de apps y programas tecnológicos que nos obligan a leer y escribir en nuestras pantallas para comunicarnos) sino más bien a una falta de educación para la gestión competente y ética de la información. Con la irrupción de las nuevas tecnologías, nos hemos visto inundados con mucha más información de la que podemos procesar y los estudiantes picotean aquí y allá, sin apenas reflexionar sobre lo escrito, organizar un plan de trabajo previo ni contrastar la procedencia. Cuando existe sobreabundancia de un recurso, se tiende a abusar de él porque parece tener menos valor.
No tengo recetas mágicas para acabar con el plagio, pero mis ideas sobre el tema van más orientadas hacia la pedagogía de la cultura científica que hacia la amenaza. Propongo una serie de estrategias para concienciar a los estudiantes universitarios de la importancia de citar bien sus fuentes y no apropiarse de ideas ajenas:
- Inculcar progresivamente hábitos de cultura investigadora. Así como aprendemos a andar o hablar de forma gradual, también las habilidades de investigación se adquieren con entrenamiento. Hay que dejar clara la inadmisibilidad del plagio, pero también explicar correctamente las normas de citación bibliográfica y exigirlas en todos los trabajos ya desde primer curso. De este modo, el alumnado tendrá tiempo de practicar, cometer errores, rectificar y familiarizarse con ciertos hábitos que ya habrá interiorizado cuando llegue el momento de hacer su TFG.
- Ofrecer distintas alternativas para citar y premiar la originalidad. No basta con decir qué no hacer, sino también qué está admitido. Diferenciar bien cuando se comete o no plagio y las estrategias para evitarlo da seguridad al alumnado. Parafrasear, usar palabras propias, entrecomillar o sustituir la voz activa por la voz pasiva (o viceversa) son algunos trucos. Además, huir de la instrucción repetitiva en clase y premiar las aportaciones originales, por pequeñas que sean, ayudará al alumnado a ver sus progresos. La inseguridad del investigador novel es una de las sensaciones más limitativas para un estudiante. L@s profesores/-as pueden trabajar esto desde la psicología positiva y la afectividad.
- Explicar la utilidad de la comunicación científica y por qué es necesaria la originalidad. El conocimiento avanza a paso lento porque primero debemos repasar qué han hecho nuestros predecesores. Pero copiarlos literalmente implica también reproducir sus posibles fallos, lo cual anula el margen de evolución y nos deja en un punto de estancamiento. El alumnado debe tener claro que es preferible equivocarse con una idea propia que triunfar con una ajena.
- Por supuesto, dar ejemplo. El profesor /-a es el primer referente del alumnado. A veces, la presión por consolidar la carrera investigadora origina fenómenos como el autoplagio (publicación de múltiples artículos con levísimas modificaciones sobre un mismo tema) que suele ser difícil de detectar. También se aplica a la forma de preparar las clases. No hay nada más desmotivante que un profesor /-a que usa los mismos materiales año tras año, sin vigilar siquiera si han empezado a quedar desfasados. Si queremos estimular la creatividad, seamos creativos y ofrezcamos variedad.
PARA SABER MÁS:
- Lucha contra el plagio desde las bibliotecas universitarias. Artículo de EPI (2012), disponible aquí.
- 5 claves para buscar y usar información científica. Biblogtecarios, 25/09/2014, disponible aquí.
- 4 errores comunes en las primeras citas (bibliográficas). Biblogtecarios, 27/02/2015, disponible aquí.