No os engañéis. Aunque el título de este post me ha quedado algo bíblico, no está en mi intención imponeros nada, y mucho menos en plena canícula. En su libro Como una novela (Anagrama), Daniel Pennac nos dice:
«El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo «amar»…, el verbo «soñar»… Claro que siempre se puede intentar. Adelante: «¡Ámame!» «¡Sueña!» «¡Lee!» «¡Lee! ¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas, caramba!» (…) Es, en un principio, el buen lector que seguiría siendo si los adultos que lo rodean alimentaran su entusiasmo en lugar de poner a prueba su competencia, si estimularan su deseo de aprender en lugar de imponerle el deber de recitar, si le acompañaran en su esfuerzo sin contentarse con esperarle a la vuelta de la esquina, si consintieran en perder tardes en lugar de intentar ganar tiempo, si hicieran vibrar el presente sin blandir la amenaza del futuro, si se negaran a convertir en dura tarea lo que era un placer, si alimentaran este placer hasta que se transmutara en deber, si sustentaran este deber en la gratuidad de cualquier aprendizaje cultural, y recuperaran ellos mismos el placer de esta gratuidad».
¡Cuánta verdad hay en este fragmento! Inspirándome en él, os propongo una interpretación libre del decálogo de antilectura que recoge este libro, y que en realidad busca volver a conectar a los jóvenes con el placer de leer. Y así, todo lector debería tener…
- Derecho a no leer. La lectura es como cansarse o beber: disfrutas más de un banco del parque cuando estás exhausto y de una limonada cuando estás sediento. Si no disfrutas, no lo hagas. Ya recuperarás el placer en otro momento.
- Derecho a saltarse páginas. Yo que soy una lectora disciplinada, abjuraría de este mandamiento hace unos años. Y ahora digo, ¿por qué no? Hay libros estupendos para leer de manera no lineal, y la lectura siempre puede ser un juego…
- Derecho a no terminar un libro. ¿A quien no le ha pasado? Comienzas a leer ilusionado/a y vas perdiendo fuelle. La lectura se vuelve espesa, lenta y poco motivadora. Cuando te descubres anclado/a en la misma página después de 10 minutos mientras piensas en cortarte el pelo o en la lista de la compra, te das cuenta de que no es para ti. Tal vez no para siempre, simplemente ese libro y tú debéis daros un tiempo para volver a recuperar la pasión…
- Derecho a releer. Mi padre es un gran lector y un gran relector. Con él he descubierto el placer de volver a degustar ese manjar exquisito, que en su momento me fascinó y que siempre va a estar ahí para mí. ¿Y sabéis lo mejor? Que es parecido, pero nunca igual: el libro es el mismo pero tú puedes estar en otro momento y descubrir matices que no habías visto la primera vez. Por eso la relectura es un goce intelectual tan completo…
- Derecho a leer cualquier cosa. Los botes de champú, los ingredientes de las galletas o las instrucciones para programar los canales de la TV. Las tentaciones están por todas partes… y eso es bueno.
- Derecho a leer lo que le gusta. Leer está muy bien, pero si encima es algo que te gusta… ¡resulta maravilloso!
- Derecho a leer en cualquier parte. Todos los lugares son apropiados. El metro, el tren, los atascos… hasta la sala de espera del dentista (confieso que lo he hecho alguna vez para calmar ese gusanillo incómodo…). Me gusta leer en lugares públicos y ver a otras personas haciéndolo. Presupongo que tienen inquietudes y que la lectura les hace sentir bien. Es un modo de no estar nunca solo/a.
- Derecho a picotear. Antes de decidirse, está bien probar. Y no hay límite, porque el empacho suele ser glorioso…
- Derecho a leer en voz alta. Lo asociamos mentalmente a la infancia, a ese rato antes de irnos a dormir. Pero no tiene por qué ser solo una costumbre de niños/as. Sin ir más lejos, esta actividad ha alcanzado la gloria en Cuba, donde existe la figura del lector de tabaquería que forma parte del patrimonio cultural de la isla. Uno de mis momentos mágicos es leer en la playa, a alguien a quien quiero, mientras se pone el sol. Hay algo mágico en compartir lo que se lee. Al ponerle voz, deja de estar dentro del libro para convertirse en una música dulce que evoca imágenes y sensaciones en las personas implicadas. ¡Un placer múltiple!
- Derecho a guardar silencio. Callarse después de haber leído algo que nos ha gustado, impactado o conmovido es algo increíblemente tranquilizador. Te provoca un cataclismo silencioso (o no) que te ayuda a conectar con tus emociones. Descubres el significado literal de quedarse sin palabras y al cabo de ese rato, vuelves con más ganas a la lectura.
Si nos damos cuenta, ninguna de sus proposiciones es rompedora o antinatural. Se trata más bien de sentido común, expresado con gracia. Porque leer no debería ser nunca una imposición , una tortura o una condena. Es uno de los actos más libres, intensos y transformadores que existen, por tanto hay que disfrutarlo. Sin ninguna excepción. También en agosto. ¡Ah…! Y recordad que las bibliotecas públicas no se van de vacaciones. Larga vida a ellas y al sano vicio de leer.
Yo lo habría titulado 10 consejos para reconciliarse con los libros. Mira que parecen cosas de sentido común…y sin embargo a la hora de «atacar» un libro o lo que sea no los tenemos en cuenta. Qué curioso lo de los lectores tabaqueros…lo podíamos importar, en lugar de que te ofrezcan un Malboro o un winston si vas a comprar un sello…¡mejor que te lean un párrafo de los tres mosqueteros!
Gracias por el aporte Félix! La verdad es que asociamos mucho lectura a infancia, y he querido escribir este post para insistir en que el hábito lector puede y debe acompañarnos toda la vida. Saludos!
¡Hola, Laura! Enhorabuena por tu artículo! Es cierto que algunos de estos mandamientos/consejos nos pueden parecer tal vez poco rompedores, o incluso evidentes, pero creo que eso nos pasa sobre todo a los que estamos convencidos de la importancia de la lectura y somos además lectores habituales. Así que no está de más dejar que estas reflexiones cojan aire de vez en cuando y se renueven, recordándonos que en realidad nada es estático, y mucho menos nuestra relación con el texto escrito. ¡Un abrazo y hasta mañana! 😉
Gracias por el aporte, Carla! Nos vemos en bibliotecas 😀