Autoras que aman las bibliotecas públicas

Cuando de pequeña pensaba en el oficio de escribir solía imaginarme a un escritor (varón)  en una casa abarrotada de libros (la suya), escribiendo en máquina tipo Olivetti mientras fuma cigarrillos (a lo Javier Marías) en su mesa y silla confortables (caras). Puede parecer absurdo de mi parte porque mi primer referente en el oficio de la escritura fue mi abuela Myriam, que escribía sin cesar y hasta se publicaba sus libros de memorias y de cuentos que nos leía a todos los primos en las noches de verano en Cabo Palos – los mismos primos que leeríamos más adelante las novelas de Agatha Christie (otra autora) de la editorial Molino, manoseadas por generaciones, con las páginas ya amarillas, sorteando los spoilers de nuestros tíos, tías y abuelas, que se los leyeron en sus veranos previos. Aún así, mi imaginario limitado y sesgado por las razones evidentes (patriarcado) sigue visualizando señores escribiendo, a veces tan entrañables como Umberto Eco. 

Cómo escribirían de bien y cuánto leerían estos señores sus bibliotecas personales lleneticas de buenos libros (signifique eso de «buenos» lo que signifique), bien enfocados sobre su máquina de escribir mientras mágicamente alguien le cocina, le cuida a los hijos y le lava las camisas. Ya decía Virginia Woolf la importancia de tener un cuarto propio, pero no hablaba tanto (que yo sepa) de la importancia de las condiciones materiales para meternos en ese cuarto (y de cómo  tenía otras mujeres empobrecidas trabajando en su casa en condiciones que alarmarían a cualquiera que se nombre feminista).

Dándole vueltas a estas condiciones materiales en las que escriben ahora otras voces contemporáneas que han estado tradicionalmente invisibilizadas en el mundo editorial (mujeres, jóvenes, migrantes, lgtbiq+) me pregunto si el acto de escribir llega por la mañana después de un sueño reparador, o por la noche después de habernos partido el lomo trabajando (fuera y dentro de casa), en un despacho o en nuestro salón-comedor-habitación porque vivimos en una buhardilla acogedora de 27 metros cuadrados, en una mesa cómoda o si no tenemos mesa… En este devenir me he ido encontrando con autoras millennial y z, que (oh, bella ¿casualidad?) han contado que escribieron sus novelas en bibliotecas públicas o que han tenido una relación intensa con las mismas. 

¿Qué tendrán las autoras que hablan de bibliotecas que tanto me gustan?

En Letrasheridas se produjo un encuentro hermoso entre Gabriela Wiener y Cristina Morales que os recomiendo escuchar, dónde acaban hablando de su relación con las bibliotecas públicas:

«Viniendo de mi país dónde no hay una red de bibliotecas públicas, venir a España y encontrar esta cantidad de bibliotecas impresionantes era como entrar en un parque de diversiones de Coney Island con libros […] Las fetichizo completamente» decía Gabriela Wiener.

Y Cristina Morales: «Barcelona y sus bibliotecas públicas son lugares a los que yo iba para no estar en mi piso y pasar las horas leyendo a Juan Marsé.» […]  «Para mí las bibliotecas son sitios calentitos. En la biblioteca del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona te puedes quitar los zapatos, y hay alfombras.” […] “Una biblioteca debería de dejar de pensarse así misma como un templo de sabiduría y de archivo y pensarse como un lugar de acción social. La acción social puede ser algo tan simple como una persona sentada en un sillón, con o sin libro, yastá.»

En Twitter me enteré, gracias a Montserrat Terrones, que Cristina Morales también escribió su libro Lectura fácil en la biblioteca popular Josep Pons de Can Batlló de Barcelona. Explota explótame explo, explota explótame el corazón.

Andrea Abreu es otra autora que me fascina y, que en este artículo del blog “Las entrañas del texto” que elabora María Sánchez, confiesa escribir el bombazo que fue su primera novela Panza de Burro entre drive, ordenadores públicos y bibliotecas. Amor máximo a este párrafo que define la esencia de lo que significa habitar una biblitoteca pública:

«Escribir, lo que se dice escribir, una lo hace como puede. Y donde puede. Yo, como tengo un ordenador muy malo (no solo soy analógica, también tengo escasos recursos), no podía escribir en cafeterías acogedoras con olor a chai y tarta de queso. Tenía que ir a sitios donde hubiese ordenadores que podía utilizar. Drive me permitía abrir el documento de Panza en cualquier sitio. Y aquí es donde entran las bibliotecas o, más bien, la biblioteca. La mayor parte de Panza de burro la escribí en la biblioteca municipal de Francos Rodríguez, Manuel Vázquez Moltanbán. Cuando una usa un ordenador de la biblioteca corre el peligro de no poder usarlo. Dependiendo de la hora de la mañana, estaban todos ocupados. Entonces, me tenía que poner en una esquinita a leer algo que me gustara y me diera ritmito para cuando llegase la hora de escribir. A veces no conseguía ordenador y me quedaba en los sillones de la sección de cine escribiendo, escribiendo en la libreta de Mister Wonderful que me regalaron y forré con papel de flores para que nadie pensase que comulgaba con las ideas de la marca.» 

Acabo con dos autoras que resumen bien eso de las bibliotecas como lugar de refugio y pertenencia: Elisabeth Duval y Margaryta Yakovenko.

Elisabeth Duval cuando comenzó a aparecer en prensa por el hecho de ser una personalidad a seguir y una autora que comenzaba a despuntar (en ese momento con 19 años y sin recibir tanto odio por existir), explicaba:

“En mi casa no se leía. Soy la primera con educación universitaria. Mi abuela dejó los estudios para cuidar de su madre. Durante cinco años, viví en Plasencia, una ciudad no muy grande y sin mucha oferta cultural. Mi educación fueron las bibliotecas y la democratización de la información que trajo Internet”.

Margaryta Yakovenko, mucho antes de convertirse en la periodista famosa que da voz a lo que ocurre en la maldita guerra en Ucrania, contaba en Twitter el orgullo que sentía al ver cómo la biblioteca de su pueblo de Los Alcázares (Murcia) subía una en la que aparecía su novela Desencajada como novedad de su colección. Y añadía:

«Me hice el carné de la biblioteca nada más llegar a España. En mi casa no había libros ni dinero para comprarlos. Mis padres no sabían castellano. Esta biblioteca fue mi refugio durante lustros. Cada vez que iba me dejaban llevarme cinco. Los devolvía en dos semanas. De no ser por esta pequeña biblioteca pública, no sería escritora. Tampoco periodista. Perdonad la ñoñería pero este lugar es mágico. Ojalá sigan existiendo lugares así. Ojalá no se abandonen ni se dejen sin fondos. A algunos nos han salvado.»

Si aún no estás in love, aquí tienes un remate:

Una confesión

Volví a la lectura intensamente después de unos años de hastío, de barbecho, de cansancio, de historias con las que no me sentía reflejada o que no me conmovían o que no lograba conectar en ese ratito de antes de irme a la cama, con la ansiedad desbordada ante el madrugón y la vuelta al trabajo. Mucho burnt out que me hizo alejarme de las novelas, con lo que ese ritual significa para mí.

Volví a la lectura gracias a ellas, a las autoras contemporáneas con las que comparto generación, algunas experiencias de vida y amor por las bibliotecas. Sirva este pequeño homenaje que escribo, por cierto, tecleando bajito, con mi bebé de tres meses durmiendo en mis brazos, con dolor de cuello y un hormigueo en la mano izquierda, para todas las personas que escriben, que se refugian en bibliotecas, que cogen libros en préstamo y que hacen de mi mundo un lugar mucho más interesante y estimulante. Gracias por contar esas historias, a pesar de todo o precisamente por eso. Os quiero, tías. 

Irene Blanco

Codirectora de BiblogTecarios. Irene Blanco es documentalista, especialista en transformación digital y activista bibliotecaria. Escribe desde 2010 en Biblogtecarios sobre bibliotecas, comunidades e Internet.

2 respuestas a «Autoras que aman las bibliotecas públicas»

  1. Qué bonito artículo. Recientemente he leído la autobiografía de Rocío Quillahuaman, «Marrón», donde manifiesta su más sincero amor por las bibliotecas públicas, de Barcelona en su caso, que se convirtieron en un verdadero refugio para ella. Muy recomendable su lectura. Gracias por el artículo.

    1. Muchas gracias por tu comentario, Almudena. Rocío Quillahuaman es otra de las autoras que amo y aman las bibliotecas, gracias por añadirla

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