Nada es tan contagioso como el ejemplo

Niño leyendo
Niño leyendo

Es una verdad mundialmente reconocida que un bibliotecario, poseedor de una gran sabiduría, es la persona idónea para consultar sobre cualquier tema.

Sí, estoy parafraseando el primer párrafo de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, para comenzar mi post. No se me ocurre nada mejor para ilustrar el extraño fenómeno que más de uno habremos experimentado: ser considerados enciclopedias andantes o la versión humana de Qué leer.

En los últimos tiempos una de las consultas que más se repite en mi círculo es cómo fomentar el hábito de la lectura en los hijos. Me preguntan por librerías infantiles, libros, autores, bebetecas, ludotecas, cuentacuentos,… Mi respuesta más frecuente es que lo mejor es que vean a sus progenitores o seres más allegados leer. En mi opinión, es prácticamente infalible.

Sin embargo, ¿qué pasa fuera del hogar? ¿Cómo se fomenta el placer de la lectura fuera de los círculos habituales: biblioteca o escuela? ¿Qué hace la sociedad para animar a leer a los más remisos o a los niños?

No tengo la solución ni creo que haya una única. Sin embargo, hay algo simple y, a la vez, hermoso. Las estatuas de gente leyendo.

¿Conocéis alguna? ¿Tenéis alguna favorita? ¿Os animan a leer?

Hay para todos los gustos y en todas las partes del mundo.

De famosos literatos como la del poeta Gerardo Diego leyendo sentado en una mesa y tomando un café en la céntrica calle del Collado, en los soportales del Círculo Amistad Numancia, en Soria. O de Ramón de Campoamor en El Retiro (Madrid); de Antonio Machado en la céntrica calle de San Pablo, en Baeza; Hans Christian Andersen en el Central Park de Nueva York; José Saramago leyéndole un libro a un niño en Conil de la Frontera.

Científicos famosos como Benjamin Franklin, leyendo el diario en la Universidad de Pennsylvania o Albert Einstein en el Parque de las Ciencias de Granada.

estatuaSin duda, mis favoritas son las de lectores anónimos, inmersos en sus libros, ajenos a los viandantes que pasan por su lado. “Esperanza Caminando” en las inmediaciones del Teatro Campoamor, en Oviedo; un hombre leyendo el periódico apoyado en una columna de la calle Sombrerería de Burgos; un maestro enseñando a su alumno en Palencia; Julia, en la calle Pez de Madrid, homenajeada por su pasión por aprender y disfrazarse de hombre para poder acceder a las aulas que le estaban vetadas por ser mujer; chica tumbada leyendo en la Biblioteca General de la ULPGC; el hombre sentado leyendo en un banco en la Plaza de la Paja, en Madrid.

Y, como no, de niños. La de Recoletos, en Madrid, cerquita de la Biblioteca Nacional; el niño de Durbuy en Bélgica, sentado en el suelo, absorto; o la pequeña de la estatua en honor a Clara Campoamor en Sevilla; Niña leyendo” en la plaza de las Batallas, de la vallisoletana Belén González que tomó como modelo a su hija Elisa, leyendo un fragmento de Sara de Ur de José Jiménez Lozano.

Si te detienes a mirar, te encontrarás que hay muchas, en pequeños rincones recónditos o en pleno bullicio, cumpliendo su labor de adorno o disfrutando del placer de la lectura. ¿Buscas la tuya?

Y, como no, como colofón: predica con el ejemplo.

Inma Herrero

Documentalista, lectora voraz, curiosa empedernida. Intento aprender algo nuevo cada día y me encantan los retos. Mis áreas de interés crecen porque no hay nada que me guste más que el mundo en el que habito.

2 respuestas a «Nada es tan contagioso como el ejemplo»

  1. En la misma calle de la Biblioteca de Móstoles tenemos la escultura de otro lector anónimo «dando ejemplo» y animando a la lectura 🙂 Forma parte de nuestro perfil de Twitter y ¡nos encanta! Se titula «El lector» y es de Paz Figares

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