Hace unos días desayunábamos con la noticia de que en las bibliotecas municipales de Madrid no se encontraba ningún libro entre los 50 artículos más prestados. La cúspide estaba ocupada por películas y revistas.
Sin embargo, hay hechos y acontecimientos que nos siguen indicando que las bibliotecas y los libros siguen siendo y no dejarán de ser importantes. Las bibliotecas son lugares únicos y eternos en los que la educación y el saber son marcos de igualdad con independencia del lugar del que procedes, cómo vistes y qué piensas. Un lugar en el que todo el mundo es bienvenido y en el que todo el mundo encuentra su rincón.
Un claro ejemplo es la biblioteca al-Qarawiyyin o Al-Karaouine en Fez (Marruecos), la más antigua del mundo y que forma parte de la universidad del mismo nombre, que abrió sus puertas en el año 859 por primera vez y ha sido abierta al público general en mayo de este año después de décadas de deterioro y con acceso restringido a académicos, estudiosos y teólogos. Hace 1.257 años la hija de un rico mercader, Fatima Al-Fihri, utilizó su herencia para hacer accesible la eduación y el conocimiento a sus coetáneos y a lo largo de este tiempo durante épocas de creciente terror y barbarie personas de diferente condición han dedicado enormes esfuerzos para salvar libros o para salvar bibliotecas a lo ancho del orbe terrestre.
Uno de los últimos casos ha visto la luz gracias a un reportaje de la BBC que revela la existencia de una biblioteca subterránea secreta en Daraya, una localidad al sudoeste de Damasco que ha sido una de las más castigadas por la guerra civil siria al ser importante foco de protestas contra el gobierno de Bashar al Assad, lo que propició una incursión de las tropas gubernamentales en 2012 que acabó con la muerte de más de 300 personas en lo que se conoció como la Masacre de Daraya.
La biblioteca de Daraya surgió a principios de la guerra cuando Anas Ahmad y algunos de sus amigos comenzaron a recoger libros de entre los escombros de las casas derrumbadas durante los bombardeos arriesgando su vida. Cuando una ciudad es sitiada lo que menos espera uno es que la gente muestre interés en la lectura o tenga la ocurrencia de educarse y se ponga en la línea de fuego de los francotiradores para satisfacer esa pulsión.
Este bien preciado cuenta ya con más de 14.000 títulos —cantidad nada desdeñable si se piensa que la antigua biblioteca de Alejandría contaba con 40.000 volúmenes antes de que fuera pasto del fuego— y sirve como punto de evasión y refugio emocional —y, a veces, físico— de la población en general, como punto de referencia y aprendizaje para aquellos que se dedican a desempeñar labores ajenas a su formación como voluntarios y como apoyo académico para aquellos estudiantes que tuvieron que abandonar sus estudios pero quieren seguir aprendiendo para estar preparados cuando llegue el fin del enfrentamiento.
No obstante, la biblioteca no suele ser utilizada por niños, pues la ruta de acceso es muy peligrosa, a excepción de un joven de catorce años que vive en la cercanía y que ha sido nombrado “bibliotecario adjunto” por el entusiasmo mostrado en la preservación del lugar y de su contenido.
También existen pequeños puntos de lectura diseminados por los frentes del conflicto bélico sirio que recuerdan que ya en el siglo XX los libros tuvieron una vida relativamente secreta localizados en trincheras, hospitales y centros de entrenamiento, que contaban con bibliotecas. Por ejemplo, durante la Guerra Civil Española se crearon bibliotecas itinerantes que recorrían los diferentes frentes y que proporcionaban a los soldados momentos de solaz y evasión.
La lección que podemos entresacar de estas pequeñas historias o curiosidades es que independientemente de las características de las bibliotecas, de sus usuarios o del entorno social o político en el que se encuentren el acceso a los libros y al conocimiento o placer que proporcionan siempre será importante y, por tanto, preservarlo es primordial y una prioridad.
Respecto a la noticia de las bibliotecas municipales, no creo que el préstamo de libros haya caído tanto, simplemente el «ciclo de vida» es mucho más corto en revistas y no digamos ya en películas.
Hola, Félix:
No se habla del préstamo por tipos documentales sino por títulos y, dentro de estos, los que tienen más éxito son películas y revistas. Es verdad que de esta manera se distorsiona la visión de conjunto pues normalmente es mucho mayor la colección biblográfica y, por tanto, a mayor oferta se cubren más gustos y se dispersa el interés. De todos modos, la tendencia es clara.
Saludos y muchísimas gracias por el comentario.