“Pronto me di cuenta –escribió Adolf Hitler en su libro Mi lucha (Mein Kampf, 1925) – de que el uso de la propaganda es un verdadero arte que ha permanecido prácticamente desconocido para los partidos burgueses”.
El diario Völkischer Beobachter (Observador del pueblo) fue el principal órgano de propaganda del partido nazi, calificado como el ‘periódico más odiado del país’ por Hitler en sus discursos para fomentar su venta. En él se exponían mediante la hipérbole y consignas ultranacionalistas y raciales los supuestos grandes males de Alemania: el Tratado de Versalles – en su opinión, injusto y humillante -; el gobierno de la República de Weimar –a su ver, débil e incapaz de hacer resurgir al país de la crisis económica; el ascenso del comunismo – una amenaza para la unidad del pueblo alemán -; y la influencia de los judíos – culpables de todo lo anterior -. Junto con Der Stürmer (El atacante) – extremadamente sensacionalista y lleno de feroces y paranoicos ataques contra los judíos – y Der Angriff (El ataque) – de ámbito local – exacerbaban las emociones de los lectores explotando sus frustraciones, prejuicios o resentimiento con el Gobierno.
Antes del Holocausto los hebreos eran representados como seres incapaces de tener sentimientos humanos y en su inicio aparecen como agentes del mal, intencionalmente malévolos. También en la propaganda nazi se hablaba de ellos como enemigos, criminales o traidores y se les acusaba de complots para buscar la dominación mundial. Ratas, piojos, cucarachas, zorros, buitres, … son algunos de los epítetos que los nazis usaban para definir a los judíos (la equiparación del “otro” con animales es un modo de deshumanizarlo, de conducir a considerar al otro grupo como infrahumano).
A finales de 1977, la dictadura militar del general Ne Win lanzó la operación Nagamin (“Operación Rey Dragón”) que animaba a “tomar medidas contra los extranjeros que se han infiltrado ilegalmente en el país”. Es decir, despojaba a los rohingya de su ciudadanía al ser falsamente designados como inmigrantes ilegales de Bangladesh con la intención de expulsarlos en masa de Birmania occidental y legalizar el borrado sistemático de su identidad como grupo, legitimando su destrucción física. Entre 2011 y 2012 se desarrollaron campañas anti-rohingya por parte de partidos políticos, asociaciones locales budistas (como el Movimiento 969 o Ma Ba Tha, grupos de monjes budistas extremistas que les consideran como terroristas y una amenaza contra la “verdadera” identidad del país).
La revista Kangura, Radio Rwanda y Radio Mille Collines fueron los medios utilizados para la campaña de deshumanización de la etnia tutsi mediante la publicación de artículos sobre su maldad intrínseca que llevó al genocidio de Ruanda en 1994. En ellos se les acusaba de corrupción y de desprecio de los derechos fundamentales para alcanzar el poder. En El plan maestro se decía que planeaban hacerse con el poder y en Los diez mandamientos hutus, además de decir que los hutus no deben casarse ni hacer negocios con los tutsis, aseveraban que no había que tener compasión de los tutsis. En este caso, se ve otro objetivo de la propaganda porque al eliminar la compasión se deshumaniza al agresor.
En la última década se han realizado muchos estudios sobre la propaganda, sobre todo, tras las elecciones de 2016 en Estados Unidos y el Brexit en Reino Unido. A diferencia de lo ocurrido anteriormente es el mensaje quien elige a los receptores mediante sistemas algorítmicos y este les llega a sus móviles y ordenadores – medios más individualistas y antisociales que los medios de comunicación – a través de plataformas de masas baratas, instantáneas, sin moderadores y con controles de la información muy laxos como YouTube, Facebook, WhatsApp, Telegram, Twitter, Instagram o TikTok. Esto hace que haya una mayor receptividad del mensaje pues a mayor coincidencia con el sentir, pensamiento e ideas de la persona, mayor predisposición a creer, no poner en cuestión y difundir relatos falsos, “alternativos”, tergiversado y malintencionados. A ello se une que antes la propaganda se difundía por las fuentes tradicionales (gobiernos, partidos, ejército, periodistas, grandes empresas) con medios colectivos tradicionales (cine, televisión, libros, periódicos) y, ahora, con la gran polarización de la sociedad personas anónimas se sienten interpeladas a formar parte del debate internacional.
El periodismo requiere recursos, tiempo, dinero, conocimiento, experiencia en el terreno, comprobación, verificación y reflexión. Sin embargo, la propaganda a través de plataforma sociales es más asequible, rápida, no requiere ningún esfuerzo al receptor, proporciona certezas (motivos, culpables y una solución simple) y alimenta el sentido de pertenencia.
En septiembre de 2023 la Unión Europea publicó un informe que recoge los contenidos que incumplen la Ley de Servicios Digitales europea y que pone de relieve que las plataformas con más desinformación son X (antes Twitter), Facebook y TikTok (por este orden).
Un ejemplo paradigmático de desinformación es X. Aquí la cobertura informativa de la guerra de Ucrania y Rusia o de la guerra entre Israel Hamás se diluye con imágenes de películas bélicas, conflictos anteriores, videojuegos manipulados o material generado mediante inteligencia artificial (IA). Su herramienta de verificación Community Notes es ineficaz y lenta para la ingente producción de información; las cuentas verificadas lo son porque pagan una cuota mensual de 9 euros mientras que el acceso a la Interfaz de Programación de Aplicaciones (API) para obtener metadatos, datos geolocalizados, ya sea históricos o actualizados, utilizada por los investigadores para analizar el origen y las interacciones entre usuarios con el fin de detectar la desinformación y los bots se ha restringido al ser necesario pagar 42.000 dólares al mes para empresas e instituciones y 100 euros para particulares.
En estos momentos, las opiniones se han convertido en sacrosantas y los hechos son opinables. O como decía Nietzsche no existen los hechos, solo las interpretaciones. Ya no se persigue la verdad sino la verosimilitud. La información se mueve sin filtro y cada persona es un medio de comunicación y está inmersa en ideas y opiniones que sólo coinciden con la suya. Los medios tradicionales ya no son fuente de información principal y han perdido el papel de verificadores de la información por lo que se extienden más fácilmente las nuevas narrativas dirigidas a cambiar la realidad.