No hace mucho tiempo leí un artículo de Aurora Gil Bohórquez sobre bibliotecas escolares en el cual se planteaban aspectos como la falta de implicación tanto por parte del profesorado como de las administraciones públicas a la hora de fomentar el uso de las bibliotecas en los centros educativos.
De hecho, legislativamente hablando (LOE – Artículo 113), los centros públicos deberían disponer de una biblioteca escolar, cuya dotación de recursos se haría de manera progresiva por las Administraciones educativas correspondientes.
Resalto los términos de «manera progresiva» porque no ha sido así. Los intentos de mejorar la calidad de este tipo de bibliotecas, en la mayoría de los casos, se ha quedado en eso, en una simple intención.
He de decir, que existen centros educativos que sí siguen un patrón equilibrado de gestión de recursos, pero la mayoría de ellos son centros privados con independencia económica parcial o total de la administración pública. Estas bibliotecas están regidas por bibliotecarios (Diplomados o Licenciados en Documentación) los cuales, intervienen activamente con los profesores en la gestión de actividades relacionadas con el fomento de la lectura y en la orientación para la compra de recursos educativos.
Es cierto que hay programas educativos (gestionados por ¿profesores?), cursos de formación y dotaciones económicas para la mejora de las bibliotecas escolares. Pero siguen faltando recursos económicos, crear un plan de bibliotecas, un proyecto curricular para cada centro y, lo más importante, gente especializada que sepa cómo gestionar todos estos recursos.
Este último punto es el menos considerado. Es mucho más eficaz, según las administraciones, que el profesorado gestione las bibliotecas educativas, eso sí, una hora a la semana, para que veáis el valor que se le da a esta función. Lo que implica muchísimo más trabajo para el profesor y que da como resultado que no lo lleven a la práctica en la mayoría de los casos.
Es más, se suele definir en muchos artículos a la biblioteca escolar como «la sala de castigo», lo cual me parece una falta de respeto y conlleva que el alumnado vea la biblioteca como al «lobo» y no como a una fuente de recursos especialmente dedicada para ellos.
En conclusión, se debe cambiar la imagen de la biblioteca escolar desde dentro, y aprovechar los recursos de los que se disponga al máximo, porque la inutilización de la biblioteca da como resultado que el niño, que en un futuro próximo será adulto, arrastre esos prejuicios y deteriore la imagen de la biblioteca convencional (municipal, general, regional, etc.)