¿Qué harías?
¿Qué harías si tuvieses que decirle a tu hija de seis años que se va a morir y que se terminó todo lo que aún no ha empezado a disfrutar, conocer y descubrir?
¿Te sentarías con ella en el borde de la cama de ese hospital donde el silencio es la norma que impera hasta el momento fatídico, aferrada a un libro, narrándole la historia de una niña de su misma edad que se convirtió en astronauta y descubrió nuevos planetas inexplorados, mientras el mundo se te derrumba?
Sé que es hiriente lo que acabo de escribir, pero refleja el dolor que tienen que soportar muchas familias dentro de su anonimato, para las cuales los hospitales son sinónimo de malas noticias y de padecimientos al comprobar cómo sus hijos se convierten en seres frágiles derrotados por eso que llaman enfermedad, a la cual no pueden ver ni rendirles cuentas.
Muchos de los críticos de la película Un monstruo viene a verme, dirigida por Juan Antonio Bayona y basada en la novela del mismo título escrita por Patrick Ness, han tratado de mostrarnos un argumento lleno de dureza y dolor, pero tanto el libro como la película también transmiten un mensaje positivo, uno que encierra una metáfora de la lucha por seguir adelante en la vida en ese momento en que estás a punto de perder a un ser querido del cual, evidentemente, nunca quieres despedirte porque nunca admitirás que ha llegado a su fin.
A estas alturas, te estarás preguntando de qué va este post y qué tiene que ver con los temas analizados en este blog. Pues se trata de intentar cambiar la imagen y sensaciones que transmiten los hospitales a los pequeños enfermos a través del poder de los libros y del arte como medios de entretenimiento, comunicación visual y apoyo psicológico en momentos tan duros para ellos en los que cualquier explicación carece de compresión, al mismo tiempo que se convierten en un bálsamo para sus progenitores, aferrados a la esperanza y la confianza en la medicina como un naufrago a una tabla en medio del océano.
Pero, seamos sinceros: España no es un país que se prodigue en introducir elementos culturales revolucionarios en determinados espacios tendentes a cambiar pautas establecidas en favor de otras que garanticen un mayor crecimiento personal y profesional de sus ciudadanos. El ejemplo más claro es que no abundan los hospitales que cuenten con bibliotecas propias como un servicio para que, tanto los enfermos como sus familiares, puedan acceder libremente a la lectura, lo cual obliga a que unos y otros tengan que traer sus propios libros para garantizar su tiempo de ocio y aprendizaje durante la fase de padecimiento o recuperación médica. La situación se vuelve más grave en el caso de los más pequeños, ya que las inmensas horas en sus habitaciones se convierten en su reclusión, limitando, de paso, la exploración y la autonomía que les garantizaría su libertad de movimiento en una pequeña biblioteca, sintiéndose así a gusto como si estuviesen en la de su barrio o colegio.
La noticia tuvo tanto eco que el Cabildo Insular de La Palma le entregó un lote de más de doscientos libros en respuesta a esa acción, lo cual ha servido, una vez más, para cuestionar el funcionamiento de instituciones públicas como los cabildos y el propio Gobierno de Canarias, que continúan funcionando a contracorriente para responder a unas necesidades básicas que deberían cubrir de manera periódica y como mejora de los servicios internos de esos centros hospitalarios y de otros muchos sin tener que esperar a que esos llamamientos se produjesen.
El poder de los libros se convierte en situaciones tan complicadas como esta en un puente que enlaza las dos orillas, la de la enfermedad y la lucha constante para sobrevivir y sanar, pero va más allá al garantizar una enorme dosis de humanidad y de abrigo cultural que mitiga esa incertidumbre del momento, además de demostrar el compromiso de la sociedad para que el circuito de los libros nunca termine.
Pero esto es un ejemplo general de esos cambios que claman al cielo, y si los adultos lo sufren, imagínate lo que pasa con los más peques.
Oncología: tumores malignos y benignos. Hospitales donde esos últimos sufren esta y otras enfermedades, por lo cual sería necesario que se creasen bibliotecas escolares hospitalarias, que permitirían cambiar un ambiente con sabor a muerte. No obstante, siempre hace falta ir más allá y ponernos en la mente del afectado, de ahí que esos menores no solo necesitan libros para tratar de mitigar su padecimiento, sino que es necesario articular otras fórmulas de animación y fomento a la lectura que, de manera indirecta, les permitan imbuirse en un ambiente más distendido y relacionado con las propias historias literarias con las que están creciendo. Si el libro es el poder de las letras, la pintura es el de la imagen, y a esto último es a lo que se ha recurrido en otros hospitales buscando ese fin para introducir, de paso, esos elementos revolucionarios culturales ya aludidos.
En este sentido, en nuestros hospitales se han dado cuenta que sus salas necesitan de una de las mejores cosas que percibe la población infantil que sufre enfermedades graves y muy graves: los colores y, para ello, están intentando crear ambientes más cálidos y acogedores que cumplan con la idea ya reseñada de tratar de mitigar el dolor que sufren.
De nuevo, se recurre a los libros como barita mágica, y hay ejemplos ilustrativos que expresan con total contundencia esta necesidad: por un lado, en septiembre del año pasado el Complejo Hospitalario Universitario de Canarias (HUC) se sumó al proyecto solidario “Hospitales de colores”, gestionado por The Walt Disney Company, por el cual se cedieron imágenes de los personajes más famosos creados por aquella para decorar las paredes de la planta destinada al tratamiento de las enfermedades de ese sector de la población, y al cual, previamente, ya se habían sumado otras ciudades como Valencia, Málaga, Barcelona y Madrid, entre otras.
En nuestro caso, se trata de dibujos bastantes famosos y que tienen un trazado siempre alegre y lleno de energía, incluso hasta los considerados como personajes malos dentro de las historias de las que forman parte, pero tanto unos como otros aportan un componente más risueño y aventurero, dinámico y creativo, que remiten a esos libros y momentos de crecimiento personal con el fin de engañar a quien nos está venciendo la partida.
Esta decoración artística no solo constituye un estímulo psicológico para el pequeño enfermo, sino también visual, que incide directamente en una identificación con personajes y acciones en las que se ven inmersos, así como un fomento/animación a la lectura, bien porque, como decimos, ya conocen esos personajes y esto les sirve para volver a leer sus historias durante su etapa de convalecencia, o bien porque aún o saben leer y se convierte en un mundo por descubrir.
Aunque considero que los dibujos de Disney son el abanderado del capitalismo cultural, afortunadamente existen iniciativas semejantes donde se dan a conocer otro tipo de referentes que no sean los ya clásicos y donde la propia decoración de esas salas se inspira en otros libros menos publicitados, pero con historias muy interesantes. El ejemplo de este panorama de renovación hospitalaria se produjo también el año pasado en la planta de Oncología Infantil del Hospital General Universitario de Alicante, gracias a la intervención de estudiantes y profesores del grado de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche, que contaron con la ayuda de la Conselleria de Sanitat Universal i Salut Pública, así como de la Fundación Aladina, que subvencionó este proyecto.
En este caso, el proyecto se denominó “Como en casa” y siguió ese parámetro de extrapolar el ambiente y el calor hogareño a las temidas paredes blancas hospitalarias, pero optando dibujos del estilo cartoon animado, mucho más plásticos y rebeldes, como si cobrasen vida en las propias paredes, en la que los monstruos ya no son los malos de los libros, sino el compañero amable y cercano que aporta la alegría y energía para olvidar qué es realmente aquel sitio.
Al final, en circunstancias como estas, un libro, una pequeña biblioteca y una decoración que transmite calor y emoción se convierten en una medicina con la cual sanar física y espiritualmente a esos pequeños enfermos, que entienden su situación como la de un coche nuevo que tiene que pasar por el taller para que lo reparen con el fin de continuar con derrochando energía, pero, a veces, también es un tránsito hacia lo inevitable y eso es indescriptible para quien lo sufre, algo que tampoco soy yo quien para contarlo en un post.
Hola Francisco, yo creo que Biblogtecarios dedica mucho espacio a iniciativas del mundo del libro y bibliotecas que están empezando o no están tan arraigadas como debieran, así que creo que tu tema será bienvenido. Personalmente he visto en hospitales que no son grandes centros esas secciones de oncología infantil decoradas con dibujos, de Walt Disney o no así que afortunadamente es una estrategia que parece consolidada y funciona, cuando uno pasa por delante yendo a una consulta normal nota la diferencia a mejor con el resto de la planta, así que los niños en su interior seguramente se sientan más cómodos y protegidos
Buenas tardes Félix.
Gracias por tu reflexión. Efectivamente, a nadie le gusta ir a un hospital por las connotaciones que ello implica: diagnósticos, sabor a muerte, despedidas, contraindicaciones, envejecimiento y un largo etcétera que nos indican que los humanos somos seres endebles.
Si hago este comentario desde mi perspectiva de adulto, habría que ponerse en la piel, por ejemplo, de niñas y niños de escasos años de edad que, por determinadas circunstancias, tienen que convivir con sus enfermedades en esos lugares. Como tú bien dices, el color juega un papel fundamental porque transmite alegría, la cual también se refleja en los propios personajes pintados en las paredes. Hay que entrar en la mentalidad de aquellos para entender cómo ven el mundo y, a partir de ahí, tratar de que su estancia sea lo más llevadera posible. Y eso también implica un cambio de mentalidad en la gestión de los propios hospitales. Un abrazo!!