Las personas son la vida de las bibliotecas

Las bibliotecas son unos espacios heterogéneos de integración. Esta realidad la vivo cada día y es tan enriquecedora como chocante porque me ha permitido comprender que cada centro es totalmente distinto al resto, pero con unas características muy parecidas en lo que respecta a sus usuarios. Estos últimos son su verdadero motor y alma, sin los cuales aquellas no tendrían sentido; por eso, he querido reflejar cuatro ejemplos de situaciones concretas que me han sucedido con distintas personas dentro de mi espacio de trabajo, a través de las cuales muestro la diversidad existente en quienes recurren a nosotros y a nuestras bibliotecas para satisfacer sus correspondientes demandas y necesidades.

La niña del monedero

Hace unos días me di cuenta que, a pesar del carácter de gratuidad que rodea a las bibliotecas públicas municipales, aún es necesario trabajarlo y publicitarlo entre la propia población, sobre todo en el intervalo de edades de la población infantil y de los que rondan los cincuenta años en adelante. El concepto de gratuidad por todos los servicios que prestamos en nuestra profesión choca en una sociedad acostumbrada a pagar por cualquier cosa. Por tanto, habría que fomentar e insistir este tema en todos los sectores de la población para que comprendan que todo lo que contiene una biblioteca no tiene razón de ser si no se utiliza por ellos y que cada uno de los elementos que la componen procede de la inversión de los impuestos públicos municipales, entre otros recursos. No se puede cobrar por algo que nos pertenece a todos y donde todos somos responsables de su mantenimiento y conservación en aras del desarrollo cultural tanto a nivel personal como colectivo.

Al respecto, una niña se acercó al mostrador de la recepción de mi centro, uno de esos muebles que actúan como el muro de Juego de Tronos, necesario para regular algunos servicios, pero que también supone una barrera infranqueable e intimidatoria para los lectores de edades tempranas. En una mano llevaba un libro de Geronimo Stilton y en la otra un pequeño monedero. Me fijé en su enorme sonrisa y en sus ojos, que desprendían vitalidad; fue en ese momento cuando me dijo lo siguiente:

¿Cuánto cuesta este libro?

Niños
¿Qué es más importante: los libros o las personas? Fotografía reproducida de: Radio Zócalo Noticias (México)

En ese momento, también sonreí porque sabía que había que explicarle la diferencia entre lo público y lo privado. Quizás ya hubiese estado antes en mi biblioteca, leyendo en algún rincón, pero era la primera vez que quería sacar un libro, y por ese modelo de sociedad en la que nos desarrollamos entendía que había que pagar para que se lo prestase. Un poco de tacto y frases claras y directas bastaron para que lo comprendiese. Ni siquiera tenía el carné para efectuar dicho préstamo y a pesar de que necesitábamos la presencia de su madre o padre para hacérselo, siempre hay momentos para saltarte normas por un buen fin. Aún recuerdo su enorme sonrisa cuando se llevó aquel libro que tanto le ilusionaba, entendiendo que también es el de todos, y que su monedero no tenía razón de ser en un espacio donde el intercambio, el compromiso y los valores están por encima de cualquier moneda.

El joven de mirada perdida

A veces, me cuesta mirar a las personas a los ojos. En la película Caminando entre las tumbas (2014), protagonizada por Liam Neeson, un niño sin hogar se refugia en una biblioteca en busca del calor familiar que nunca ha tenido, como si en aquel espacio se sintiese protegido y a salvo provisionalmente del mundo que le devora.

No me gustan los términos «vagabundo» —me parece despectivo— ni el de «excluido social» —roza el tecnicismo—. Lo cierto es que, desde hace una temporada, mi biblioteca también da cobijo a un joven que se incluye dentro de ese grupo social. Por más que reúna una serie de características que provocan el rechazo por parte de otros usuarios, mi deber es facilitarle el acceso a todos los servicios, como lo hago con el resto, e intentar ir un paso más allá con el fin de ayudarle en la situación por la que está pasando, aunque sin invadir su intimidad ni provocar que se vuelva irascible.

Esas cuatro paredes se convierten en su refugio y no sé si le ayudan o no a socializarse, pero durante unas horas no está perdido en las calles o durmiendo en algún banco, bajo el frío de la noche y el desprecio de muchos. Aquí es uno más, aunque marcado por otros debido a su situación social, pero yo no lo veo con esos ojos porque debemos tener claro que todos los usuarios tienen los mismos derechos y deberes. No obstante, cuesta actuar cuando de por medio hay aspectos relacionados con la salubridad que pueden afectar al resto; en este sentido, debemos proceder con mucho tacto y sin herir sus sentimientos  porque no se trata de excluirlo de los servicios bibliotecarios, sino de buscar una alternativa para que pueda seguir utilizándolos en coexistencia con aquellos.

El deportista discapacitado

Algo falla en el sistema cuando en estos más que de quince años que llevo en mi puesto de trabajo solo una o dos personas con movilidad reducida —en lo que respecta a la utilización de sillas de ruedas— han entrado a mi biblioteca. De ellas, recuerdo a un joven, de tronco superior atlético, que venía exclusivamente para sacar en préstamo El principito, de Saint-Exupéry (1900-1944), pero sobre todo recuerdo la carrera de obstáculos que tuvo que realizar para sortear un espacio de diez metros con el fin de poder acceder a la Sala Infantil y Juvenil.

Otra vez tiene que darse una circunstancia determinada para comprobar la cantidad de barreras físicas que creamos dentro de las propias bibliotecas, que dificultan y perjudican a quienes ya de por sí se ven ampliamente condicionados por su movilidad. Si esos centros son entes vivos, nosotros, los profesionales que estamos al frente de los mismos, debemos velar en todo momento para que se cumplan los estándares de accesibilidad y garantizar la autonomía y libre desenvolvimiento de los discapacitados.

Desde que aquel día, veo barreras por todos lados, en mi biblioteca y en las de otros compañeros, y seguimos sin comprender que hay que anteponer la importancia que juegan las personas en la utilización de aquellas por encima de cualquier cosa, trabajando por eliminar esos obstáculos porque ya de por sí los creamos en nuestra forma de pensar.

El destino ha querido que vuelva a coincidir con ese chico en varias pruebas de running y me doy cuenta que su sudor y su esfuerzo valen mucho más que el de cualquiera de nosotros porque cada día debe salvar mil escollos que otros vemos como una nimiedad. Las bibliotecas y las calles deben cambiar y para ello es preciso escuchar la voz de quienes sufren para coger un libro de una estantería o para disfrutar de un paseo por una vía pública.

El desempleado, víctima de la crisis económica, que miraba con respeto el aparato llamado ordenador y a la persona que tecleaba delante de él

No es el título de una nueva entrega de Millennium, de Stieg Larsson (1954-2004). Se trata de mucho más que eso: la realidad de la brecha digital. La crisis económica de 2008 golpeó de manera contundente a la sociedad hasta partirla en dos. Desde entonces, cada día atiendo a numerosos desempleados en relación a la utilización a las nuevas tecnologías de la información con el fin de obtener desde un certificado digital donde conste su vida laboral a otro relativo a las prestaciones que reciben. No saben realizar este trámite y les da vergüenza decirlo, sobre todo la primera vez que se acercan a mí para planteármelo. Todos reúnen unas características que marcan a una generación: proceden de los sectores secundario (sobre todo, de la construcción) y terciario (hostelería, limpieza, etcétera) y se trata de mujeres y hombres de edades comprendidas entre los 40 y 55 años, que jamás han utilizado la informática dentro de sus vidas y cuyos niveles de alfabetización son muy básicos.

Hay otra característica implícita: hasta ese momento, prácticamente todos no habían entrado nunca en una biblioteca pública municipal. De entrada, se percibe cuando acceden a dicho espacio y en sus ojos puedes ver la necesidad de que alguien los ayude: serios y muy respetuosos, no saben a quién dirigirse y a veces hasta hablan como si estuviesen en la calle, interrumpiendo el silencio que domina en el ambiente. Ese silencio y hablar bajo: dos conceptos que aprenden sobre la marcha de manos de quien se convertirá en el guía que les ayudará a solucionar sus problemas. Luego, viene uno de los pasos más duros para ellos y con el cual no debes mostrarte indiferente: reconocen que no saben utilizar el ordenador, pero sí que les han comentado que en ese lugar llamado biblioteca «puede» que alguien les ayude ante su evidente necesidad.

Mientras golpeas las teclas del ordenador, ellos permanecen a tu lado con el mismo silencio que mostraron al entrar, mirándote con respeto, como si desempeñases un cargo público, intimidados por aquel ambiente lleno de libros que siempre les ha sido ajeno. En momentos así, te das cuenta que hay que seguir trabajando para que la cadena humana bibliotecaria nunca se rompa porque muchos se han quedado atrás en relación a la nueva sociedad de la información, en la que los trámites administrativos se hacen ya obligatoriamente de manera telemática. Hemos dado un paso de gigante sin querer darnos cuenta que también aplastamos a otra parte importante de sociedad, prisionera eterna de esa brecha digital.

Entonces, sacas tu vena socializadora y rompes el hielo, comentando algún aspecto relacionado con el día a día, tratando de empatizar con ellos para darles la confianza suficiente y garantizar un acercamiento mutuo, así como para que comprendan que estamos ahí para garantizar que no se queden fuera del sistema. Los sandinistas lo hicieron en Nicaragua; yo lo hago en mi biblioteca con todo el mundo.

Francisco Javier León Álvarez

Colaborador en BiblogTecarios Rodeado de libros en la B. P. M. de La Orotava (Tenerife). Gestiono Ediciones La Gárgola Despierta y me interesan los aspectos sociales y culturales relacionados con los países del tercer mundo.

2 respuestas a «Las personas son la vida de las bibliotecas»

  1. Me han gustado mucho estas anécdotas que cuentas del día a día con personas de todo tipo, son de las que dan pistas para «acertar» si te sucede algo parecido, así que muchas gracias por compartirlas

    1. Buenas tardes Félix.

      Gracias por tus palabras y por leer tanto este post como seguro que el de otros muchos compañeros de este blog.
      A veces, todo radica en pararnos a observar lo que tenemos a nuestro alrededor y las personas que entran y salen de las bibliotecas constituyen algo a lo que estmos habituados, pero siempre acabas descubriendo en ellas algo que te permite comprender que vivimos en una sociedad que está constantemente cambiando y en la cual se desarrollan desequilibrios. Los libros y todo tipo de documentos son algo secundario (lo cual no significa que no sean importantes y necesarios) cuando tienes delante (eso que tú bien indicas como «pistas») alguien que necesita tu ayuda -por el motivo que sea- y al final te dice «gracias», un regalo que es impaglable.

      Un abrazo desde Tenerife!!

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