Soy una persona ordenada y no soporto el orden dentro de las bibliotecas.
La vida es una contradicción y el trabajo bibliotecario no es ajeno a este aspecto porque, lo mismo que aquella, una biblioteca respira y siente, lo cual provoca que esté sometida al dictado de los continuos cambios, el aprendizaje en todos su estadios desde que nace hasta que desaparece -las bibliotecas también desaparecen, lo queramos o no- y la necesidad de replantearse cuál es el camino que debe seguir en un determinado momento en función de cómo se esté desarrollando la sociedad.
Para un sector de los ciudadanía el concepto de biblioteca pública municipal se ha quedado anquilosado en asociarlo a un espacio donde los libros se amontonan –no están colocados- en las estanterías (y cuantos más tenga mucho mejor y más prestigio, sin importar su calidad), imperando el obligado silencio sepulcral y sin que exista una interrelación cultural directa con la propia sociedad, lo cual es una contradicción.
Estas premisas obsoletas, acrecentadas, sobre todo, en los pequeños municipios donde todo queda circunscrito a unas relaciones vecinales más directas y de control más efectivo, están acompañadas por otra también básica: la imagen del profesional que está al frente de aquella, considerada a todas luces como alguien puesto a dedo por algún político o conocido dentro del ayuntamiento de turno y que no necesita conocimientos de ningún tipo para desarrollar su labor porque todo su esfuerzo se concretiza en coger un libro de esas estanterías y hacer un simple préstamo. Ese es el significado de una biblioteca y de un bibliotecario.
Quien piense así, es que aún no se ha atrevido a superar esa forma anquilosada que recuerda al Muro de Berlín, negando lo evidente que hay más allá de ese muro porque tampoco quieren conocerlo. El potencial cultural de las bibliotecas ha roto esas barreras hasta convertirse en espacios imprescindibles para el intercambio de información; la alfabetización informacional; la experimentación cultural y lúdica a través las nuevas tecnologías; un entorno de debate y reflexión sobre los problemas acuciantes de la realidad; la educación transversal en valores como la paz y la amistad, entre otros muchos; y la convivencia obligada y enriquecedora con otras artes como la música y la literatura a través de conciertos y representaciones teatrales y lectura de obras de cualquier género.
Precisamente, es ese sector de la población al que hay que prestarle la atención debida para demostrarle y enseñarle las ventajas de los servicios bibliotecarios, creándoles los estímulos necesarios para sientan la necesidad de disfrutar de todo lo que se genera entorno a ella, lo cual les conducirá a empatizar con su trabajo, permitiéndoles también satisfacer necesidades que no creían que antes pudiesen cubrir y contribuir a su desarrollo personal y profesional.
Por eso, hay que visibilizar aún más las propias bibliotecas. Si esas personas tienen el reto de cambiar su mentalidad en la medida que aprendan y comprendan el valor real de aquellas, los profesionales que están al frente de las mismas deben hacer lo propio en el sentido de que también tienen que atravesar ese Muro de Berlín para romper los lazos físicos que les unen a las cuatro paredes donde se asientan y, por el contrario, proyectarse hacia los espacios públicos abiertos, adueñándose de ellos con el fin de difundir toda esa creatividad y potencial.
Muchos de los que estamos al frente de una biblioteca o somos simples unidades dentro de una cadena de mando sentimos esta necesidad de cambio, que ya es efectiva desde hace tiempo en bibliotecas de numerosos países de Europa, pero que en España cuesta llevarlo a la práctica. Existen multitud de proyectos a lo largo de nuestra geografía que demuestran que las bibliotecas han ido enraizando en distintos ámbitos del espacio municipal hasta adueñarse de los mismos, contando con la complicidad e intervención del vecindario, que las perciben entonces con otros ojos, más cercanas, directas y alejadas de ese miedo que genera para muchos tener que atravesar por primera vez la puerta de acceso de su entrada. Tampoco es fácil hacerlo cuando tienes a ese político de turno vigilando lo que haces, coartando en ocasiones unas ideas o invitándote a que las cambies porque son subversivas o alterarías con ello el normal funcionamiento del municipio. Entonces sonríes porque comprendes cuál es tu verdadero papel como profesional, convertido además en un agente transformador que aporta a esa sociedad la fuerza, el optimismo, el conocimiento y los medios necesarios para que conciba un nuevo mundo que hasta entonces se le negaba.
Me dolió mucho comprobar que solo unos pocos compañeros de profesión tuvieron la valentía de salir a las calles y plazas de su entorno para protestar a través de la cultura por el trato denigrante que se les estaban dando a los refugiados que procedían de Siria y otras áreas de influencia antes los conflictos bélicos, buscando en la literatura y en las fotografías la denuncia pública ante un mundo avocado a la destrucción.
Me duele que esos mismos profesionales no denuncien públicamente el ambiente machista que caracteriza a España y la proliferación del feminicidio cuando el número de mujeres que utilizan los servicios bibliotecarios es altísimo y, precisamente, son ellas las que tienen mayor porcentaje de ocupación en este ámbito laboral.
Me duele que en Tenerife y en el resto de Canarias esos mismos profesionales no se acerquen a las áreas rurales donde impera el analfabetismo, el machismo y un férreo pensamiento tradicional para poner en marcha proyectos culturales tan necesarios e imprescindibles para transformar esa realidad, demostrando la verdadera valía de las personas para que estas no acaben avocadas a convertirse simplemente en mano de obra para trabajos pesados o desarrollando tareas del hogar.
Hay compañeros que han sabido anticiparse a esta realidad y colaboran con proyectos sociales en las cárceles; con barrios azotados por la droga en los que hay muchas personas que demandan recursos y servicios bibliotecarios que no son atendidos por las autoridades públicas; y con grupos marginados y discapacitados, que también sufren la exclusión social y cultural, salvo cuando tienen que pagar impuestos.
Un profesional de la biblioteca que crea que su trabajo radica en atender los servicios que presta día a día dentro de la misma, refugiándose en sus redes sociales y en participar en actos como una feria relacionada con el Día Internacional del Libro es que aún se ha quedado detrás del Muro de Berlín. La responsabilidad para cambiar este panorama depende de nosotros y el camino no es fácil, pero, ¿quién detiene a la Cultura cuando empodera a las personas?