El poder nunca permanece al margen de la sociedad, sino que analiza cómo funciona, qué intereses tiene y cómo utilizarla y manipularla para satisfacer a su vez los suyos. Por eso, la política, el Estado y el deporte siempre van de la mano, ya que quien controla a la masa social, también domina su forma de pensar.
Históricamente, la Iglesia ha sabido actuar así, conjugando la religión con su poder omnipresente, que ha dado un nuevo giro a su particular medio de utilizar el deporte como propaganda para su beneficio religioso, bajo una apariencia supuestamente benévola, integradora y cercana a la sociedad.
«Un sueño». Con estas palabras de Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio para la Cultura, se presentó formalmente a comienzos de enero la primera asociación deportiva del Estado de la Ciudad del Vaticano, denominada Athletica Vaticana, que firmó un acuerdo con el Comité Olímpico Italiano para formar parte de él. Su origen radica en una homilía del papa Francisco (mayo de 2017), en la que indicó lo siguiente: «El cristiano es un peregrino, un corredor de maratones esperanzador: suave, pero determinado en caminar».

Bajo la bandera de un equipo integrado por sesenta personas, procedentes de una diversidad de profesiones (farmacéuticos, granjeros, curas, Guardia Suiza, etcétera), y nacionalidades (transnacionalidad), el Vaticano ha sabido mover muy bien sus resortes para difundir su edulcorado mensaje religioso, imbuido en el discurso de la paz y la felicidad e incluso proyectando la falsa imagen de igualdad entre hombres y mujeres, a partir de dicha asociación, otra cortina de humo dentro de su jerarquía patriarcal. No obstante, también es justo destacar el rendimiento de algunos de esos deportistas como el párroco siciliano Vincenzo Puccio, que quedó segundo en la Maratón de Messina (15 de enero de 2019) y que demuestra que los logros deportivos no deben estar reñidos con ninguna religión, ideología y profesión.
Precisamente, los profesionales de la Información y Documentación de dicho estado no han sido ajenos a esta realidad deportiva, hasta el punto que bibliotecarios y conservadores de museos vaticanos se han sumado a ella, con un carácter estratégico. La verdad es que no estamos acostumbrados a ver proyectos tan sui generis como este y menos aún que instituciones de este nivel proyecten la imagen de esas profesiones de una manera más abierta, distendida y empática, sino siempre acotadas al mundo de la cultura, el intelecto y el conocimiento.
Su presencia no es azarosa, sino producto de que el Vaticano tiene uno de los patrimonios documentales y bibliográficos más ricos del mundo, desde todos los puntos de vista. Sin duda alguna, destacan la Biblioteca Apostólica Vaticana, que se creó en 1448, y el Archivo Secreto del Vaticano, que se separó de dicha Biblioteca a comienzos del siglo XVII, constituyendo el archivo personal del Papa, el cual no está a la mano de todos los investigadores como tampoco todos sus documentos, dando pie al famoso hermetismo documental de la Santa Sede.
Quién no se acuerda de la figura de Robert Langdon (Tom Hanks) en Ángeles y Demonios (2009), basado en el libro homónimo de Dan Brown, frustrado porque no había podido acceder a la referida Biblioteca para terminar su tesis doctoral, aunque lográndolo posteriormente de manera fortuita. Evidentemente, no se trataba de la auténtica Biblioteca Vaticana, sino de la Biblioteca Angélica, que simulaba a aquella, pero que en el desarrollo de de la película se demostraba no solo lo impermeable que es el Vaticano hacia su patrimonio, sino las grandes medidas de conservación y de seguridad que aplica para garantizar la pervivencia de su legado y de su propia historia documental. Y tampoco nos engañemos: aunque ha digitalizado una parte de sus documentos y los que puesto a disposición del público en Internet, muchos siguen —y seguirán— a la sombra para no tambalear los cimientos de la Iglesia.
Por eso, considero que de ahí a que algunos de sus profesionales de la Información y la Documentación formen parte de ese equipo con aspiraciones olímpicas, dista un mundo insalvable de lo que es el deporte a nivel competitivo y quienes lo practican de modo amateur. Esta afirmación no es gratuita. El ejemplo lo tenemos en Michael Ciprietti, de 62 años, que actualmente es profesor de la Biblioteca Apostólica del Vaticano e integrante de Athletica Vaticana: se trata de una persona que está a punto de jubilarse, imbuido dentro del discurso institucional del poder que representa, enfatizando esa aspiración de la asociación de participar en los Juegos Olímpicos.
Hay que ser críticos: los bibliotecarios de esta institución no están llamados a los logros deportivos que apunta dicha institución porque quienes ocupan dicho cargo suelen ser religiosos sin ninguna trayectoria en el deporte (ni siquiera amateur) y de una edad ya considerable. Al respecto, tenemos el caso del sacerdote y poeta portugués José Tolentino Mendonça (1965-), que en 2018 fue nombrado archivista del Archivo Secreto del Vaticano y bibliotecario de la Biblioteca Vaticana por el papa Francisco.
Trabajar como bibliotecario en la Santa Sede es una cargo aspiración muy codiciada y está totalmente controlado por la jerarquía vaticana. De hecho, no se valoran los conocimientos en Información y Documentación para ocuparlo porque no son necesarios; por el contrario, la jerarquía siempre pondrá a alguien que demuestre fidelidad al Estado y que goce de la simpatía y protección del poder religioso. Por eso, fue ridículo que en 1997 el cardenal Joseph Ratzinger, que luego se convertiría en el papa Benedicto XVI, se plantease la posibilidad de abandonar la Congregación para la Doctrina de la Fe con el fin de jubilarse como Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana en la Biblioteca Vaticana. Lo curioso es que ni siquiera sabía en qué consistía la profesión o más bien sus funciones, tal y como revelaría en 2010 Raffaele Farina, por entonces bibliotecario de la Santa Sede.
La Iglesia siempre ha sabido estar presente en la carrera de fondo de la información, tanto desde el púlpito como en los documentos. Por eso, Athletica Vaticana no prestigia la profesión de Información y Documentación ni es otro medio para dar a conocer la labor de las personas que desarrollan su labor tanto en la Biblioteca como en el Archivo vaticanos. Simplemente, se han utilizado los términos «bibliotecarios» y «conservadores de museos» con un carácter anecdótico para publicitar un proyecto deportivo de corte político-religioso.