El 24 de noviembre de 2016 se firmó en Bogotá el histórico Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, que ponía fin a más de cincuenta años de enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el Gobierno de ese país, un conflicto en el que se ha visto inmersa su población civil y cuyas consecuencias aún están por evaluar.
Este acuerdo incide en el papel de la paz y la reconciliación nacional como fórmula para levantar una nueva sociedad, y alrededor del mismo se ha ido diseñando una política gubernamental de reintegración social de los propios exguerrilleros tras largas años de donde su casa eran los diversos campamentos repartidos por la selva. Esto no significa que hay que considerarlos como salvajes, sino como una medida de cohesión paulatina con el nuevo ámbito donde se desarrollará su día a día.
Las bibliotecas juegan un papel fundamental en ese proceso de reconstrucción al garantizarles un servicio estable y abierto a quienes antes solo podían leer en distintos rincones de esa selva. A comienzos de este año, el Gobierno colombiano impulsó una política cultural que suponía la creación de veinte bibliotecas móviles en aquellas zonas consideradas como áreas verdes dentro del proceso de desmilitarización de las FARC, es decir, zonas de asentamiento provisional de los exguerrileros, repartidas por distintos lugares del país como paso previo de esa “adaptación” a la vida civil.
No obstante, el verdadero promotor de esta iniciativa ha sido «Bibliotecas sin Fronteras«, una oenegé que cumple el mismo cometido de otras organizaciones de características semejantes que pretenden ayudar a poblaciones afectadas por conflictos armados o privadas de recursos y servicios básicos para dotarles de esas infraestructuras con carácter temporal hasta su propia consolidación. ¿De dónde proviene el dinero para la compra del material?. De manos de la Fundación Bill y Melinda Gates, es decir, el famoso empresario informático y filántropo estadounidense.
En 2016 la revista Arcadia resumía en la siguiente frase el valor que tenía esta acción dentro del marco del nuevo marco de paz:
Lejos de plantear una visión idílica, las bibliotecas son fundamentales en el engranaje de lo que será la paz. En las bibliotecas se pueden sentar las comunidades a pensar y a crear los proyectos sobre territorio, memoria y patrimonio consignados en el acuerdo; se pueden articular los medios comunitarios de comunicación como canales de televisión o emisoras de radio presentes en ese mismo documento; pueden ser escenarios neutrales de paz para dirimir conflictos y escenario para una pedagogía intensiva del acuerdo; en fin, las bibliotecas, como pocas instituciones sociales del Estado, podrían ser los grandes centros de encuentro y conocimiento que han sido en otras sociedades.
La implantación de estas bibliotecas móviles forma parte del proyecto Leer es mi cuento, integrado dentro del Plan Nacional de Lectura y Escritura de Colombia, con el cual se trata de fomentar la lectura y la escritura entre la población, pero ahora incidiendo en aquellos núcleos azotados históricamente por ese conflicto, que hasta ahora se habían visto privados de la presencia de bibliotecas ante la inestabilidad política y cuyo correcto funcionamiento era imposible dentro de la red nacional de dichos centros. Por eso, una de las preocupaciones ha sido trabajar los temas transversalescon esa población con el fin de permitirle aprender, tomar conciencia y valorar todo lo que ha supuesto el conflicto armado y cómo ha afectado a las distintas generaciones, plasmadas en el referido Leer es mi cuento y otros proyectos como Expedición sensorial, Viajeros del pentagrama, Diáspora africana en Colombia y ParticiPaz.
El referido Plan Nacional se inició en 2001 y en él se integró el objetivo de construir bibliotecas públicas en muchos municipios que carecían de ellas hasta conformar hoy en día esa red que alcanza casi a las 1500, con las cuales no solo se trata de hacer llegar las nuevas tecnologías de la información a la población, sino también contribuir al conocimiento de la historia y la idiosincrasia cultural de las propias regiones donde se asientan, aspectos que muchas veces han quedado en un segundo plano.
Aún así, esta realidad también choca con la red de corrupción que azota el país y que provoca que parte de los recursos monetarios que se reciben con destino a muchas bibliotecas de ámbito rural se desvíen hacia otros en función de quien gobierne, contribuyendo así a frenar ese desarrollo cultural e infravalorando el propio poder de las bibliotecas porque a dichos gobernantes no les interesa una sociedad que piense y salga del analfabetismo.
Precisamente, las bibliotecas son espacios de socialización y de fomento y creación de la cultura, así como de erradicación de las desigualdades culturales, y es aquí donde juegan un papel básico e irremplazable para acabar con los preocupantes índices de analfabetismo, que se ven potenciados por tratarse de una sociedad donde el mundo agrario sigue jugando una baza esencial en la economía nacional y que afecta más de lleno a las mujeres. Esta última característica queda enfatizada si tenemos en cuenta que la Unesco establece que se puede considerar que una sociedad no es analfabeta cuando su índice es del 3’8% de la población, pero 2016 el de Colombia era del 5’7%, a pesar de las distintas campañas para erradicarlo.
Por último, no quiero dejar pasar la ocasión para comentar la falsa imagen que ha vertido el Gobierno de Colombia de los exguerrilleros de las FARC como “incultos” y una especie de salvajes a los que les acercó la civilización a través servicios como las referidas bibliotecas móviles. Sin entrar en temas políticos, en los deficitarios campamentos de la selva se desarrollaba la vida de estas personas y en ellas tenían cabida el aprendizaje de lectura y la escritura -algo que el propio Estado negaba a muchas poblaciones de las zonas libres- porque uno de los principios de las FARC era el establecimiento de un Estado socialista donde a la población se le garantice el derecho a la educación. La ausencia de bibliotecas en esa selva no significaba que no hubiese cultura ni educación, sino que se suplía con otros medios y en malas condiciones, pero siempre fomentando la idea de que un pueblo culto es un pueblo libre. Evidentemente, esas bibliotecas móviles han permitido el acceso a la informática y los servicios multimedia que llevan implícitos, convirtiéndose en un nuevo marco de aprendizaje y alfabetización informacional para que los exguerrileros puedan desenvolverse en la nueva sociedad de la información. Unos ponen los medios materiales, otros la lucha por la verdadera igualdad.
El siguiente vídeo forma describe el tipo de libros y actividades que formarán parte de esas bibliotecas móviles con destino a las FARC-EP:
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